El 22 de octubre del año pasado se promulgó la Ley N° 18.897 que despenalizó la “interrupción voluntaria del embarazo” -el aborto- si se realiza dentro de las doce primeras semanas de embarazo y siguiendo un procedimiento que marca la ley y que regula luego el decreto reglamentario.
En este año, por iniciativa de ciudadanos de diferentes orientaciones políticas, filosóficas y religiosas, se presentaron ante la Corte Electoral las firmas necesarias para iniciar un camino que llevara, en un tercer paso, a que la ciudadanía fuera convocada a pronunciarse para mantener o derogar la ley.
Para llegar allí, nuestro sistema electoral establece un segundo paso, siguiente a la recolección de las firmas, donde es necesario que concurra a votar para interponer el recurso de referéndum al menos el 25% del electorado.
Esa etapa se cumplió en el día de ayer, 23 de junio. No se alcanzó el número de votos necesario para que la ley fuera sometida a referéndum. La ley, pues, permanece, y se cierra este camino para derogarla. No obstante, al no hacerse el referéndum, no hay un pronunciamiento popular por “sí” o por “no”. El tema puede ser replanteado en el Parlamento de darse en el futuro otras correlaciones políticas.
Más aún, y dado que muchos de quienes han votado la ley han manifestado que no quieren el aborto, es posible que haya voluntad en el Parlamento y en otros ámbitos de Gobierno para impulsar medidas de apoyo a las embarazadas que se encuentran en situaciones más difíciles, de modo que no tengan que recurrir al extremo de eliminar la vida humana que está creciendo dentro de ellas.
A quienes participaron en la instancia de ayer, con mucho empeño e ilusión, desde el simple acto de concurrir a votar hasta la colaboración para ayudar a los votantes a llegar a su circuito, permítanme agradecerles y felicitarlos, por haber sido coherentes con su convicción en la defensa de la vida o, al menos, por apoyar a que este delicado tema fuera sometido a una consulta democrática.
Para quienes piensen que el número de votantes fue pequeño, un sacerdote me recordaba hoy las palabras de Jesús: “El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó toda la masa” (Mateo 13,33). Los cristianos estamos llamados a ser “fermento en la masa”.
Por allí está el camino de la Iglesia: nuestra misión es anunciar el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús. En las palabras iniciales de su encíclica Evangelium Vitae, el beato Juan Pablo II nos decía: “El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas.”
El Evangelio de la vida es el anuncio del valor y el carácter inviolable de la vida humana. De la vida humana en todas sus etapas y situaciones, valor que tiene que ser afirmado más aún cuando esa vida está amenazada por la indigencia, la ignorancia, la violencia. También cuando, a partir de la concepción, una vida humana se inicia y se desarrolla en el seno de su madre, en la mayor dependencia, indefensión e inocencia.
Juan Pablo II, citando al Concilio Vaticano II, recordaba: “Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador” (Gaudium et Spes, 27, citado en Evangelium Vitae 3).
Los miembros del Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, la Diócesis de Melo, queremos seguir cada día más fielmente al Señor Jesús, anunciando el Evangelio.
Queremos seguir proclamando el valor de cada vida y trabajando, a través de la acción de todos los miembros del Pueblo de Dios, especialmente los laicos, insertos en el mundo, en la sociedad, como “levadura en la masa”, para que todos nuestros semejantes tengan vida digna y para que todos los que han sido concebidos encuentren su lugar en la mesa de la vida y puedan también unirse a la búsqueda del bien común. Queremos seguir contribuyendo en ese esfuerzo, junto a otras organizaciones de la sociedad, con nuestras obras educativas y sociales.
Finalmente, con nuestra palabra y nuestro testimonio, miramos hacia el corazón de cada uruguaya y de cada uruguayo, porque es allí donde se toman las decisiones que afectan nuestra vida y la de los demás. En este día en que recordamos el nacimiento del que señaló la presencia de Jesús entre los hombres, San Juan Bautista, pedimos al Señor que toque con su Gracia y con su Amor el corazón de cada persona, para erradicar toda sombra de egoísmo y violencia y ayudarnos a ser un pueblo de hermanos.
+ Heriberto A. Bodeant, Obispo de Melo
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