sábado, 2 de noviembre de 2013

Conmemoración de los Fieles Difuntos - Homilía


Queridas hermanas, queridos hermanos; todos los que están aquí presentes y también quienes están siguiendo esta celebración a través de Radio María.

Hoy teníamos programado celebrar esta Eucaristía en el lugar donde descansan los restos de nuestros seres queridos. La lluvia no lo ha permitido. Aquí, pues, desde la Catedral de Melo, haremos este momento de memoria, gratitud y esperanza.

Un momento de memoria. O, mejor, de conmemoración, porque así llama la liturgia a la celebración de este día: conmemoración de todos los fieles difuntos. Decimos que hacemos una con-memoración porque no estamos recordando a una persona en particular, o a los difuntos de una familia; estamos recordando a todos. Tampoco estamos cada uno por su lado, con sus recuerdos, sino que nos reunimos, nos congregamos alrededor del altar para hacer juntos este acto de memoria. Por eso también es con-memoración.
Más todavía, la Misa nos permite hacer algo que está más allá de nuestras posibilidades humanas. Nosotros, que nos olvidamos, o que no hemos podido recoger de nuestros mayores todos los recuerdos, entramos en comunión con Dios, para quien no hay olvido. No hay anónimos. Para Dios no hay tumbas “N.N.”, esas dos letras que se escribían cuando no se sabía quién era la persona fallecida. Para Dios cada criatura humana, cada una de sus criaturas tiene un nombre, y ese nombre está en la memoria de Dios, que nos ha creado, que nos ha dado esta vida, y que quiere rescatarnos de todo olvido y llevarnos a una vida plena, una vida eterna, en Su presencia.
Recordamos a nuestros familiares, amigos, vecinos fallecidos; y pedimos a Dios que los reciba con misericordia y puedan estar ya, definitivamente, con Él.

Y decíamos, también, un momento de gratitud. En el Cementerio de Melo descansan los restos de quienes trabajaron para que pudiéramos disfrutar hoy de mucho de lo que tenemos. Allí están quienes fueron formando nuestra ciudad a través de sus muchas actividades: desde el obrero que colocó los adoquines de otros tiempos al arquitecto que diseñó hermosos edificios. La enfermera que curó con cuidado las heridas y el médico que buscó el tratamiento eficaz pero también las mejores palabras para ayudar a su paciente a enfrentar la enfermedad. Están quienes nos enseñaron las primeras letras, guiando nuestra mano inhábil en la escritura y están quienes nos abrieron las fuentes del conocimiento avanzado. Están aquellos que cultivaron el sueño y el ideal de una sociedad mejor y bregaron arduamente para realizarla, junto a quienes sencillamente fundaron una familia y lucharon para sacarla adelante, para que sus hijos crecieran con amor, con salud y con escuela. Aunque hoy veamos algunas personas que se destacan por su esfuerzo y empuje, cada uno de nosotros está muy lejos de haberse “hecho a sí mismo”. Todos tenemos una deuda de gratitud con quienes nos precedieron. Por eso, también este momento es de acción de gracias.

Finalmente, un momento de Esperanza. La palabra Cementerio es una palabra muy antigua. Llega a nosotros desde el viejo idioma latino, una de las raíces más hondas de nuestra lengua. Pero ya el latín la había recibido del griego. “Cementerio” significa originalmente “dormitorio”.
Y es la esperanza cristiana la que da ese nombre al lugar donde sepultamos a nuestros muertos. Allí “duermen” en espera de un despertar. Un despertar diferente al de cada día, porque tampoco es el mismo tipo de sueño. El sueño de la muerte es espera de la resurrección.
“Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable”. Así concluye el credo de nuestra fe. Creemos que Jesucristo, el hijo de Dios hecho hombre, murió verdaderamente y verdaderamente resucitó, en su carne, en su cuerpo, en esa condición humana, la nuestra, que Él hizo suya.
“Tu hermano resucitará” le dice hoy Jesús a Marta, y nos lo dice también a nosotros. Despedimos a nuestros seres queridos con esa esperanza. Y sabemos que también nosotros seremos despedidos de ese modo. Pero un día, esa esperanza se hará realidad, y nos reencontraremos con nuestros hermanos, al encontrarnos con aquel que es la resurrección y la vida.
Dejémonos guiar por Él. Como decía el poeta:
“Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar;
mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar.”
Para tener buen tino, para no errar, para no perdernos, dejemos que el Señor Jesucristo sea para nosotros, Camino, Verdad y Vida. Dejemos que Él guíe nuestra vida, para recibir de Él, un día, la vida para siempre. Así sea.

+ Heriberto, Obispo de Melo

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