viernes, 5 de mayo de 2023

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14,1-12). V Domingo de Pascua.

El "pequeño santoral" uruguayo

Amigas y amigos: la beatificación de Jacinto Vera nos da ocasión para recordar que Uruguay ya tiene, en su pequeño santoral, una santa y dos beatas
  • Santa Francisca Rubatto, nacida en Italia, se aquerenció en Montevideo, donde decidió permanecer hasta el fin de su vida, en 1904. Pidió ser sepultada “cerca de sus pobres” en lo que hoy es su santuario, en el barrio Belvedere. Fue canonizada por el papa Francisco el 15 de mayo del año pasado.
  • Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz nacieron en Montevideo, pero toda su familia se trasladó a España cuando eran niñas. Las dos hermanas se vincularon como laicas a la familia de las religiosas escolapias. Vivieron un profundo amor a Dios y al prójimo. Sufrieron el martirio en 1936, durante la persecución religiosa en España. Reliquias de ambas se veneran en la Catedral de Montevideo. Fueron beatificadas en Roma, en 2001, por san Juan Pablo II.
Hay otras tres causas de canonización iniciadas en Uruguay: las de 
  • Walter Chango, joven de la Acción Católica, que murió en 1939; 
  • el Dr. Salvador García Pintos, fallecido en 1956; 
  • y Rubén Isidro Alonso, el “Padre Cacho”, que nos dejó en 1992.
Por otra parte, no olvidemos que la beatificación de Jacinto Vera es un punto de llegada, pero también un punto de partida hacia la canonización.

Para el avance de su causa y cualquiera de las otras, es necesario un milagro.

Los milagros, frecuentemente la curación de una enfermedad contra todos los pronósticos médicos y sin ninguna explicación natural, son obrados por Dios. Creemos que quienes están junto a Dios pueden interceder, rogar por nosotros. A Jacinto Vera, o a Dolores y Consuelo o a los otros que están en proceso podemos pedirles su intercesión, confiarles nuestro pedido para que intercedan por nosotros ante Dios.

No siempre se trata de pedir un milagro. Para resolver muchas de nuestras dificultades, ponemos nuestro esfuerzo, nuestra inteligencia, nuestras capacidades y también nos confiamos a quienes pueden ayudarnos son su conocimiento o su habilidad… pero eso no quita que pidamos también la ayuda de Dios por la intercesión de sus santos o de aquellos que tienen iniciada una causa de canonización.
Tal vez recordemos estas estrofas en las que el gaucho Martín Fierro pide la ayuda de Dios y de sus santos:
Pido a los Santos del Cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
Vengan Santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.
(José Hernández, Martín Fierro, 2da. y 3ra. estrofas)

"No se inquieten"

Y ahora, pidamos al Señor que ilumine nuestras mentes y nuestros corazones para adentrarnos en el Evangelio de hoy.

El evangelio según san Juan ubica estas palabras de Jesús en la última cena. Es un momento de intimidad de Jesús con sus discípulos, marcado por la cercanía de la pasión. Es un discurso de despedida pero que, sin embargo, no busca preparar para la ausencia del Maestro, sino preparar para una nueva forma de presencia de Jesús y es también el anuncio de un reencuentro definitivo.

Jesús siente un gran peso en su corazón, que lo va a llevar a la angustia que se manifestará en su oración en el Huerto de los Olivos, que concluirá con su aceptación de la pasión y la cruz. El corazón de Jesús está inquieto, turbado, pero él se da cuenta de que también lo está el de sus discípulos y, por eso comienza diciendo:
“No se inquieten” “No se turbe su corazón” (Juan 14,1-12)
Se lo dice a ellos, pero también a nosotros, porque muchas veces nos vemos agitados, perturbados, inquietos frente a nuestros propios dramas, frente a todo aquello que sacude nuestra vida y nos pide una decisión difícil.
Pero Jesús no se limita a decirle a los discípulos “no se inquieten”. El ofrece dos remedios.
El primero es:
Crean en Dios y crean también en mí. (Juan 14,1-12)
Creer en Dios, creer en Jesús es, ante todo, confiar. Cuando no tengo confianza en el futuro, cuando no tengo confianza en quienes me rodean, cuando no tengo confianza en mí mismo; cuando llego a esa soledad desgarradora, allí, muy especialmente, tienen que resonar esas palabras de Jesús: “crean en mí”. 
Creer en Jesús, confiar en Jesús, porque de Él vendrá la ayuda que necesitamos. No para resolver nuestras dificultades de forma mágica, sin que tengamos que hacer nada. Él nos sostendrá en nuestras debilidades y nos ayudará a encaminar y potenciar nuestras fuerzas y nuestras capacidades. Todo eso, porque Él está vivo, está resucitado, se hace presente a nuestro lado y nos acompaña.

Pero hay un segundo remedio a esa turbación que ensombrece el corazón de los discípulos y, tantas veces, también el nuestro:
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. (Juan 14,1-12)
Nuestro fin no es la soledad, no es una casa vacía. No vivimos sin meta ni destino. Hay Alguien que nos espera y nos ha preparado nuestro lugar definitivo. Caminamos como peregrinos por este mundo, buscando el lugar al que pertenecemos. Sin embargo, aún el lugar más hermoso que hayamos podido encontrar y la casa más sólida que hayamos podido construir, no dejan de ser nuestra carpa y nuestro campamento: una habitación y un lugar provisorios, de paso, aunque estemos allí durante toda nuestra vida en la tierra. La casa y el lugar definitivo están junto a Jesús en la eternidad. Estamos hechos para eso: para vivir eternamente en la Casa del Padre. Para vivir para siempre en la alegría, en la comunión plena con Dios y con los demás, allí donde el corazón inquieto encontrará por fin descanso.

Ante esta promesa de Jesús, todavía no se calma la ansiedad de los discípulos. Tomás pregunta:
«Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?» (Juan 14,1-12)
Y así llega la respuesta definitiva de Jesús:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.» (Juan 14,1-12)
¿Cuál ha sido y cuál es nuestro camino en la vida? Tal vez ha sido, como decía el poeta, un “andar por huellas desordenadas”, por senderos que no conducen a ninguna parte, que no tienen más horizonte que este mundo, que nos cierran egoístamente sobre nosotros mismos… el camino de Jesús es el camino del amor humilde, de la oración, de la mansedumbre, de la confianza, del servicio a los demás. Como dice el papa Francisco, 
“no es el camino de mi protagonismo, es el camino de Jesús como protagonista de mi vida”. (1)

Noticias

  • El sábado 29 tuvimos un encuentro de la vida consagrada presente en nuestra Diócesis, contemplando a las “mujeres del alba”, es decir, aquellas que, con María Magdalena, fueron temprano al santo sepulcro y encontraron a Jesús Resucitado.
  • El Domingo 30, en la parroquia de San Ramón, el seminarista Sergio Genta recibió el ministerio de Acólito, paso importante en su camino al ministerio sacerdotal.
  • Ese mismo día en la tarde, se celebró en la iglesia Cristo Obrero, en Estación Atlántida, una Misa en memoria del P. Luis Díaz.
  • Hoy, domingo 7, los Obispos nos encontraremos en la Catedral de Montevideo para celebrar la Acción de Gracias por la Beatificación de Jacinto Vera. También habrá Misa de acción de Gracias en las parroquias de nuestra diócesis; en la catedral, además, veneración de las reliquias del nuevo beato.
  • El sábado 13 la parroquia San Isidro de Las Piedras celebra, en forma anticipada, su fiesta patronal. A las 16 horas, procesión y Misa que será presidida por Mons. Gianfranco Gallone, nuevo Nuncio Apostólico.
Y esto es todo por hoy. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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