jueves, 11 de mayo de 2023

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. (Juan 14,15-21). VI Domingo de Pascua.

Avanza el otoño en el hemisferio sur y sigue resonando en nuestros corazones todo lo vivido el sábado 6, en la beatificación de Jacinto Vera, un acontecimiento largamente anhelado por la Iglesia que peregrina en Uruguay, y que fue recordado por el Papa Francisco al día siguiente:

Vamos acercándonos al final del tiempo Pascual. El próximo domingo recordaremos la ascensión de Jesús a los Cielos y dentro de 15 días el acontecimiento de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió  sobre la Iglesia naciente.

El evangelio de hoy está tomado del discurso de despedida de Jesús, que san Juan ubica, precisamente, en el marco de la última cena y que introduce con estas palabras:

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. (Juan 13,1)

Ese amor hasta el extremo, que se cumplió cuando Jesús entregó su vida en la cruz, es la clave para comprender el discurso de Jesús.

Jesús comienza diciendo:

Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos (Juan 14,15-21)

Si estas palabras pueden parecernos una especie de reclamo, no olvidemos la clave: nos amó hasta el extremo. Si ahora nos reclama algo, es, ante todo, una respuesta. Responder a su amor, cumpliendo sus mandamientos. 

¿Cuáles son los mandamientos de Jesús? En primer lugar, son los que llevan la antigua ley a su plenitud. Eso lo hace Jesús por dos caminos, que podríamos llamar interiorización y extensión. Cuando Jesús comenta los mandamientos en el sermón del Monte, evangelio de Mateo, nos queda claro que no se trata solo de cumplirlos exteriormente, -que ya es algo- sino también de cumplirlos de corazón. No basta que no mates a tu hermano; tampoco lo mates en tu corazón. No basta con que no cometas adulterio; tampoco lo cometas en tu corazón. No te ayuda rezar, ayunar y dar algo a los pobres si lo estás haciendo solamente para que te vean: que eso quede entre tú y el Padre, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.

Por otra parte, las actitudes muy legalistas trataban de restringir el alcance de algunos mandamientos. Cuando Jesús deja claro que el primero de los mandamientos es el amor a Dios y el amor al prójimo, la pregunta del maestro de la Ley “¿Quién es mi prójimo?”, parece expresar la necesidad de delimitar, de marcar hasta dónde llega ese mandamiento. La respuesta de Jesús, la parábola del buen samaritano, borra cualquier frontera. Estamos llamados a cumplir el mandamiento del amor al prójimo, por decirlo al estilo artiguista, “en toda su extensión imaginable”, abarcando incluso a quienes nos rechazan: “amen a sus enemigos”, dice Jesús.

Y a todo esto, Jesús va a agregar un mandamiento propio:

Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. (Juan 15,12)

Esta consigna tiene dos notas: la reciprocidad (“unos a otros”) y una medida extraordinaria: “como yo los he amado”; es decir, hasta el extremo.

De todo esto se trata cuando Jesús dice “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”.

Pero Jesús no está solamente poniendo a prueba nuestro amor por Él… A continuación de “si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”, viene la gran promesa de Jesús: la promesa del Espíritu Santo, sobre la que volverá cuatro veces más (14,16 – 14,26 – 15,26 – 16,7 – 16,13):

Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad (Juan 14,15-21)

Prestemos atención a la dinámica de la Santísima Trinidad: el Hijo dice: “yo rogaré al Padre”. El Padre dará lo que el Hijo pide. Y el don que el Padre entregará es el Espíritu Santo. 

Aquí dice Jesús que el Espíritu Santo es “otro” Paráclito. Más adelante lo va a llamar simplemente “el paráclito”, pero aquí dice “otro”. Alguna vez ya explicamos esto. La palabra griega paráclito está formada por “para”, que significa “al lado”, “junto a” y “kletós”, que significa “llamado”. Paráclito es aquel que puedo llamar a mi lado -o que ya está junto a mí- para defenderme, consolarme, ayudarme en todas las dificultades. Hasta ahora, el “paráclito” para los discípulos ha sido Jesús. Él ha estado junto a ellos, cuidándolos, como él mismo le dice al Padre:

Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía ... (Juan 17,12)

Precisamente, porque Jesús vuelve al Padre, se hace necesario “otro paráclito” para cuidar de los discípulos. Pero ese paráclito será diferente en algo muy importante. Jesús es Hijo de Dios hecho hombre. Al asumir nuestra humanidad, el Hijo de Dios tomó también los límites de nuestro cuerpo: no podía estar en todas partes. El Espíritu Santo, en cambio, acompañará a los discípulos allí donde estén, en una Iglesia que comienza a extenderse por el mundo. Más aún, los acompañará desde adentro de cada uno de ellos. Dice Jesús, al prometer el Espíritu:

Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. (Juan 14,15-21)

Ustedes lo conocen: Jesús está hablando de sí mismo. Él tiene la plenitud del Espíritu Santo. Por eso, los discípulos lo conocen (aunque no se hayan dado cuenta todavía).

Pero Jesús agrega su promesa: “estará en ustedes”, es decir, estará dentro de ustedes. 

Son muchos los testimonios que encontramos en la Escritura sobre esa presencia del Espíritu Santo en nosotros. Tal vez la más bonita expresión es la que encontramos en la carta a los Romanos:

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. (Romanos 5,5)

Como decíamos al principio, dentro de quince días celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Será un momento oportuno, un tiempo de Dios para hacernos más conscientes del tesoro que llevamos en nuestro corazón, para acompañarnos y fortalecernos en nuestra vida de discípulos misioneros de Jesús.

Nuestro pasaje del evangelio concluye retomando la idea del principio: “si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”, pero ahora, acompañada de una hermosa promesa:

«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.» (Juan 14,15-21)

Para la agenda:

  • Este domingo 14 se celebra el Día de la Madre. Un día para agradecer y recordar a todas las mamás: las que nos gestaron y nos dieron a luz o a las mamás del corazón o a las que han vivido o viven la maternidad espiritual. Feliz día a todas ellas.
  • El lunes 15 recordamos a San Isidro Labrador, quien, con su esposa María Toribia, también llamada María de la Cabeza, vivieron santamente como esposos, padres, trabajadores y vecinos cuando la ciudad de Madrid era poco más que un pueblo de campaña, allá por el siglo XII. Isidro no solo es el patrono de Las Piedras, sino también de varias capillas y su imagen está en muchas de las iglesias de nuestra diócesis.
  • El martes 16 la familia orionita en Uruguay y Argentina recuerda a San Luis Orione, uno de los santos que en vida estuvo en nuestra diócesis, donde él mismo compró los terrenos donde se encuentran el santuario de la Virgen de las Flores y el Cottolengo.
  • El jueves 18 recordamos la Batalla de Las Piedras, un triunfo militar que se inscribe en el proceso de nuestra independencia y que tuvo lugar en el territorio de nuestra diócesis.
  • Finalmente, el domingo 21 estamos invitados a concurrir a la catedral, a las 17 horas, para participar en la celebración de las Bodas de Oro sacerdotales de Mons. Alberto Sanguinetti, nuestro Obispo emérito.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Beato Jacinto Vera interceda por sus necesidades y los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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