Llegamos hoy al último domingo, no del año civil, sino del año litúrgico. El próximo domingo será el primero de Adviento, con el que comenzará un nuevo año litúrgico.
En este domingo se celebra la solemnidad de Cristo Rey. Este año, esta gran fiesta se ubica exactamente un mes antes del comienzo del Año Jubilar 2025, es decir, un mes antes de la Nochebuena, momento en el que el Papa Francisco dará comienzo al Año Santo.
Más aún, estamos en el período de los 350 años de las apariciones de Jesús a Santa Margarita Alacoque, que ocurrieron a lo largo de 18 meses, desde el 27 de diciembre de 1673 a una fecha ubicada entre el 13 y el 20 de junio de 1675.
Es por eso que, de las lecturas de este domingo, retuve unas palabras sobre las que tal vez, en otro momento, no habría puesto especial atención:
El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén. (Apocalipsis 1,7).
Estas palabras, que suelen resumirse como “verán al que traspasaron”, se refieren aquí a Jesús resucitado, volviendo en su gloria al final de los tiempos. Jesús es el “traspasado”, de acuerdo a lo que nos cuenta el evangelio de Juan, en relación con la muerte de Jesús.
La crucifixión era una muerte lenta y torturante. Mientras el crucificado pudiera apoyar sus pies, todavía podría respirar, trabajosamente. En el momento en que ya no pudiera apoyarse, moriría por asfixia, al quedar colgado de sus brazos.
La crucifixión de Jesús y los dos malhechores que lo acompañaron se hizo un viernes, nuestro Viernes Santo. Las autoridades judías pidieron a Poncio Pilato que se acelerara la muerte de los condenados para que todo terminara antes de la noche, en la que ya comenzaba el Sábado, día sagrado. Es así que, siguiendo las órdenes de Pilato…
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y enseguida brotó sangre y agua. (Juan 19,32-34)
Esto parece una narración de simples hechos; pero Juan interpreta esos hechos desde la fe y desde la Escritura; por eso hace esta declaración solemne:
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. (Juan 19,35)
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ninguno de sus huesos".
Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Verán al que ellos mismos traspasaron". (Juan 19 36-37)
“No le quebrarán ninguno de los huesos” se refiere a la forma en que debía prepararse el Cordero Pascual. (Éxodo 12,46). Recordemos que, al comienzo de este evangelio, Juan el Bautista dio testimonio de Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
La segunda cita nos remite al libro del profeta Zacarías:
Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a un primogénito. (Zacarías 12,10)
Es Dios quien habla anunciando que derramaría “un espíritu de gracia y de oración”. La sangre y el agua que manan del corazón abierto de Jesús representan ese espíritu, el Espíritu Santo prometido por Jesús. Dios dice: “mirarán hacia mí” y después “en cuanto a aquel traspasado” harán duelo y llorarán por él. En cambio, en la forma de citar de Juan, la mirada va al traspasado, porque ahora se ha revelado quién es: el Hijo de Dios.
El profeta Zacarías anunciaba llanto y duelo ante el traspasado. Juan, en el Apocalipsis dice que “por él se golpearán el pecho todas las naciones de la tierra”. Los golpes en el pecho son expresión de arrepentimiento… es un gesto que hacemos al rezar “yo confieso”, reconociendo nuestros pecados: “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”.
Mirar al traspasado es mirar al redentor, al Cordero de Dios que, por medio de su sacrificio, quita el pecado del mundo y nos abre el camino hacia el reencuentro con Dios, hacia la reconciliación.
Pero mirando al traspasado, puedo también identificarme con Él, desde mi propio dolor, desde mis sufrimientos. Identificarme yo, con Él; pero también reconocer en Él al enfermo, al agonizante, al paciente de una dolorosa enfermedad crónica, a todo el que padezca de cualquier sufrimiento en la carne o en el espíritu.
Desde el sufrimiento, todos podemos contemplar en Jesús traspasado a quien carga con el dolor de otros, el servidor sufriente de los cantos de Isaías, anuncio de la pasión de Jesús:
Él ha sido herido por nuestras rebeldías;
molido por nuestras culpas.
El soportó el castigo que nos trae la paz
y por sus heridas hemos sido curados (Isaías 53,5)
En medio del desasosiego, de la incertidumbre y de la angustia, en Él encontramos nuestra paz, nuestro consuelo, para llevar a los demás, como Jesús, consuelo y paz.
El Papa Francisco, en su reciente encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús, nos recuerda desde el título porqué el corazón de Jesús fue traspasado: “Nos amó”. El corazón de Jesús es escuela de amor. Amor que toma la iniciativa y que va hasta el más completo don de sí mismo:
“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15,13)
Responder a ese amor solo es posible amando. Amando al Señor y amarlo en los traspasados de hoy.
San Carlos de Foucauld redactó una plegaria conocida como “oración de abandono”, en la que quiso plasmar el sentimiento de confianza de Jesús abandonándose en las manos del Padre. Contemplar al traspasado es recibir una invitación a vivir su misma confianza y abandono. No es un abandono en la nada, en el vacío: es ponerse, en los momentos de mayor adversidad, en las manos del Padre que nos ama, como hizo Jesús tantas veces y, en especial, en la noche de su entrega.
Abandonándose en las manos del Padre, Jesús va a su pasión, a su total entrega de amor y alcanza la resurrección. Él es nuestro Rey, al que nos unimos cuando lo amamos y amamos a nuestro prójimo. Nuestro Rey, al que esperamos contemplar un día para siempre y en cuyas manos ponemos hoy nuestro pobre corazón, para aprender de él a amar.
Elecciones Nacionales
Este último domingo de octubre es también el final del ciclo de elecciones nacionales. Oremos por nuestra Patria y por los gobernantes que serán electos, para que perciban las señales del buen Espíritu y pongan sus capacidades y energías al servicio del Bien Común.
En esta semana
Miércoles 27: Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, patrona de la parroquia de 18 de Mayo y de las capillas de Aguas Corrientes y Campo Militar, parroquia de Los Cerrillos y de Las Toscas, parroquia de Atlántida.
Sábado 30: San Andrés, Apóstol.
Domingo 1: en Santa Rosa será ordenado sacerdote Sergio Genta. Oremos por él para que sea un pastor según el Corazón de Jesús.
Gracias, amigas y amigos, por su atención: que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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