Cuando yo iba a la escuela, la maestra
pasaba lista diciendo el nombre de cada uno de los alumnos. A cada nombre, se
oía la respuesta, en voz alta: ¡presente!
¿Qué significa estar presente? No se trata
sólo de estar físicamente en un lugar. Estar presente de verdad es estar
presente en cuerpo y alma, estar presente con todo mi ser, con toda mi
atención, con toda mi disposición, con toda mi voluntad.
Hoy sabemos muchas formas de estar
ausentes, incluso cuando parecemos estar allí… podemos alejarnos con nuestro
pensamiento, podemos conectarnos –aparato mediante- con otra realidad lejana,
incluso con otras personas y desconectarnos de aquellos que están allí junto a
mí… que tal vez también se han ido lejos, de la misma forma… Podemos estar
ausentes abandonando, claudicando, no asumiendo responsabilidades,
desapareciendo, huyendo…
Hoy contemplamos a María, que dice, ante el
anuncio del Ángel: “He aquí la servidora del Señor”. “He aquí”: “aquí estoy”.
María está allí con todo su ser, con toda su disponibilidad. La misma
virginidad de María tiene ese significado: ella es toda de Dios; porque Dios la
ha elegido, pero también porque ella ha querido, libremente, estar enteramente
disponible para Él.
Siendo toda de Dios, María es también toda
nuestra. Ella también nos dice “aquí estoy”. Con su aparición sobre el Pilar,
en Zaragoza, cuando todavía estaba en esta tierra, María dice “aquí estoy” al
apóstol Santiago, que se disponía a abandonar la vieja Hispania ante el
aparente fracaso de su misión. La presencia de la Madre reanima al apóstol
desanimado, que continúa anunciando el Evangelio.
María le dice también “aquí estoy” a San
Juan Diego, el indio que tomó otro camino para no volverse a encontrar ese día
con la Señora que le había hablado el día anterior. Juan Diego está preocupado
por ir a ayudar a su tío enfermo, y por eso no quiere entretenerse… pero María
le dice: “¿acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre…?” Otra vez “aquí estoy”.
De una manera diferente, fragmentada, María
dice presente desde las aguas a los humildes pescadores del río Paraíba, en el
estado de San Pablo, Brasil. Aparece primero su cuerpo y luego su cabeza y “lo
que estaba separado recobra la unidad”, como dijo Francisco a los Obispos brasileños.
Desde entonces, hace 300 años, Nossa Senhora Aparecida dice “aquí estoy”.
Presente también para los niños, los
sencillos, en Lourdes, en Fátima (este año se cumplen los cien años de sus apariciones)
… o como nuestra Señora del Carmen, ofreciéndonos su escapulario como manto
protector y signo de pertenencia a ella y a su Hijo.
De una manera muy sencilla y muy discreta,
pero a la vez muy poderosa, María dice “aquí estoy”, en medio de nuestro
pueblo: desde lo alto del Verdún como Inmaculada o desde su santuario en
Florida como Virgen de los Treinta y Tres. Y subimos al cerro para encontrarla,
y nos llevamos su pequeña imagen para tenerla en nuestras casas, reconociéndola
como patrona del Uruguay.
Frente a los abandonos, frente a quienes
nos han dejado por tomar otros rumbos, ella nos dice “Aquí estoy… ¿acaso no
estoy yo aquí, que soy tu Madre?” Ella no nos abandona.
Frente a los desánimos, las tristezas, los
bajones, ella vuelve a decirnos “Aquí estoy” y su presencia nos consuela y nos
reanima para seguir nuestra misión.
Con ella recordamos a quienes han vivido su
Pascua y siguen presentes entre nosotros: el Diácono Víctor, el Padre Miguel.
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
dice Jesús. Él está presente ante el Padre… esté donde esté, siempre está en su
Presencia. “No he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que
me envió”… “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. Son las palabras del
Hijo de María, del Hijo de la que dice “He aquí la servidora del Señor: hágase
en mi según tu Palabra”, es decir, que se haga en mí la voluntad de Dios.
“He aquí la servidora…” se traduce también
como “he aquí la esclava”. Esclava es una palabra chocante para nosotros, por
todas sus connotaciones negativas. Pero María no es “esclavizada”, sino que
ella se hace “esclava”: no solo servidora, sino también propiedad del Señor.
Ella sabe en qué manos se entrega y confía.
“Yo estoy entre ustedes como el que sirve”
… “Yo no he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por
muchos”. El Hijo de la servidora es también el servidor. “Se hizo servidor de
todos”. Más aún, nos dice San Pablo, “se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo” (Filipenses 2,7)
Hacia Él nos dirige la mirada y la palabra
de ella: “Hagan lo que Él les diga”, es la tercera gran palabra de María en el
Evangelio. Nos lleva a Jesús, a su Hijo, para que lo escuchemos, para que lo
sirvamos, reconociéndolo y sirviéndolo en nuestros hermanos.
Él nos convoca: “vengan y vean” y nos envía:
“vayan y anuncien”. Volvamos siempre a Él, para encontrar consuelo, paz,
sabiduría y fuerza. No recibimos esos dones para irnos tranquilos a nuestra
casa y olvidarnos del resto del mundo. Al contrario: Cristo “nos consuela en
toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en
cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados
por Dios” (2 Corintios 1,4). Compartamos, entonces, con nuestros hermanos, el
tesoro que hemos encontrado, el tesoro de la fe que nos anima y da sentido a
nuestra vida.
+ Heriberto, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)
Homilía en la fiesta diocesana
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