"Natividad", Gerard van Honthorst, 1622 |
¡Feliz y Santa Navidad!
Estamos reunidos esta noche para celebrar el nacimiento de Jesús.
En una región periférica del Imperio Romano, en la provincia de Siria (de la que Tierra Santa formaba parte en aquel tiempo), en un pequeño pueblo de la montaña de Judá, en una cueva donde hallaba refugio y alimento el ganado, María da a luz a su hijo, lo envuelve en pañales y lo acuesta en una especie de cajón de madera, lleno de forraje: el pesebre. José, esposo de María, recibe como hijo a ese niño que ha sido engendrado en María por obra del Espíritu Santo. Todo sucede en el silencio, en la penumbra. Discretamente.
Cerca de allí, los pastores se turnan para cuidar sus rebaños. De pronto, los envuelve una claridad inesperada. Se atemorizan. Un ángel les dice “no teman. Les anuncio una gran noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David les ha nacido el Salvador”.
Una multitud de ángeles colma el cielo cantando “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres amados por el Señor”.
Los pastores, guiados por las indicaciones del ángel, llegan al lugar del nacimiento y rodean cariñosamente a la sagrada familia.
Muchos artistas han representado esta escena. Tal vez las obras más expresivas son aquéllas donde la luz que ilumina los rostros viene del Niño. Es que Él es el Verbo, la Palabra eterna del Padre, “la luz de los hombres”, “la luz del mundo”. “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron”, dice San Juan (1,5).
Ese niño “recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre” es el mensaje del Padre Dios a la humanidad. Mensaje de amor. Mensaje de humildad. Mensaje que quiere ganar los corazones de todos, hacer de cada corazón un pesebre donde el Hijo de Dios pueda nacer.
Cur Deus Homo? “¿Por qué Dios se hizo hombre?” se preguntaba San Anselmo de Canterbury, mil años después del nacimiento de Jesús. “Por nosotros y por nuestra salvación bajó del Cielo”, responde el Credo de nuestra fe. Por su encarnación, al hacerse uno de nosotros, el Hijo de Dios se ha unido en cierta forma a todo ser humano (Gaudium et Spes 22).
Con esto, Dios nos está dando la medida del valor que toda vida humana tiene Él. ¡Cuánto vale para el Señor la vida de cada una de sus criaturas! ¡Cuánto vale la vida de cada uno de nosotros! ¡Cuánto vale la vida de cada persona con la que nos hemos cruzado hoy! Vale enormemente la vida de esas personas buenas, queridas… pero también la de los otros: el Padre nos mira a todos como sus hijos e hijas y nos llama a volver a Él de corazón. Para eso ha enviado a su Hijo. ¡Para eso Dios se ha hecho hombre en Jesucristo! Por eso ha nacido en el pesebre oscuro, por eso dará su vida en la Cruz.
En estos días escuchaba un viejo villancico:
San José y María y Santa IsabelUno podría pensar que estamos ante el misterio del Niño perdido y hallado en el templo… pero no; la estrofa termina diciendo:
vagan por las calles de Jerusalén
preguntando a todos del Niño Jesús…
Todos les responden que ha muerto en la Cruz.De esta manera dramática, la estrofa popular une el pesebre y la cruz. El nacimiento del que morirá en la Cruz acontece en la oscuridad, como aquélla que cubrirá la tierra a la hora de su muerte, la hora nona (tres de la tarde). La claridad que inunda a los pastores en medio de la noche anticipa la luz esplendorosa de Cristo saliendo del sepulcro en la madrugada de la Resurrección. Todo por amor. Todo por nosotros y por nuestra salvación…
Por eso, cada acto de amor que podamos tener hoy –y siempre–; cada acción solidaria y generosa; cada gesto de perdón y reconciliación, se hacen más grandes en unión con Jesús, porque al hacerlos, estamos participando de su misión.
Y para que vivamos en verdadera unión con Jesús, el Papa Francisco nos dice:
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor».” (Evangelii Gaudium 3)
Y porque nadie queda excluido del llamado de Jesús, todo aquel que se anima a dar el paso de buscarlo, encuentra la alegría. Vuelvo a tomar las palabras de Francisco:
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.” (EG 1)
Que esta alegría que nos trae el encuentro con el Señor llene los corazones de cada uno de Uds. y de sus familias en esta Noche Santa.
Así sea.
+ Heriberto, Obispo de Melo
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