El próximo 23 de junio los ciudadanos de
este país estamos convocados para una importante consulta. Una vez más
expresaremos nuestra libertad y nuestra conciencia mediante el voto en
las urnas. Lo que vamos a expresar con nuestro voto es que quede sin
efecto la ley 18.987 que despenaliza el aborto.
Penalizar o despenalizar
En la vida en sociedad hay muchas
acciones que se penalizan. Pero el fin no es la pena. La pena sirve y
hasta puede ser útil cuando sirve para llamar la atención sobre lo
negativo de una acción cualquiera. Por ejemplo: las infracciones por
exceso de velocidad en la ruta, los atropellos a la propiedad privada,
las agresiones a la vida cuando se producen riñas o diversos crímenes.
Las penas también son frecuentes en el
fútbol, cuando un árbitro muestra tarjeta amarilla o roja, según la
gravedad de las acciones antideportivas. Sirven como advertencia o
sanción a un jugador. Muchas veces son los mismos gritos de los
partidarios de un equipo que reclaman que se sancione a un jugador que
ha cometido una falta. De esta forma se procura que el juego, cualquiera
sea el deporte, se desarrolle dentro de las reglas de lo que se
entiende como juego limpio. No se concibe que un deporte en serio
carezca de reglas; eso lo vemos hasta en los juegos infantiles cuando
los niños inventan un juego y están atentos a las trampas.
La pena es el lado negativo de un valor
que se quiere proteger. El valor fundamental que se pretende cuidar es
siempre la vida humana, ya sea que se trate de ofensas al honor, a la
propiedad privada o de una infracción de tránsito por exceso de
velocidad o luego de un test de alcoholemia que detecta niveles
excesivos como para conducir.
Con nuestro voto del próximo Domingo 23
de Junio, queremos reafirmar públicamente, ante el resto de la
ciudadanía, algo tan sencillo pero fundamental para una sociedad
civilizada. Que la vida humana, también la del ser humano más débil,
vale lo mismo que la de un niño, adolescente, joven, adulto o anciano.
Dentro de la panza de su madre es ya sujeto de derechos. A tal punto que
si su padre fallece, él es sujeto capaz de heredarlo, aunque tenga
pocas semanas.
Porque el valor de la vida no proviene de
que uno sea capaz de hablar o expresarse. Se lo decía hace pocos días
al periodista Giovanoni en una entrevista televisiva. Si si una persona
merece todo el respeto sólo cuando habla o se expresa en forma
coherente, podríamos entonces matar a un vecino molesto durante la noche
mientras duerme o a un borracho que dice incoherencias o a un enfermo
siquiátrico delirante.
La vida humana frágil es un valor muy
importante no sólo para la mamá o la familia, también para toda la
sociedad. Por lo tanto no se la puede dejar a la intemperie legal
durante las primeras 12 semanas, o sea, durante los primeros 84 días de
vida, sin ningún derecho, desamparada. Dirán algunos: pero casi no se
nota, ni se siente, tampoco habla ni le conocemos la cara. Sin embargo
una ecografía muestra la gestación en desarrollo. ¿Quién no se conmueve
ante dramáticas escenas cuando aparece un feto en un basural?
El 23 de junio lo que está en juego es el
valor de la vida humana. ¿Vale más que todo? O su valor depende de
cálculos u otros intereses? Si la vida es el primer valor y el primer
derecho humano del cual dependen todos los demás, no podemos titubear ni
esgrimir falacias como que el derecho a la vida de una criatura de
pocas semanas es un reclamo de la gente de “derecha”!
Defender la vida es defender el mismo
derecho que gozamos nosotros. Es por tanto un gesto de agradecimiento
hacia nuestras generosas madres que nos trajeron al mundo.
La vida en sus inicios es frágil, apenas
perceptible. Las primeras semanas el nuevo ser apenas mide unos
milímetros. Quien aprecie su vida, quien quiera dar a otros la misma
oportunidad de ser ciudadano de este mundo, tiene que animarse y
acercarse a votar, aunque haga frío.
Donde cada uruguayo se encuentre hoy,
necesitamos otros que ocupen nuestro lugar. Colaboremos abriendo la
puerta a estos pequeños ciudadanos que nos alegrarán con sus gritos,
preguntas y ocurrencias.
Columna publicada en el Diario “Cambio” de Salto del 31 de mayo de 2013
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