¿Quién será el nuevo Papa?
En cualquier institución, incluso en una familia, cuando
fallece alguien que ha sido un referente, se suele cerrar una época. Muchos se
inquietan mirando al futuro y se preguntan qué va a pasar y, sobre todo, si
volverá a haber alguien que pueda tener esa capacidad de guiar, esa claridad de
visión y de palabra.
El 6 de agosto de 1978 -pronto se cumplirán 40 años-
falleció el beato papa Pablo VI. Había sido el papa encargado de conducir a la
Iglesia en la última y más larga etapa del Concilio Vaticano II; había dejado
mensajes claros y esclarecedores, como Evangelii
Nuntiandi, Humanae Vitae y Populorum
progressio, por mencionar solo tres. Había cruzado las fronteras de Italia
y se había hecho presente en los cinco continentes en una iniciativa que no
podíamos dejar de asociar con el nombre que había elegido: Pablo, como el gran
apóstol que anunció el Evangelio en el mundo de su época.
En el cónclave de su sucesión se especulaba con la posibilidad
de que, por primera vez, desde la muerte de Adriano VI en 1523, hubiera un papa
no italiano. Sin embargo, tras el humo blanco asomó la sonrisa de Albino
Luciani, patriarca de Venecia. El nuevo papa tomó el nombre compuesto de Juan
Pablo I, nombre que expresaba claramente su deseo de continuar la obra de
renovación de sus dos predecesores y sorprendió a todos con sus mensajes
sencillos y bienhumorados. 33 días después, el mundo fue sacudido por la
sorpresiva muerte del papa Luciani, el 28 de setiembre de 1978.
El 14 de octubre de 1978 volvió a reunirse el cónclave. Dos
días después apareció el humo blanco que anunciaba la elección de un nuevo
pontífice. ¡Y ahora sí! El elegido fue la gran sorpresa: Karol Wojtyla,
cardenal arzobispo de Cracovia, de 58 años, que eligió nombre de Juan Pablo II,
en una confortante continuidad con sus predecesores.
"No tengan miedo"
Un papa polaco; un papa eslavo. Muchos recordamos la novela
de Morris West, Las sandalias del
pescador, en la que imaginaba el advenimiento de un papa venido de detrás
de la “cortina de hierro”, como ahora lo hacía el papa Wojtyla.
“¡No teman! ¡Abran, más todavía, de par en par las puertas a Cristo!”.
Estas palabras, pronunciadas por Juan Pablo II durante la homilía del
comienzo de su pontificado, el 22 de octubre, se convirtieron en titular. Sus primeras
palabras, al salir al balcón de san Pedro el día de su elección habían sido
“¡Alabado sea Jesucristo!”. En su breve e improvisado discurso, el flamante
papa manifestó “He sentido miedo al recibir esta designación”. Días después,
será él quien diga a los fieles católicos y a los hombres y mujeres de todo el
mundo “no teman”.
“No tengan miedo” son palabras que en los Evangelios
preceden a momentos importantes: “No temas, Zacarías…” (Lc 1,13); “No temas,
María…” (Lc 1,30); “no temas, desde ahora serás pescador de hombres (Lc 5,10);
“Soy yo, no teman” (Jn 6,20); “No teman. Ustedes buscan al crucificado” (Mt
28,5); “No teman. Vayan a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me
verán” (Mt 28,10).
Al igual que en el Evangelio, tras el “no tengan miedo” del
papa polaco llegó su invitación: “abran de par en par las puertas a Cristo”.
¿Para quién hablaba el papa? En un momento habla a “los que tienen ya la
inestimable suerte de creer… los que todavía buscan a Dios… los que están
atormentados por la duda” y agrega:
“Muchas veces [el hombre actual] se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitan que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!”.
Años después, en 1999, en su exhortación sobre la Iglesia en
América, señalaría el encuentro con Jesucristo vivo como “camino para la
conversión, la comunión y la solidaridad en América”.
La imagen de las puertas cerradas que es necesario abrir
remite a la aparición de Jesús resucitado que nos narra el Evangelio de Juan
(19,20.26) que se presenta en medio de sus discípulos “estando las puertas
cerradas por miedo a los judíos”.
También los miembros de la Iglesia, desde el papa hasta el
último de los bautizados estamos llamados cada día a abrir de nuevo y aún más
las puertas del corazón a Cristo, a renovar nuestro encuentro con Él.
El papa Benedicto, en su primera encíclica nos recuerda que
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1).
Francisco, en su exhortación La alegría del Evangelio invita a cada cristiano
“a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”.
Extenso pontificado, extenso magisterio
Pero en este discurso inicial, el pontificado de san Juan
Pablo el Grande no hacía más que empezar. Llegó a casi 27 años. Un extenso
tiempo de servicio que permitió dejar un legado grande. Publicó 14 cartas encíclicas y 15 exhortaciones apostólicas,
abarcando temas de Dios, de la vida en sociedad, de la iglesia y del hombre. A
este conjunto de documentos extensos, hay que sumar miles de mensajes, homilías
y discursos.
La primera de sus encíclicas, Redemptor Hominis, “el redentor del hombre” ponía en su título dos
acentos importantes y complementarios. El hombre “es el primer camino que la
Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión” afirma Redemptor Hominis (14). Aquí empieza a
traslucirse la formación antropológica de Karol Wojtyla. ¿Qué es el ser humano?
¿Cómo interpretamos nuestra propia realidad? Ya el Concilio Vaticano II
indicaba “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado” (GS 22). Por eso el otro acento, junto al hombre: Cristo redentor,
es decir, el Verbo encarnado, su pasión, su muerte y su resurrección para vida
del hombre. Varias encíclicas y exhortaciones harán referencia a Cristo
Redentor.
Un aspecto importante de su magisterio fue el social,
contribuyendo al desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia. Pensemos en Laborem Excercens o Centessimus annus. En la primera, subtitulada “sobre el trabajo
humano” aparece su enfoque antropológico aplicado a la cuestión social. Es el
documento que está en la base de su mensaje al mundo del trabajo pronunciado en
Melo. En la segunda que hemos nombrado aparece su visión sobre los
cambios históricos que estaban apuntando al final de una época.
Ya desde Redemptor
Hominis Juan Pablo II dirigió su mirada hacia el comienzo del III Milenio
de la era cristiana y pensó en la celebración de un gran Jubileo en el año
2000, vivido no sólo como una gran celebración o una serie de eventos, sino
como una movilización espiritual renovadora, a través de un trienio previo de
misiones y catequesis.
La Nueva Evangelización
Si el alba del Tercer Milenio motivó la mirada al Gran
Jubileo, otro aniversario significativo puso el foco sobre América Latina: los
500 años de la llegada de Cristóbal Colón y sus marinos a la isla de Guanahani,
en el mar de Las Antillas.
Un aniversario polémico, interpretado de muchas maneras: la
tradicional y eurocéntrica del “descubrimiento”, la conciliadora del “encuentro
de dos mundos”, la rebelde de “¿500 años de qué…?” Juan Pablo II promovió la
conciencia de que se cumplían también 500 años de la llegada del Evangelio al
continente americano.
“Como latinoamericanos, habrán de celebrar esa fecha con una seria reflexión sobre los caminos históricos del Subcontinente, pero también con alegría y orgullo. Como cristianos y católicos es justo recordarla con una mirada hacia estos 500 años de trabajo para anunciar el Evangelio y edificar la Iglesia en estas tierras. Mirada de gratitud a Dios, por la vocación cristiana y católica de América Latina, y a cuantos fueron instrumentos vivos y activos de la evangelización. Mirada de fidelidad a vuestro pasado de fe. Mirada hacia los desafíos del presente y a los esfuerzos que se realizan. Mirada hacia el futuro, para ver cómo consolidar la obra iniciada” (discurso a la asamblea del CELAM, Puerto Rico, 9 de marzo de 1983).
Más adelante, al comienzo del III milenio, hablará para todo
el mundo cristiano de
“recordar con gratitud el pasado … vivir con pasión el presente y … abrirnos con confianza al futuro” (NMI, 1).
Pero, sobre todo, al recordar esos 500 años de
evangelización, plantea la necesidad de una Evangelización Nueva. “Nueva en su
ardor, en sus métodos, en su expresión” (discurso a la asamblea del CELAM).
Al otro día de su visita a Melo, el papa tomará en Salto el
tema de la Nueva Evangelización, dejando a toda la Iglesia uruguaya un programa
que sigue y seguirá vigente, porque está en la esencia de la misión de la
Iglesia y porque
“La evangelización es pues tarea de todos los miembros de la Iglesia. Todos los fieles, bajo la guía de sus Pastores, han de ser verdaderos apóstoles” (homilía, Salto, 9 de mayo de 1988).
Francisco asumió la propuesta para toda la Iglesia creando
el Dicasterio para la Nueva Evangelización.
Jóvenes, familias y viajes...
El despliegue de las propuestas y las acciones del papa ante
tantas realidades diferentes hace difícil ponerle uno solo de estos títulos:
“el papa de los jóvenes”, “el papa de las familias”.
Millones de jóvenes participaron de las Jornadas Mundiales
de la Juventud iniciadas en 1986. Se llegó a hablar de una “generación Juan
Pablo II”. Lo mismo puede decirse de los Encuentros Mundiales de las Familias
que comenzaron en 1994. Esas jornadas y encuentros fueron solo una parte de los
104 viajes apostólicos fuera de Italia.
Entre ellos tenemos que recordar las dos visitas a Uruguay.
La primera en 1987, con la Misa en Tres Cruces en ese Uruguay que estaba
reencontrando su vida democrática. El amigo regresó en 1988 y visitó allí también Melo, Florida
y Salto.
En Melo, el papa fue recibido con un discurso de Mons.
Roberto Cáceres. Muchos visitantes se sorprendieron gratamente al escuchar un
discurso cálido y fluido, sin papeles, dando la bienvenida a papa y presentándole
la realidad del trabajo en la zona, sin olvidar que en el cementerio cercano
descansaban los hombres y mujeres del trabajo de otras épocas. Los diocesanos
no se sorprendieron. Conocían la elocuencia de Mons. Roberto, presente en toda
la diócesis a través de sus programas en varias emisoras de radio. Sin embargo,
el propio Mons. Cáceres dio una explicación sobre el porqué de su discurso “sin
papeles”: “yo iba a escribir, pero después pensé… ¿y si me olvido de los
lentes? ¡qué papelón! Y así me decidí a decirlo, así nomás”.
El papa pronunció un breve pero profundo discurso. Recordó
que Jesucristo trabajó con sus manos y que el trabajo “es una dimensión humana
que puede y debe ser santificada”. Tampoco faltó su perspectiva antropológica,
subrayando la dignidad de la persona humana:
“Por medio del trabajo, la persona se perfecciona a sí misma, obtiene los recursos para sostener a su familia, y contribuye a la mejora de la sociedad en la que vive. Todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación, y cualquier trabajo honrado es digno de aprecio.”
Llamó también a “Instaurar una ‘civilización del trabajo’ (…)
una tarea que requiere la participación solidaria de toda la sociedad”.
Treinta años han pasado
Treinta años después ¿cómo valorar esta visita? Melo fue
fundada en 1795, al final del período colonial, para marcar la presencia de
España en la frontera con los dominios portugueses, que se habían ido
extendiendo paulatinamente a expensas de los españoles. Una frontera mayormente
seca o sin corrientes caudalosas y, por tanto, abierta. Lejos de Montevideo, no
era tampoco lugar de paso ¿hacia dónde? Se convirtió así en una zona
periférica, desde donde se iniciaron las revoluciones de 1897 y 1904.
Esta ciudad de los márgenes del Uruguay recibió la visita de
un papa mediático, ya con diez años de pontificado, aún vigoroso a pocos días
de cumplir sus 68 años. La visita hizo que Melo tuviera por unos segundos -lo
que queda finalmente en los informativos de la televisión- la atención del
mundo.
¿Y luego? Los años pasaron. El papa envejeció. Sus últimos
años estuvieron marcados por su lucha contra el mal de Parkinson y su férrea
voluntad de mantenerse en su servicio hasta el final de su vida, que llegó el 2
de abril de 2005.
En esos últimos años Melo contempló a la distancia a aquel
que un día aquí como amigo, trayéndoles el mensaje y la bendición de
Jesucristo.
Los griegos decían que no se podía decir de una persona que
había sido feliz hasta que llegara al final de su vida.
La muerte cierra un camino en la historia y permite que
aparezca en relieve el personaje histórico, el líder que participó en un cambio
de época. Así se fue dibujando la figura de Juan Pablo II en la memoria de los
hombres y el tiempo continúa magnificándola. Para la Iglesia su figura adquiere
otra dimensión: la santidad.
A su muerte, se oyeron las voces que decían “santo súbito”,
es decir, “santo ya”. La Iglesia, no obstante, siguió sus normas y sus
procesos. Benedicto XVI, es decir, Joseph Ratzinger, su cercano colaborador lo
beatificó el 1 de mayo de 2011. Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014.
Desde entonces, su figura nos acompaña como san Juan Pablo II, nombre al que
muchos agregan el sobrenombre de “el grande”.
Invocamos la intercesión de este santo pastor. Que su
enseñanza nos siga acercando al encuentro con Jesucristo, a no tener miedo, a
abrir aún más las puertas de nuestro corazón al Redentor. Que, animados por el
encuentro con el Señor, recojamos una vez más el programa siempre vigente de la
Evangelización Nueva, nueva en sus métodos, nueva en su expresión… pero sobre
todo “nueva en su ardor” si, a medida que se va obrando, corroboramos más y más
la unión con Cristo, primer evangelizador (cf. Homilía 9 de mayo 1978, Salto).
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