viernes, 12 de junio de 2015

Como conocí la Fazenda de la Esperanza

12 de mayo de 2007: Benedicto XVI en la Fazenda de la Esperanza

En el año 2007, cuando el Papa Benedicto XVI vino a Brasil para inaugurar la Conferencia de Aparecida, me llamó la atención entre sus actividades, la visita que hizo a un centro de recuperación de adictos. No retuve el nombre de “Fazenda da Esperança” ni mucho menos el de “Guaratinguetá”, pero sí la libertad con que el Papa rompió el protocolo y bajo a saludar a jóvenes y adultos con los cuales estableció una corriente de mutuo cariño.

Dos años más tarde, el mismo Papa Benedicto me nombró Obispo de Melo. Asumí el 18 de julio. Poco después, el 1º de agosto, una fría jornada de Cerro Chato se encendió con una viva llama de amor al inaugurarse la Fazenda de la Esperanza ¿Quo Vadis? en una chacra cedida por la Diócesis. Así empecé a recorrer el camino que había abierto mi predecesor, Mons. Luis del Castillo, acompañando y apoyando junto con toda la Diócesis el esfuerzo del P. Gabriel Tojo. Conocí allí a Nelson Giovanelli, uno de los fundadores y a Marcelo Rodrígues, coordinador regional. Más adelante me encontré con Fray Hans Stapel ofm, el otro fundador.

Yo llegaba a una Diócesis que me era totalmente desconocida. En la noche del 1º de agosto llevé en mi auto a Nelson y otros visitantes desde Cerro Chato hasta Treinta y Tres, por un camino secundario que yo nunca había transitado (y ellos tampoco)… pero llegamos bien a destino.

De a poco fui conociendo la Fazenda, entendiendo su metodología, reconociendo sus valiosos pilares de vida espiritual, vida en comunidad y vida de trabajo. Admiré la conjunción de una gran vertiente espiritual como la franciscana junto a la nueva y fresca del movimiento de los Focolares. En encuentros con Obispos fui encontrando a otros hermanos también “fazendeiros”. Fortalecí mi estima por la propuesta y creció en mí el deseo de apoyarla y acompañarla.

Fui acercándome más frecuentemente a la casa de Cerro Chato, celebrando la Misa en las visitas familiares, así como los sacramentos de la iniciación cristiana cuando había algún joven que debía recibirlos.

Participé de la búsqueda de algún lugar posible para la instalación de la Fazenda femenina, y fue para mí una alegría poder ofrecer ese lugar en Melo, en una casa que creo será plenamente adecuada para su inicio y posible crecimiento.

He visto algunas de las dificultades y tensiones, que no son sorprendentes, en una tarea tan delicada en relación con una de las más visibles fragilidades humanas.

Pero también he visto hacerse realidad las palabras que Nelson dirigió a los jóvenes que iniciaron la comunidad de Cerro Chato: “Ustedes han hecho llorar mucho a sus familias. Queremos que las hagan llorar de nuevo, pero de alegría”. Gracias a Dios, en estos seis años he podido verlo muchas veces. Quienes han asumido y vivido la propuesta de la Fazenda, completando su año, no son simplemente jóvenes que “han dejado atrás una adicción”, lo que no sería poco. Son mucho más. Son personas que han encontrado el sentido profundo de sus vidas, que han reencontrado los dones que Dios puso en cada uno de ellos y que su vida había escondido, pero no destruido. Son personas que, después de hacer y hacerse mucho mal y provocado mucho dolor, son hoy capaces de hacer un bien que nunca soñaron en realizar y de amar como nunca creyeron ser capaces.

Por eso miro con mucha alegría y esperanza la próxima instalación de la Fazenda femenina en Melo, y busco trasmitir a toda la Diócesis esos sentimientos, para que nos muevan a actuar, a trabajar, a preparar todo lo que se necesita para que las jóvenes que vengan encuentren una casa acogedora que sea el lugar donde se abra para ellas las puertas de una nueva vida.

+ Heriberto, Obispo de Melo

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