domingo, 8 de octubre de 2017

Homenaje al Diácono Víctor Gándaro en la fiesta diocesana




Mi nombre es Víctor Gándaro.
Mi Pastor es el Señor.
El que hace que nada me falte.
Su vara y su cayado me infunden aliento.
Por eso ya no temo ningún mal.
Ya no me asusta la muerte ni me inquieta la vida.

Mi nombre es Víctor Gándaro.
A Dios pedí sencillez y alegría.
Entonces Él puso en mi camino a la gente humilde de los barrios, a los enfermos, a los últimos, a los vecinos del Barrio 25, a los jóvenes de San Francisco Javier, al santo Padre Cacho Alonso, a mi esposa y a mi adorada hija.

Mi nombre es Víctor Gándaro.
Él prepara una mesa delante de mí.
Él ha ungido mi cabeza con aceita y mi copa rebosa.
Por eso mi mirada es de esperanza:
Que las situaciones y las personas cambien y mejoren.
Que los enfermos encuentren alivio.
Que los desempleados encuentren trabajo.

¿Cómo? ¿Que soy un soñador?
Soy y fui un soñador. Aposté por una Iglesia sencilla y comunitaria, con lugar para todos; centrada en Jesús. Coherente. Sensata.
Prediqué con mi vida la Buena Nueva.
Los que me conocieron “darán fe” de eso.
Y a los que no me conocieron les sigo contando:
Siempre pensé que no se puede adorar a Dios y al dinero. Por lo tanto, anduve ligero de equipaje, haciendo rodar por las calles de esta ciudad mi humilde bicicleta.

Mi nombre es Víctor Gándaro.
No espero fama ni gloria.
Ahora estoy vivo: ¡MÍRENME!
Ahora pido auxilio: ¡ESCÚCHENME!
Ahora estoy aquí: ¿ME VEN?

Lo cierto es que, un día, después de andar y desandar caminos, subí por última vez en mi bicicleta. Pedaleé desde mi barrio hasta el Barrio 25. Y mientras iba de camino una voz resonó en mi cabeza.
Entré en la Capillita. Leí, y aunque no lo crean aún hoy escucho decir que “leí” de una manera espectacular, como nunca antes lo había hecho. Aquella fue una celebración maravillosa. Profunda y evangélica, como siempre.
Cuando concluyó volví a pedalear. Llegué a casa, tendí sombre la cama mi cansado cuerpo y aquella voz volvió a resonar en mi cabeza. Y la voz decía:
“¡Portones! ¡Alzad los dinteles!
¡Que se alcen las antiguas compuertas, va a entrar el Rey de la Gloria!”
Entonces sentí que me hundía en un último e inevitable sueño.
Por eso, hermanos míos, ya no me pueden ver.
No lloren por mí, porque no estoy solo.
Ahora estoy junto a ÉL y les aseguro que nada me falta.
En lugares de verdes pastos me hace descansar.
Junto a aguas de reposo me conduce.

Siento que he combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado mi fe.
Mi nombre es Víctor Gándaro.

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