El ojo humano es la cámara fotográfica. El obturador es un instante de nuestra atención y la emoción es la que imprime para siempre una imagen en algún lugar de la memoria.
Yo tendría unos 12 años cuando mi madre me enviaba al Centro de Salud de Young a unas clases de Puericultura que dictaba la única Nurse del Hospital, la señora María del Carmen Fernández de Bodeant. Era española, más bien, gallega, y ya les voy a decir la razón de escribir su nombre. Si tengo una pasión, es la de ir a los remates y la vida quiso que yo me encontrara un día rematando una muñeca antigua, de porcelana, vestida con su traje típico español que perteneció a esta ilustre señora y que hoy guardo con amor sobre la cómoda de mi dormitorio.
Me parece verla con su uniforme almidonado y la toca con borde azul, prendida con horquillas a su ondulada cabellera. Calzaba unos zapatones blancos acordonados, de suela alta, algo chuecos y gastados con aquel trajinar infatigable que le imprimían sus actividades.
Aquella tarde, fuimos entrando todas las alumnas, porque el curso estaba dirigido solo a adolescentes del sexo femenino, una a una al salón con la curiosidad y el asombro que despierta todo elemento nuevo en aquel recinto que conocíamos de memoria.
Imaginen un blanco salón de Hospital con cortinados, pisos, techos y ventanas del mismo color.
Sillas de caños cromados y blancos tapizados frente a níveas mesas de caballete. La volatilidad de los alcoholes se esparcía y se misturaba con los penetrantes desinfectantes que usaban en la limpieza. Todo era aséptico. Los elementos y el aroma respondían a una lógica predominante. Hasta que el momento en que apareció aquel ingrediente que sorteó la monotonía.
Ella lo había dejado a propósito posado cuan largo era sobre su mesa de trabajo. Era un hermoso pimpollo escarlata con un largo tallo y un par de hojas erizadas. Nadie podía quitar los ojos de allí hasta que comenzó la clase.
“Toda niña es una flor y como ella debe perfumar a los que se le acerquen” dijo con dulzura y con su acento inconfundible. Luego tomó la rosa y la hizo circular por cada alumna para que le sintiéramos el perfume.
Inolvidable. Era la madre del hoy obispo Heriberto “Beto” Bodeant, un younguense de pura cepa, orgullo de un pueblo que no olvida a sus hijos que han rendido culto a la humildad. Como los grandes. Como su madre.
Marta Estigarribia.
(El Pregonero, Young, 24/10/2013)
1 comentario:
REALMENTE HERMOSO!!!HERMOSO TESTIMONIO DE AMOR Y ENTREGA AL PROJIMO,,,TAL COMO LO HACE NUESTRO OBISPO HERIBERTO,,,
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