miércoles, 13 de junio de 2018

El amanecer del Reinado de Dios (Marcos 4, 26-34).







El 22 de enero de 1901, a los 81 años de edad, murió la Reina Victoria de Inglaterra. Había reinado durante 63 años sobre el extenso imperio británico. Cuatrocientos millones de personas, un cuarto de la población mundial, a gusto o a disgusto, eran súbditas de la reina. ¿Cuántos grandes reinos ha habido en este mundo a lo largo de la historia? ¿Cuántos gobernantes soñaron y conquistaron un gran imperio? ¿Cuántos llegaron a dominar como señores absolutos, oprimiendo con su poder? (cf. Marcos 10,42)

Alrededor del año 30 de nuestra era, en Judea, provincia de la periferia del vasto Imperio Romano, el prefecto Poncio Pilato, instigado por las autoridades locales, condenó a morir crucificado a un galileo llamado Yeshúa de Nazaret. Hizo colocar en la cruz una inscripción con la causa de su condena: “el rey de los judíos”. Su muerte fue un alivio para quienes lo miraban como un incómodo alborotador que soliviantaba al pueblo con sus enseñanzas. Fue, en cambio, una gran desilusión para los que esperaban que él liberara al pueblo y restaurara el reino de Israel. Pero Jesús de Nazaret no venía para establecer esa clase de reino. Con él llegó a los hombres el amanecer del Reino de Dios o el Reino de los Cielos, como lo menciona el evangelio de Mateo.

Si buscamos en los evangelios cuántas veces habla Jesús del Reino de Dios, podríamos decir, sin exagerar mucho, que Jesús “no habla de otra cosa”. En Marcos, el evangelio más breve, aparece 13 veces. En Lucas, 21. En Mateo, 36. En el Evangelio de Juan, que se escribió mucho más tarde que los otros, sólo dos veces. En total, 63 menciones.

En el evangelio de Marcos, que es el que leemos en los domingos de este año, desde el comienzo Jesús anuncia “el Reino de Dios está cerca” y exhorta a sus oyentes a que se conviertan y reciban con fe esa Buena Noticia.

Jesús va más lejos y afirma que el Reino no sólo está cerca, sino que “ya está aquí”, “está en medio de ustedes”. Ya está aquí… pero ¿dónde? La forma de hablar de Jesús hace entender que no se trata de un lugar sino de una realidad misteriosa, en la que se conjuga la intervención de Dios y la respuesta de los hombres. Los estudiosos de la Biblia nos dicen que la palabra más adecuada no sería “reino”, que da la idea de un país gobernado por un rey o una reina (el reino de España o el Reino Unido). La palabra más acertada sería “reinado” que es la acción de reinar, el ejercicio del poder que tiene el rey, el cumplimiento de su voluntad… ¿qué pedimos en el padrenuestro…? “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Este domingo escuchamos dos breves parábolas con las que Jesús explica cómo comienza ese Reino o Reinado de Dios, cómo crece y cómo llega a su plenitud.
«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».
Las dos parábolas empiezan por una semilla; la segunda tiene una característica especial, que es la de ser la semilla más pequeña, la de la mostaza.

La semilla plantada nos dice que el Reino no es un proyecto, un sueño o una utopía, algo que todavía no tiene lugar… es una realidad que ya está presente, que tiene dentro de sí todas las posibilidades de crecer, que todavía no ha llegado a su plenitud, pero que está germinando, creciendo, despuntando tallos y hojas y un día llegará a su total cumplimiento, y aparecerá un mundo nuevo.

Prestemos atención también a los finales. La primera parábola nos habla del momento de la cosecha, el tiempo de recoger los frutos. Allí entra la hoz; los frutos se recogen, pero el resto quedará seco y caduco y será desechado. Hay cosas que no tienen sentido en la historia: aquellas que se oponen al proyecto de Dios. La hoz -el juicio de Dios- las dejará fuera.

La segunda parábola tiene un final con sentido totalmente positivo. La semilla más pequeña dio origen a una planta grande, con ramas como las de un árbol, donde los pájaros pueden venir a protegerse. “Los pájaros del cielo” puede entenderse como toda clase de aves. El Reino no está cerrado a un único grupo o a un pueblo determinado, sino que está abierto a hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo o nación.

Así estas parábolas nos presentan dos aspectos del Reino y de su transformación de la historia.
La primera nos habla del Reino de Dios como don, como algo que Dios hace crecer en el corazón de la humanidad, en el corazón del mundo… en el padrenuestro pedimos “Venga tu Reino”, precisamente pidiendo que Dios reine, que Dios actúe, que venga a nosotros esa fuerza a la vez humanizadora y divinizadora de nuestra vida.

La segunda comparación pone de manifiesto la fuerza escondida en lo pequeño. El más pequeño gesto, hecho con amor, tiene la fuerza de la minúscula semilla de mostaza, la capacidad de generar vida.
Un escriba, un entendido de la Palabra de Dios, después de haber escuchado a Jesús le dijo: «Maestro; tienes razón al decir que el Señor es el único Dios y que no hay otro fuera de Él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». A eso, Jesús le respondió “no estás lejos del Reino de Dios” (Marcos 12,32-34).
¿Por qué Jesús no le dijo “has entrado en el Reino de Dios”? Tal vez para invitarlo a pensar que aún le faltaba algo… tal vez lo que le faltó y nos puede faltar a nosotros sea precisamente pedir de Dios la fuerza para vivir así, para amar así, de modo que cada pequeño o gran gesto que hagamos pueda estar lleno de ese amor y manifieste que el Reino de Dios ha llegado y está en medio de nosotros.

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Más sobre la parábola del grano de mostaza (en el evangelio de Mateo, ciclo A)





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