jueves, 19 de septiembre de 2019

El administrador deshonesto (Lucas 16,1-13). XXV Domingo del Tiempo durante el año.





El administrador citó, de a uno, a los deudores de su patrón. A cada uno le mostró el vale que había firmado reconociendo su deuda. En su presencia, hizo otro por una cantidad menor y rompió el antiguo. Más o menos así podríamos interpretar lo que cuenta Jesús en una de las parábolas más extrañas del evangelio:
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" "cien batos de aceite", le respondió.
El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota cincuenta".
Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "cien coros de trigo", le respondió.
El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota ochenta".
Posiblemente estas deudas vinieran de una relación de aparcería: los deudores trabajaban en las tierras del señor y debían darle parte de su cosecha.
Batos y coros son medidas hebreas antiguas. Son cantidades grandes. Cien batos serían más o menos 3.500 litros de aceite. Este deudor tiene a su cargo un olivar importante. El administrador le hace un descuento de 50% de lo que debe.
El otro deudor planta trigo y debe cien coros de grano. No es una medida de peso, sino de capacidad. Equivale a unos 350 litros. En trigo con buen peso promedio, un coro pesaría unos 280 kilos. 100 coros serían 28 toneladas de trigo. Un productor de trigo de hoy esperaría cosechar 4 toneladas por hectárea… no serían los resultados de aquella época en una tierra sin grandes extensiones cultivables y con dificultades de riego. Este deudor seguramente trabaja sobre bastante más que siete hectáreas. El descuento del 20% de su deuda es una quita importante.
Nosotros nos podemos perder entre estos números y sus equivalencias, pero imaginemos a los oyentes de Jesús. Para ellos esas medidas y cantidades son familiares y se dan cuenta de que el administrador está haciendo grandes favores, rebajando esas deudas.

¿Y todo esto por qué? Vayamos al comienzo de la parábola:
Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto".
El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!"
Viéndose a punto de perder su trabajo, el administrador puso manos a la obra para hacerse de amigos y lo hizo de la forma que hemos visto: rebajando las deudas de algunos de los deudores de su señor. Su objetivo era claro: tener quienes lo reciban en sus casas, porque pronto él se verá en la calle. La parábola concluye narrando que:
el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente.
A esto, Jesús agrega un consejo:
Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte,
ellos los reciban en las moradas eternas.
Esto último que dice Jesús nos pone a los oyentes en situación de administradores. Si pensamos que lo que tenemos es nuestro y únicamente nuestro, estamos olvidando quién es el verdadero dueño y señor de todo lo creado: Dios, el mismo Creador. Nosotros hemos recibido esos bienes y nuestra tarea es administrarlos. ¿Qué se espera de un administrador?
“Lo que se espera de un administrador es que sea fiel” (1 Corintios 4,2)
dice San Pablo.

¿Fieles a quién? Al dueño de los bienes para el cual trabajamos. Fieles a Dios. El problema se presenta cuando olvidamos de quién hemos recibido los bienes, cuando consideramos “esto es mío y solo mío”. Allí ya no servimos a Dios: servimos al dinero.
Jesús llama a utilizar todo lo que hemos recibido de Dios con desapego y generosidad, atentos especialmente a los menos favorecidos. Ese será el tema de la parábola del pobre Lázaro, que Jesús cuenta a continuación de ésta y que escucharemos el domingo siguiente. Al llegar a la morada eterna, el rico, que fue indiferente al pobre que estaba a su puerta, se encontrará en un lugar de tormento, separado totalmente de Lázaro, que está junto al Padre Abraham en la presencia de Dios. El rico no administró sus bienes de manera apropiada para ser recibido por el pobre Lázaro en la morada eterna.

Jesús habla de usar “el dinero de la injusticia”. La injusticia es la condición inhumana en la que sobreviven muchos seres humanos, que ocupan la mayor parte de su día en conseguir su escaso alimento, agua potable y leña; que no tienen una vivienda decorosa, ni adecuada atención de salud ni posibilidades de educación.
Las Naciones Unidas marcaron objetivos de desarrollo sostenible para el año 2030.
Los cuatro primeros son: el fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar y educación de calidad.
El mundo está lejos de alcanzar esas metas y, a pesar de algunos avances, ha experimentado retrocesos causados por las guerras, los desastres naturales y los daños ambientales. El Papa Francisco nos ha llamado a asumir nuestra responsabilidad en el cuidado de la Casa Común, recordando que
“los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”. (Laudato Si')
En la segunda lectura de este domingo, Pablo exhorta a
que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.
En Uruguay (y el mismo día en Argentina) pronto tendremos elecciones nacionales. No olvidemos que estamos eligiendo administradores de los bienes de nuestros pueblos, de los bienes que hemos recibido de Dios. Quienes se postulan a los diferentes cargos nos han presentado a los ciudadanos una solicitud de empleo. Nuestros impuestos pagan sus sueldos: trabajarán para todos nosotros. Recordemos que son seres humanos; todos tienen errores o fallas, más o menos graves. No son mesías ni salvadores: no les pidamos lo imposible. Busquemos a quienes consideremos más capaces de cuidar los bienes de todos, sin dejar atrás a quienes caminan más lentamente en nuestro acelerado mundo. La seguridad, la defensa, la justicia, la recaudación impositiva son funciones que el Estado no puede delegar en nadie; pero el desarrollo necesita también de una buena educación, salud, empleo, cuidado del medio ambiente. ¿Qué nos proponen los candidatos? Y, sobre todo ¿Qué podemos esperar realmente?

Finalmente, la palabra “administrador” en el Nuevo Testamento se refiere también a la administración de los bienes espirituales. Nos toca especialmente a todos los que tenemos un ministerio en la Iglesia, ya sean ministros laicos o ministros ordenados: diáconos, sacerdotes, obispos; pero también a todo fiel cristiano, como dice la carta de Pedro:
“Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4,10).
Amigas y amigos, miremos los bienes materiales y espirituales que hemos recibido. No se nos han dado para que los guardemos bajo el colchón, sino para que los utilicemos inteligente y, sobre todo, amorosamente, en el servicio a Dios y a nuestro prójimo.
Gracias por su atención; que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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