jueves, 21 de junio de 2018

Juan el bautista: anuncio de lo nuevo (Lucas 1,57-66.80)







El jueves 21 de junio entró el invierno en el hemisferio sur. Todos nos preparamos para la estación fría. Sin embargo, hay un detalle que tiene que reconfortarnos. Las horas de sol, que venían acortándose cada día desde el comienzo del verano, de a poquito se irán haciendo más largas, hasta el 21 de diciembre, cuando se dé vuelta este proceso.

En el hemisferio norte sucede exactamente al revés. Empezó el verano y los días se irán acortando hasta el 21 de diciembre, donde volverán a alargarse al comenzar el invierno boreal.

En la antigüedad, los hombres llegaron a preguntarse si ese ciclo no se terminaría algún día y las horas de sol serían cada vez menos hasta que reinara la oscuridad completa.

Muchos pueblos celebraban una fiesta en el solsticio de invierno, cuando volvían a ver alargarse las horas de sol. Los romanos festejaban el Dies Natalis Solis Invicti, el día del nacimiento del sol invicto. Una fiesta religiosa, porque ese Sol era un dios que no había sido vencido por la oscuridad. Se celebraba el 25 de diciembre.

Esa fecha ya nos dice algo: es la de la Navidad cristiana. En el sur la celebramos al entrar el verano, pero en el norte es la entrada del invierno, cuando el sol vuelve a nacer, venciendo la oscuridad; por eso se eligió ese día.

Es posible calcular la fecha de la muerte de Jesús, porque ocurrió en una fiesta de Pascua; pero no conocemos el día de su nacimiento. Los evangelios no dan ningún dato. En diversos lugares del mundo cristiano se comenzó a celebrar en fechas diferentes, pero hacia el siglo IV la fecha del 25 de diciembre comenzó a prevalecer y se ha mantenido hasta hoy.

No hay que olvidar que esa elección tiene un carácter simbólico: Jesucristo es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Juan 1,9), la luz que vence a las tinieblas (Jn 1,5). La vieja fiesta pagana del nacimiento del sol invicto cede el lugar al nacimiento de aquel que es la Luz del Mundo, el verdadero sol… pero claro, eso funciona bien en el hemisferio norte, por todo lo que hemos explicado.
Pero al fijar la Navidad el 25 de diciembre, se fijan también otras fechas.

El evangelio de Lucas nos cuenta que cuando María recibe el anuncio del ángel de que ha sido elegida para ser la Madre del Salvador, se le dice también que su prima Isabel, la madre de Juan el Bautista está ya en su sexto mes.

Así, a partir de dar la fecha del 25 de diciembre para el nacimiento de Jesús, ubicamos las otras dos:
  • 24 de junio, seis meses antes de Jesús, nacimiento de Juan el bautista. Es, precisamente, la fiesta que vamos a celebrar el próximo domingo.
  • 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad, y tres meses antes del nacimiento de Juan, la anunciación.

En el evangelio de Juan (3,31) Juan el Bautista dice de Jesús “es necesario que él crezca y que yo disminuya”. Por eso, se celebra el nacimiento de Jesús cuando -recordemos, en el hemisferio norte- las horas de sol comienzan a crecer y el nacimiento de Juan cuando las horas de sol comienzan a mermar.

Juan el Bautista es un personaje realmente importante. El historiador judeo-romano Flavio Josefo lo menciona en su libro “Antigüedades Judías” (Libro 18, capítulo 5) y lo describe así:

un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud. Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar.
Aunque su explicación difiere de la que dan los Evangelios, Josefo dice también que fue mandado matar por Herodes.

Jesús tiene en muy alta estima al Bautista. Dice de él que “es más que un profeta” (Lc 7,26) y, más aún: “entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan”; pero agrega: “sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc 7,28). Juan es como una bisagra, una línea divisoria entre la primera y la nueva alianza. Lo dice el mismo Jesús:
“La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Noticia del Reino de Dios” (Lc 16,16).

La Iglesia ha reconocido la importancia de Juan celebrando no sólo su muerte, su martirio, sino también su nacimiento. San Agustín subraya el carácter sagrado de esa celebración:
“él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo” (Sermón 293, 1-3, Oficio de lecturas de la Natividad de S. Juan Bautista).

En forma muy sintética, Agustín compara los dos nacimientos y su diferente significado:
Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen.
El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo;
la Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe.

[Juan] es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo.
Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos;
porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre.
Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre.
Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer;
queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. (Ib.)

Ser precursor… ir abriendo el camino a otro que viene detrás. Una misión difícil, pero esa es la misión del cristiano: mostrar a Cristo, indicar dónde está, facilitar el encuentro de los demás con Jesús… Ser la lámpara, sabiendo que la luz es Cristo. Ser la voz, sabiendo que la Palabra es el mismo Jesús. No ponernos a nosotros mismos en el centro, sino ponerlo siempre a Él. Así hizo Juan, así estamos nosotros también invitados a hacer, al presentar a Jesús. Disminuir, para que Cristo crezca.

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