jueves, 12 de septiembre de 2019

“Corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (Lucas 15,1-32). Domingo XXIV del Tiempo Ordinario.







Corría el año 1978 cuando al conductor  de un programa radial de Montevideo, dedicado a pasar viejos éxitos musicales  se le ocurrió organizar una fiesta con música de los años 60 y 70. Era la víspera del 25 de agosto, fiesta de la independencia. Así nació “La noche de la nostalgia”. Su creador registró el nombre como marca, pero se hizo tan popular que, en el año 2004, el parlamento estableció por ley  la denominación de la “Noche de la Nostalgia” a la noche del 24 de agosto.

Como todos los años, el pasado 24 se vivió la preocupación de muchos por que la fiesta tuviera final feliz, sin ningún episodio luctuoso; pensando, sobre todo, en prevenir accidentes de tránsito.
Sin embargo, hubo una muerte no prevista; posiblemente inevitable, ya que se trató de la muerte súbita de una bebé  que quedó a cargo de su hermana de 12 años, mientras su madre salió a trabajar en la noche. Había en la casa otros dos hermanos más chicos y nadie más. No había padre. La madre dijo que se había decidido a salir “porque estaba sin plata”.
La muerte de la bebé desencadenó todo un proceso. En algún momento apareció el padre. Le preguntaron si no contribuía al menos con una pensión alimenticia. Contestó que “la madre sabía que podía pedirle si necesitaba algo”. Más o menos como en el tango Mano a mano:
si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo,
pero tal vez no tanto como esto:
acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo
pa'ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión.
Este domingo el evangelio nos presenta la parábola conocida como el hijo pródigo, que trata de un muchacho que abandonó la casa paterna para encontrarse muy pronto en una situación de dificultad extrema:
el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
La parábola sigue vigente, porque siempre hay un hijo que se va de casa, no en las condiciones deseables, para empezar su propia vida, sino rompiendo el corazón de quienes lo aman.
Sin embargo, en algunas familias del Uruguay de hoy el que se ha ido de la casa es el padre.
No sólo se ha ido, lo que puede entenderse por distintas razones, sino que muchas veces se ha desentendido, no solo de una esposa o compañera con la que ya no se quieren, sino también de los hijos que juntos trajeron al mundo… y eso ya es otra historia.
Cada noticia de un papá ausente, como el que ya no estaba en esa casa, ni en la Noche de la Nostalgia ni en ninguna otra, agrega un “sesgo de confirmación” a la idea de que el padre “no sirve para mucho” o “no sirve para nada”. La imagen del padre está muy desvalorizada.

No es fácil vivir la paternidad. Yo conocí a mi padre, pero él no conoció al suyo, de modo que no tuvo ningún modelo para seguir. Aun así, formó una familia y lo vimos junto a nuestra madre hasta que la muerte los separó. He visto a otros hombres, dentro de mi familia y mis amigos, que han sabido ser verdaderos padres para sus propios hijos, pero también para hijos ajenos, con los que a veces empezó la experiencia de paternidad, antes de tener los propios.

El rol del padre no es sólo el de ser proveedor. Ese es un rol que puede ser compartido y aún sustituido por el trabajo de la madre. Mucho más que eso, así como varón y mujer se complementan para engendrar una vida nueva, así también tienen que seguir complementándose para cuidar con amor de ese ser que han traído al mundo. Los seres humanos nacemos con una fragilidad notable. Necesitamos muchísimo cuidado desde el principio. Pensemos solamente el poco tiempo que necesita un potrillito para estar de pie y salir trotando y, en cambio, cuántos meses necesitamos nosotros para que nuestras piernas estén firmes y podamos dar nuestros primeros pasos vacilantes… y eso no quiere decir que allí ya no haya que cuidarnos tanto, sino todo lo contrario…

Proteger la vida… pero también educar. En los libros de pedagogía suele aparecer en el primer capítulo el origen de la palabra educación, con dos posibles raíces latinas: educare y exducere. educare tiene relación con todo lo que es criar, nutrir, alimentar. Desde luego, no solo desde el punto de vista físico, sino también en el aspecto afectivo, intelectual y espiritual. Todo lo que la madre y el padre pueden dar a su hijo.

Es muy interesante también la otra raíz: exducere que nos habla de sacar, llevar o conducir desde dentro hacia afuera. Esto significa ayudar al hijo a descubrir y a poner en acto sus capacidades, a desarrollar las diferentes posibilidades que tiene dentro.
Muchas veces los padres tienen sus expectativas respecto a sus hijos y tratan de alimentarlos para ese resultado que esperan alcanzar… pero los hijos traen sus propias capacidades e inclinaciones, que hay que descubrir, valorar y ayudar a que emerjan, a que salgan para su plena realización… aunque sean muy diferentes de las que sus padres esperaban…

Pero hay algo único, especial, que solo la madre y el padre pueden dar y es el amor propio de cada uno de ellos. Amor de madre y amor de padre.
El Padre de la parábola es un padre amoroso. Cada día esperaba el regreso del hijo que se había marchado, hasta que se produjo y entonces...
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
Pero ese amor también está dirigido al otro hijo, el mayor, el que tampoco ha sabido reconocer el amor de su padre. Cuando ese hijo no quiere entrar a celebrar la vuelta de su hermano, el padre sale a buscarlo y le dice:
“Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
Ése es el Padre Dios. Ése es el Padre que no abandona a sus hijos.
Del amor de ese Padre nos habla el Papa Francisco, recordando que
En su Palabra encontramos muchas expresiones de su amor:
(…) a veces se presenta como esos padres afectuosos que juegan con sus niños: como lo describe el profeta Oseas: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla» (Os 11,4).
A veces se presenta cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente a sus hijos, con un amor entrañable que es incapaz de olvidar o de abandonar: como dice por boca de Isaías: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin enternecerse con el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49,15). (Christus vivit, 114.)
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Dios no se olvida de nosotros.
No nos olvidemos nosotros de aquellos que queremos o deberíamos querer más.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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