domingo, 7 de mayo de 2023

La beatificación: compartiendo vivencias y pensamientos.

“Dies Natalis”

Amigas y amigos, hermanas y hermanos:

Vengo del Estadio Centenario, donde acabo de participar en la ceremonia de beatificación de Jacinto Vera, el primer obispo del Uruguay.

Vengo con el corazón lleno de emoción por todo lo vivido… por todo lo que se removió dentro de mí, con el recuerdo de muchas personas y circunstancias que esta celebración me evocó, sobre todo porque sentí que muchas de eso se iluminaba.

Traigo estampadas en la retina muchas imágenes… sobre todo la del Pueblo de Dios, allí presente, nuestra gente, celebrando, participando con alegría y entusiasmo. Me hace pensar que a casi 150 años de la muerte Jacinto, el pueblo se vuelve a reunir como se fue reuniendo desde el 6 de mayo de 1881 hasta el día de su sepelio para darle su último adiós. Nosotros nos hemos reunidos para saludar el día de su partida, convertido ahora en el día de su nacimiento a la vida eterna, su dies natalis. Y esto solo es posible cuando el cariño sigue vivo, transmitido de generación en generación, recuperando memorias y raíces.

Veo en el teléfono muchos mensajes con saludos y felicitaciones de personas que hubieran querido estar allí. 

Bueno: para todos, para los que estuvimos y queremos compartir unos con otros nuestras vivencias y para los que no pudieron estar pero estuvieron de corazón quiero dejarles algunos pensamientos y sentimientos.

Saliendo a la cancha

La decisión del lugar de esta celebración fue una decisión difícil, que correspondió a la Iglesia de Montevideo, como diócesis anfitriona. Los lugares cerrados propios, como la Catedral o el santuario del Cerrito de la Victoria no eran suficientes para acoger a todos los que quisieran participar.

Pero un lugar abierto siempre tiene riesgos. Todos sabemos que en Uruguay es así: te puede llover cualquier día del año. A medida que se acercaba la fecha ¡ay! todos rezábamos y mirábamos los pronósticos del tiempo, que iban cambiando… que sí, que no… que llovía, que no llovía… Es que para participar todos tuvimos que organizarnos y tomar decisiones: pensemos solamente en las comunidades que venían de más lejos, las comunidades con mucha gente mayor.

El Estadio Centenario, monumento del fútbol mundial, es un lugar querido por todos los uruguayos. Un lugar hecho para eventos deportivos, que ha recibido también espectáculos artísticos para un público numeroso; pero también un lugar donde la Iglesia Católica celebró un Congreso Eucarístico Nacional y donde san Juan Pablo II presidió una celebración de la Palabra en su segunda visita, en 1988.

En hora oportuna, con Mons. Collazzi, obispo de Mercedes, nos fuimos caminando desde el Hogar Sacerdotal hasta el Estadio. Ubicamos nuestra puerta de entrada, nos revestimos con nuestras sotanas de obispos, como correspondía a la fiesta que íbamos a celebrar y salimos a la cancha. Bueno, a la cancha misma no, porque el césped no se puede pisar, pero la fuimos bordeando.

Dios midió la lluvia

Frente a nosotros estaba la Tribuna Olímpica, el espacio reservado para el público de nuestro acontecimiento. Me impresionó ver que ya había mucha gente, que ocupaba espacios de la platea y de los tres anillos que la rodean. Era temprano y la gente ya estaba allí, muchos con el paraguas abierto, porque lloviznaba, en forma intensa en algunos momentos. Gente precavida y dispuesta, en el mejor sentido, a “hacer el aguante”, frente a lo que viniera.

Al final de la celebración y pensando como la lluvia vino y se fue varias veces, me acordé de un refrán que repetía Mons. Marcelo Mendiharat, que fue obispo de Salto y que en su infancia y juventud trabajó en el campo. Don Marcelo decía: “Dios mide el viento para la oveja recién esquilada”. O sea: no le saca el viento a la oveja y a nosotros no nos sacó la lluvia, sino que la midió, para que la pudiéramos soportar.

Es cierto que nos hubiera gustado una tarde de sol y de cielo esplendoroso… pero tal vez debía ser así la beatificación de Don Jacinto, para que viviéramos apenas algo de sus peripecias con las dificultades climáticas, sin llegar a las fuertes humillaciones que él supo sobrellevar a lo largo de la vida, en el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas, sin perder ni la paz… ni el buen humor. Más de una vez le tocó confrontarse con las fuerzas de la naturaleza, en un Uruguay donde faltaban caminos, faltaban puentes y no había más remedio que meterse en el agua o en el barro para seguir la marcha de la misión.

En este tiempo en que “sacrificio” significa algo que quisiéramos evitar, el haber compartido juntos la zozobra -soportable- de la lluvia nos invita a pensar que sí, que se puede dejar la comodidad del nido seco y calentito cuando hay cosas que nos reclaman salir, porque lo valen.

Canelones presente

Voy para adelante y vuelvo para atrás. Cuando llegué frente a la tribuna traté, ante todo, de ubicar a la gente de Canelones. En el primer anillo había un cartel grande, que decía, con mayúsculas: CATEDRAL DE CANELONES. Me divisaron y nos saludamos a la distancia. En la platea, después, me encontré con varios diáconos y sacerdotes de la diócesis, que me señalaron los lugares donde estaban sus comunidades, ya mucho más arriba. Entre ellos estaba el P. Miguel Ángel Malesani… y supe después que estuvo también el P. Lucio Escolar. Los dos mayores dentro de nuestros presbíteros no quisieron faltar.

Vida en abundancia

En distintos momentos de la celebración me emocioné mucho. Hubo una canción que me llegó especialmente, porque me trajo muchos recuerdos. La letra dice “Yo vengo… a traerles vida; vida en abundancia; en abundancia”. Recordé las veces que cantamos esa canción en las Misas de la Fazenda de la Esperanza femenina, en Melo. Recordé especialmente a algunas personas y recé por ellas, para que nunca pierdan la Vida en abundancia que ellas encontraron en Jesús.

“Acuérdate de nuestros hermanos…”

Y a medida que pasan los años, el memento de los difuntos, es decir el lugar de la Eucaristía en el que hacemos memoria de los que han partido está cada vez más cargado de nombres: “Acuérdate también de nuestros hermanos que se durmieron en la esperanza de la resurrección…” Pensé en muchas personas queridas fallecidas recientemente o hace ya bastante tiempo, pero que están siempre en mi vida y en mi recuerdo. Entre los que nos han dejado recientemente: Beatriz Brites, laica consagrada y Mario Cayota, terciario franciscano. Dos laicos que vivieron, en distintas formas, un profundo compromiso eclesial.

La entrevista

En un momento me hicieron una entrevista directa al aire para Radio Oriental, con dos buenas preguntas: qué le dice Jacinto hoy a la gente de Iglesia y qué le dice hoy a todo el pueblo oriental.

¿Qué le dice Jacinto hoy a la Iglesia en el Uruguay? 

La misión, sin descanso

Podemos encontrar en su palabra y en su vida muchísimos mensajes valiosos. Lo primero que pienso es en la misión. Fue un obispo misionero y lo hizo en forma incansable, hasta el final de su vida. De él se dijo que se fue “con los zapatos al cielo”, como acertadamente tituló su biografía de Jacinto el P. Gonzalo Abadie. Ese irse con los zapatos significa el irse en plena actividad: como se decía en otros ambientes, “morir con las botas puestas”, como quien sigue en su tarea o en su lucha hasta el final.

Su testimonio misionero nos recuerda el llamado de san Juan Pablo II a emprender “una evangelización nueva” o el de Francisco a ser “Iglesia en salida”.

Organización... para la misión.

Un segundo aspecto en el que pienso es en la organización. El beato Jacinto -qué lindo es decirlo; todavía no me acostumbro- el beato Jacinto es considerado el padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay porque él la organizó. Fundó el seminario para que aquellos jóvenes uruguayos que se sintieran llamados al sacerdocio no tuvieran que irse, como tuvo que hacer él, a hacer sus estudios fuera del país, con muchas dificultades. Se preocupó por la formación permanente del clero, pero también de los laicos. Trajo comunidades religiosas. En sus visitas pastorales anunciaba la Palabra de Dios y administraba los Sacramentos, pero en los libros parroquiales dejaba varias indicaciones anotadas para una mejor organización de la vida parroquial.

La Iglesia en el Uruguay vive otro tiempo, otro momento histórico, pero sigue siendo todavía una Iglesia joven. Mientras que en otros países de América Latina hay diócesis que ya festejaron su cuarto centenario, Montevideo, nuestra primera diócesis, fundada en 1878, está cumpliendo 145 años.

El proceso sinodal que está viviendo la iglesia puede ayudarnos a repensar los caminos de la misión, los ministerios en la Iglesia, los destinatarios o, mejor, los interlocutores en el anuncio del evangelio y a encontrar los métodos nuevos, la nueva expresión para el mensaje y, sobre todo, para renovar el ardor, como nos decía san Juan Pablo II y, nada menos, volver siempre al encuentro con Jesucristo, porque 

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, como dice Francisco (EG,1).

¿Qué le dice Jacinto al Uruguay de hoy, a todo el pueblo Oriental? 

Tal vez, en cierto sentido, pero no en el buen sentido, la vida se le habría hecho más fácil si hubiera seguido los consejos del Viejo Vizcacha en el Martín Fierro: 

“Hacéte amigo del Juez; 
no le des de qué quejarse…
pues siempre es bueno tener 
palenque ande ir a rascarse.” 

Es decir: arrímate al poder, tomá partido, apoyate en un bando… pero eso hubiera sido, en aquellos tiempos de división y continuas guerras civiles, contribuir a la discordia y no a la paz. 

Los Obispos uruguayos publicamos hace casi 20 años un mensaje sobre cristiano y política, que empezaba recordando que la primera pertenencia del cristiano es a Jesucristo. Y esa pertenencia no me coloca en ningún bando partidario, sino en el de la verdad… pero la verdad de aquel que, en lugar de hacer bajar ejércitos de ángeles para rescatarlo y colocarlo en un trono de este mundo, eligió quedarse en el trono de la cruz y morir por todos los mortales.

Por aquellos años, en una visita pastoral a Bella Unión, en el consejo pastoral me contaron de los numerosos conflictos que se vivían en la ciudad y me manifestaron que, como cristianos, muchas veces se sentían como quien camina en medio de las balas de fuego cruzado llevando una flor en la mano. Podemos elegir cómo interpretar esa imagen ¿apenas como una ingenuidad, bonita pero suicida? Creo que Jacinto nos haría descubrir la fuerza de esa flor, la fuerza de ese instrumento frágil, vulnerable, pero, a la vez, tan potente. Allí estuvo la fuerza que lo sostuvo para rezar por sus perseguidores, bendecir y no maldecir y buscar la paz desde la verdad.

¡Cuántas cosas tenemos todavía para conocer y aprender de nuestro beato! Algo de eso hemos hecho como preparación a esta beatificación y seguramente ayudó para que en el estadio desde cada departamento nos juntáramos muchos, algunos miles, a pesar de la lluvia.

Conocerlo, dejando que nos hable como testigo de Cristo. En su homilía, el cardenal de Brasilia recordó las palabras de san Pablo VI: 

“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (EN 41).

A seguir con Jacinto

Animémonos, pues, a seguir conociendo la vida y el testimonio del beato Jacinto. Y también a pedir su intercesión. Yo lo hice durante la beatificación. No para mí, sino para algunas personas, muy concretas, que necesitan a Dios en su vida, que necesitan encontrar o reencontrar la Vida abundante que trae Jesús.

Y quiera Dios que un día toda la Iglesia que peregrina en Uruguay pueda alegrarse con otra celebración: la de su canonización.

Gracias amigas y amigos. Perdonen esta grabación un poco improvisada, pero sentí muy fuerte la necesidad de compartir con ustedes aunque más no fuera un poquito de todo lo que vengo sintiendo y sentí en esta celebración tan especial. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Beato Jacinto Vera: ¡ruega por nosotros!

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