Homilía de Mons. Heriberto
Queridos fieles, laicas y laicos, que han venido hasta aquí peregrinando desde todas las comunidades parroquiales de la diócesis.
Queridos jóvenes, que iniciaron ayer esta fiesta con su "acampada" en Villa Betania.
Queridas religiosas, queridos consagrados, que con la riqueza de sus distintos carismas marchan junto a nuestro pueblo.
Queridos diáconos permanentes, que caminan haciendo presente a Cristo servidor.
Queridos presbíteros, llamados por el Señor para guiar y acompañar al Pueblo de Dios en el camino de la fe.
Querido Mons. Roberto: el año pasado te extrañamos en esta fiesta, porque estabas en Roma, participando en la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II, que te tuvo como activo protagonista. Hoy tenemos la alegría de ver que sigues caminando y celebrando con nosotros.
En fin, queridas hermanas y queridos hermanos: el año pasado, en esta celebración diocesana, abríamos el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI y entregábamos a la Parroquia de Cerro Chato la Cruz peregrina, la Cruz de la fe, que hemos traído hasta aquí desde la Parroquia Catedral, luego de su recorrido por toda la Diócesis.
A lo largo de ese recorrido, que pasó por todas las parroquias y por muchas de las capillas, colegios y obras sociales, cada comunidad parroquial fue escribiendo, en el lugar de la Cruz que estaba indicado para eso, un versículo del Evangelio que expresa un aspecto de la fe de esa comunidad. Al mismo tiempo, distintas personas que se hallaron en los lugares donde la cruz pasó fueron escribiendo en este libro la crónica de ese paso, su testimonio de fe y muchas veces su oración.
Hay oraciones de niños, de jóvenes, de mujeres, de hombres, de ancianos y ancianas.
Una niña de Noblía: “Jesús, te pido por mi familia y por todos los que no tienen ni hogar ni familia”.
Un niño de Melo: “te pido por toda la gente que te necesita, para que la cuides, la protejas y que no le pase nada”.
Una joven estudiante: “te pido por estas dos semanas de pruebas para que me des toda la luz que necesito y me vaya bien”.
Una mamá de Treinta y Tres: “que Dios guíe a la gente que me quiere ayudar a terminar mi casa y así poder vivir en paz con todos mis hijos”.
Otra mamá: “mi pedido para la Cruz de la fe es conseguir un trabajo fijo, paz y amor para mi familia y que el padre de mis hijos les preste más atención”.
Un hombre de Cerro Chato: “Señor, te pido por todos los privados de libertad y por los que están con problemas de adicción”.
Otro hombre: “pido por mi familia, para que se hablen y se perdonen y no haya más violencia”.
Una abuela de Fraile Muerto: “pido por los enfermos de la familia y de la comunidad”.
Otra oración: “te pido que crezca en mí la fe, la confianza y la alegría. Acompáñame en mi caminar, para que pueda comprender que no todo es incertidumbre, que siempre hay esperanza”.
Así pedimos por esas cosas necesarias como el pan de cada día: la familia, la paz en la familia; la salud, el trabajo. Pedimos para que crezca nuestra fe. Pedimos por la Paz en el mundo. Pedimos para que el Reino de Dios se siga extendiendo, para que “venga a nosotros”…
Vamos a reflexionar un poco sobre esas oraciones de petición que hacemos…
Hay algunos que piensan que no es necesario presentarle a Dios nuestras peticiones. No estoy hablando de gente que no cree, sino de gente que no cree en esta forma de oración. Nos dicen “¿para qué voy a presentarle mis necesidades a Dios, si Él ya las conoce?”. “Dios es bondadoso y no necesita de nuestros ruegos para compadecerse de nosotros.” “¿No es una idea muy pobre de Dios pedirle que intervenga en nuestros asuntos, en nuestros negocios, a veces en cosas muy pequeñas?”
Sin embargo, nosotros, rezamos presentándole a Dios nuestras necesidades, pidiéndole que tenga misericordia de nosotros y pidiéndo que intervenga en nuestra vida. Y lo vamos a seguir haciendo.
La oración es un acto de fe. La fe es como la madre de la oración. Pero, a veces, la fe también pide la oración. Tenemos que pedir “aumenta nuestra fe”. Sí, es verdad que la fe es la madre de la oración, pero, como decía un filósofo cristiano, a veces la hija tiene que darle de comer a la madre. La oración tiene que alimentar a la fe.
Rezamos porque tenemos fe. La fe es la forma de nuestra relación con Dios. Rezamos porque es nuestra forma natural de vivir la relación de fe y confianza en Dios, que está presente cuando estamos en peligro, necesidad o angustia.
Santa Teresa de Jesús decía que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Y otro gran amigo de Dios, el Santo Cura de Ars decía: “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Creador”.
¿Y qué nos dice Jesús?
- “orar siempre, sin desanimarse” (Lc 18,1);
- “no multipliquen las palabras, como hacen los paganos que piensan que por mucho hablar serán atendidos” (Mt. 6:7)
- “todo lo que pidan con fe en la oración, lo recibirán” (Mt 21,22).
- “todo lo que pidan al Padre en mi nombre, yo lo haré” (Jn 14:13)
Entonces, todo puede ser motivo de oración, si se pide con fe y si se pide en el nombre de Jesús.
Pedir con fe no es pedir convencido de que voy a conseguir lo que pido. Si rezamos así, estamos poniendo la atención en las cosas que queremos. Y eso no es oración. La oración es levantar el corazón a Dios, poner la atención en Él. Pedir con fe es decirle a Dios que tenemos una confianza incondicional en Él. Es saber que estamos en buenas manos, que no estamos amenazados por ningún mal irremediable y que el Dios en quien confiamos nos llevará siempre hacia nuestro bien.
Pedir en el nombre de Jesús es pedir en unión con Él, en una actitud de confianza. Es la confianza en el Resucitado, en el vencedor de la muerte. Pidiendo ser liberados del hambre, de la injusticia, de la violencia, lo que estamos pidiendo es la Salvación. Pero la Salvación no es otra cosa que Dios mismo, así que lo que pedimos en toda oración de petición es a Dios mismo.
Hace años, en Paysandú, conocí a una señora que sufría de la columna. Todos los años hacía una peregrinación en ómnibus a Buenos Aires; muchas horas, al santuario de San Pantaleón, que es un santo médico y mártir. Nunca volvió curada de su enfermedad. Al contrario, las horas de viaje no le hacían bien… pero siempre volvía con un gran consuelo y mucha fuerza para seguir luchando. Dios escuchaba su oración. Como dice un salmo: “si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de todas sus angustias”. A través de su petición, ella lograba lo más grande: encontrar a Dios mismo en su vida.
Hemos sido convocados con el lema "vengan y vean... vayan y anuncien". Antes de hablar a los hombres de Dios, tenemos que hablar con Dios, tenemos que orar.
En María, en Nuestra Señora del Pilar, tenemos nuestra maestra de oración. Mujer de fe: “feliz de ti por haber creído”, le dice su prima Isabel, reconociéndola como creyente.
Mujer de oración: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38). Esa es la petición de María: que se cumpla en ella la Palabra de Dios.
Ahora nosotros, comunidad creyente, comunidad orante, junto con María y en el nombre de Jesús, vamos a expresar la fe que nos anima y luego vamos a presentar nuestras peticiones al Señor.
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