jueves, 18 de mayo de 2023

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20). Ascensión del Señor

La tierra de Jesús, llamada Palestina, en tiempos del Imperio Romano estaba dividida en tres provincias: al sur, Judea, donde estaba el Templo de Jerusalén; en el centro, Samaría y al norte, Galilea. Allí se encuentra Nazaret, donde vivió Jesús. Cerca está Cafarnaúm, junto al mar de Galilea. 

El evangelista Mateo recuerda que, desde tiempos antiguos, esta región era llamada “Galilea de las naciones”, una tierra con muchos habitantes que no pertenecían al Pueblo de Dios. Más aún, el profeta Isaías, citado por Mateo, describe a la gente que vivía allí como “el pueblo que se hallaba en tinieblas” (cf. Mateo 4,15-16). 

En Galilea empezó Jesús su misión y allí llamó a sus primeros discípulos: cuatro pescadores.

Algunos momentos importantes de la actividad de Jesús se desarrollaron en distintas elevaciones. En un monte, cerca del Mar de Galilea, Jesús proclamó las Bienaventuranzas (cf. Mateo 5, 1-12). A la hora de orar, de encontrarse con el Padre, se retiraba a un monte (cf. Mateo 14, 23). En un monte recibe a las multitudes y cura los enfermos (cf. Mateo 15, 29).

Hoy escuchamos el final del evangelio de San Mateo. El relato comienza así:

En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. (Mateo 28,16-20)

Se trata de Jesús resucitado. Los discípulos son once, porque ya no está Judas. Jesús los cita en Galilea, en un monte, lo que anuncia que va a suceder algo significativo, algo importante.

El hecho de encontrarse de nuevo en Galilea tampoco es casual. En el mismo lugar donde Jesús comenzó su misión, comenzará la misión de los discípulos:

“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mateo 28,16-20)

Aunque Jesús más de una vez recibió a personas que no pertenecían a su pueblo, el manifestó

«Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel». (Mateo 15,24)

Ahora, desde esta Galilea de las Naciones, envía a sus discípulos “a todos los pueblos”. Ese envío transforma a los discípulos en apóstoles. Apóstol significa “enviado” y el envío lo hace Jesús. Al extenderse la Iglesia, al formarse nuevos discípulos, los apóstoles y sus sucesores serán quienes envíen, quienes confieran la misión a otros.

La misión no se reduce a dar a conocer una doctrina o reunir adherentes. Jesús pide que los nuevos cristianos sean discípulos suyos, es decir, que hagan un camino de relación con Él, un camino semejante al que hicieron las personas que, de diferentes maneras, estuvieron con Jesús; algunas, acompañándolo; otras, recibiéndolo en su casa, ayudándolo pero, unas y otras, escuchándolo y buscando vivir cada día su Palabra.

Un paso importante, necesario, en el seguimiento de Jesús es recibir el bautismo. Jesús indica a sus discípulos que bauticen “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Siguiendo ese mandato, desde entonces se celebra este sacramento diciendo primero el nombre de quien va a ser bautizado y a continuación “yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Respondiendo a la predicación de los apóstoles, muchos se hicieron bautizar. Desde los primeros tiempos lo hicieron así familias enteras: padres e hijos. A partir de allí comenzó la costumbre de bautizar a los hijos recién nacidos de familias cristianas. Los bautismos de adultos se fueron haciendo raros. No es así en nuestro tiempo. La semana pasada estuve en una parroquia reunido con un grupo de catequesis de adultos, donde varios de sus integrantes no estaban bautizados y se están preparando para recibir la iniciación cristiana completa: bautismo, confirmación y comunión. Después de una conversación con ellos me contaron que se sentían muy emocionados frente a eso y me preguntaron cómo me sentía yo. Les expresé ante todo mi alegría por esa decisión que habían tomado y esa preparación cuidada y prolongada que venían haciendo. También les manifesté mi esperanza de que siguieran integrándose y participando en la vida de la comunidad y que la fe que los movía a dar este paso estuviera presente en todos los aspectos de su vida.

Porque Jesús, además de decirle a sus discípulos que bauticen, indica que enseñen a cumplir todo lo que Él les ha mandado. El discípulo sigue a Jesús buscando vivir cada día su Palabra, buscando que el Evangelio empape su vida y modele sus acciones, sus actitudes, sus pensamientos y sus sentimientos.

A este envío de Jesús sigue una hermosa promesa de Jesús, que nunca debemos olvidar:

Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo. (Mateo 28,16-20)

Así concluye el evangelio según san Mateo. Nos queda claro que Jesús envía a sus discípulos en misión: a los Once ayer, a todos nosotros, cristianos, hoy, 

Y nos queda claro que Él va a seguir presente. 

El evangelista no nos habla de una ascensión al Cielo. Eso lo encontramos en Marcos:

Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. (Marcos 16,19)

En la Misa de hoy, nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, en la primera lectura:

“… los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.” (Hechos 1,1-11)

La promesa de Jesús de “estar con nosotros”, que nos presenta el evangelista Mateo, es el cumplimiento de lo que se dice en el anuncio del nacimiento de Jesús, al comienzo del evangelio:

"La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa «Dios con nosotros». (Mateo 1,22-23)

Jesús seguirá presente, pero ya no como lo conocieron los primeros discípulos. Resucitado, está sentado a la derecha del Padre. Su presencia constante y consoladora se realizará a través de su Espíritu, que conduce a la Iglesia, la comunidad de discípulos.

El Espíritu Santo, enviado por Cristo y el Padre, realiza la remisión de los pecados y santifica a todos los que, arrepentidos, se abren con confianza a su don.

Por el Espíritu, Jesús está presente como Resucitado y se manifiesta en la Palabra y en los Sacramentos, en la acción constante e interior del Espíritu Santo.

Jesús, resucitado, glorioso, está sentado a la derecha del Padre pero, igualmente, está todavía y siempre con nosotros. Es de Él de donde viene a nosotros la fuerza, la perseverancia y la alegría: de la presencia de Jesús entre nosotros, con el poder del Espíritu Santo.

Preparémonos, entonces, a celebrar en esta fe, el próximo domingo, el acontecimiento de Pentecostés y pidamos que nuestros corazones estén siempre abiertos para recibir el don del Espíritu Santo que el Señor sigue entregando a sus discípulos.

En esta semana

  • Hoy se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. El Papa Francisco nos ha entregado un mensaje titulado: Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)
  • También este domingo, a las 17 horas, en la Catedral de Canelones, celebración de las Bodas de Oro sacerdotales de Mons. Alberto Sanguinetti, nuestro Obispo emérito.
  • Mañana, lunes 22 de mayo, recordamos a Santa Rita de Cascia, una santa especialmente querida por nuestro pueblo. Casada con un hombre violento, logró llevarlo a la reconciliación con Dios.
  • María Auxilio de los cristianos: esta advocación especialmente asociada con la familia salesiana, nos convoca el miércoles 24. El colegio de las salesianas en Canelones y varias capillas de la diócesis están bajo su patronazgo.
  • El sábado 26 recordamos a San Felipe Neri, fundador del Oratorio, lugar de oración e irradiación de la fe en la Roma del siglo XVI.

Y esto es todo por hoy. Gracias, amigas y amigos por su atención: que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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