sábado, 11 de julio de 2015

Ordenación Sacerdotal de Juan Gómez Carmona - Homilía

Lecturas Bíblicas:

Primera Lectura. Deut. 7, 6-9. 11-13
Lectura del libro del Deuteronomio
Tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios;
Él te eligió para que fueras su pueblo
y su propiedad exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.
El Señor se prendó de ustedes y los eligió,
no porque sean el más numeroso de todos los pueblos;
al contrario, tú eres el más insignificante de todos.
Pero por el amor que les tiene,
y para cumplir el juramento que hizo a tus padres,
el Señor los hizo salir de Egipto con mano poderosa,
y los libró de la esclavitud y del poder del Faraón, rey de Egipto.
Reconoce, entonces, que el Señor, tu Dios, es el verdadero Dios,
el Dios fiel, que a lo largo de mil generaciones,
mantiene su alianza y su fidelidad
con aquellos que lo aman y observan sus mandamientos;
Por eso, observa los mandamientos, los preceptos y las leyes
que hoy te ordeno poner en práctica.
Porque si escuchas estas leyes, las observas y las practicas,
el Señor, tu Dios, mantendrá en tu favor
la alianza y la fidelidad que juró a tus padres.
Él te amará, te bendecirá y te multiplicará.
Bendecirá el fruto de tu seno, el fruto de tu suelo
–tu trigo, tu vino y tu aceite–
y las crías de tus ganados y rebaños,
en la tierra que él te dará, porque así lo juró a tus padres.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial. 131 (130)
R/ Señor, mi corazón no es ambicioso
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Segunda lectura. Rom 8:18-30
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos
Hermanos:
Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza.
Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados.
Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia. Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero es Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.
Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
Palabra de Dios.

Marcos 10:17-31
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?».
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!».
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?».
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible».
Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros».
Palabra del Señor

Homilía

“Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquéllos que él llamó según su designio”. Así nos dice San Pablo en su carta a los Romanos, segunda lectura que acabamos de escuchar.
Ese testimonio de fe del apóstol da un marco a nuestra celebración. En los 70 años de sacerdocio de Mons. Roberto, vemos realizada esa Palabra. Dios dispuso todas las cosas para su bien y para bien del Pueblo de Dios a quién él sigue sirviendo fielmente. En la ordenación sacerdotal de Juan Gómez Carmona, que va a celebrarse a continuación, vemos también realizada esa Palabra, en cuanto creemos que Dios, según su designio, llamó a Juan y lo trajo hasta nosotros a través de un largo recorrido. Pero, en esta ordenación, escuchamos esa Palabra en esperanza. Esperanza de que este nuevo sacerdote se haga un pastor según el corazón de Jesús para bien de nuestra comunidad diocesana y para su propio bien.

Pero hay otro pasaje de la Palabra de Dios que también hace parte del marco en el que vivimos esta celebración. Libro del Deuteronomio, primera lectura: “El Señor (…) los eligió, no porque sean el más numeroso de todos los pueblos; al contrario, tú eres el más insignificante de todos. Pero por el amor que les tiene (…) los libró de la esclavitud…”
Cuando Dios elige, cuando elige una familia, un grupo, un pueblo, o una persona determinada, esa elección no tiene un “porqué”, o por lo menos no tiene un porqué humano. No tiene que ver con méritos o cualidades. Es la elección de su amor misericordioso. Dios mira con cariño a quienes llama para seguirlo. Es una elección gratuita, como lo recordaba estos días en Ecuador el Papa Francisco.
Pero también pongámonos todos nosotros, que representamos aquí el Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, bajo esa mirada del Señor que nos eligió, que nos llamó, con esa gratuidad suya. Quien va a ser ordenado hoy, para el servicio de todo nuestro pueblo, está también bajo su mirada. A Juan, Jesús lo miró con cariño y le dijo “sígueme”. Y Juan ha respondido “aquí estoy”.

Juan Gómez Carmona llegó a Uruguay en febrero de 2010, junto a otros tres colombianos, dos de los cuales son hoy sacerdotes en nuestra diócesis.
En esos primeros días los llevé a visitar algunos lugares de Montevideo. Cerca del Seminario Interdiocesano, donde nos alojábamos, se encuentra el Museo Blanes, y allí nos encaminamos una tarde.
Nos detuvimos a contemplar “El Juramento de los Treinta y Tres Orientales”, la gran obra del pintor de la Patria.
Yo traté de explicarles el momento histórico que esa pintura evoca y su significación en nuestra memoria de pueblo oriental. Contemplamos detenidamente ese grupo de patriotas, pero fue Juan quién señaló un detalle pequeño, pero significativo: “ahí hay uno que tiene una crucecita en la mano”.
Efectivamente, el segundo personaje que aparece desde la izquierda del que mira, tiene levantado el brazo y en su mano una pequeña cruz. Los treinta y tres retratados por Blanes no son anónimos, y el hombre que sostiene la cruz es Juan Acosta. Otro Juan.
Colombia, la tierra de Juan Gómez, es un país marcadamente católico. Los símbolos de la fe cristiana están visibles y patentes en todas partes. No sucede así en nuestro Uruguay de cultura laica, donde las expresiones religiosas quedan muchas veces relegadas al ámbito privado.
La pequeña cruz que observó nuestro Juan muestra, sin embargo, que la fe está presente en muchas personas de nuestro pueblo. Esa pequeña cruz muestra que la fe la puede aparecer a los ojos de aquel que sepa reconocer sus signos.
El Concilio Vaticano II nos dice que, así “como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con un coloquio verdaderamente humano a la luz divina”, así los misioneros “deben conocer a los hombres entre los que viven, y tratar con ellos, para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios generoso ha distribuido a los pueblos” .

Conocer a los hombres y mujeres entre quienes se vive, conocer un pueblo y su cultura, compartir sus alegrías y tristezas, sus angustias y esperanzas es fundamental para un sacerdote, discípulo misionero de Jesús, enviado para que nuestros pueblos en Él tengan vida. Pero para ayudar a los hombres a encontrarse con Jesucristo, a encontrarse con el Camino, la Verdad y la Vida, el sacerdote tiene que ser auténtico discípulo; discípulo que vive y renueva diariamente su encuentro con el Señor. Con Jesucristo, el sacerdote reza cada día los salmos, uniéndose en su oración a la oración del Señor. Con la ayuda del Espíritu Santo, que enseña todas las cosas y que trae a la memoria las enseñanzas de Jesús , el sacerdote medita diariamente la Palabra de Dios, para entregarla fielmente al Pueblo de Dios. A la luz de esa Palabra contempla los sucesos de la vida y reconoce en cada persona y en cada acontecimiento al Señor que viene a nuestro encuentro, especialmente cuando presenta su rostro sufriente y nos hace oír su grito de abandonado, para servirlo con amor .
Celebrando cada día la Eucaristía para el Pueblo de Dios, el sacerdote se une a la entrega de Cristo al Padre, para hacerse él mismo pan y darse a sus hermanos. Como dice uno de nuestros cantos de comunión: “quiero ser pan, para el hambre de mi pueblo”.

Juan, nuestro pueblo te ha esperado y te recibe. Por la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor te hará sacerdote para siempre, al servicio de la comunidad diocesana en Cerro Largo y Treinta y Tres.

Te invito a que pongas tu ministerio bajo el manto de María, a quien tenemos como patrona bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar.
Recuerda como ella, según la tradición, alentó al apóstol Santiago en los comienzos de la evangelización de España, cuando él apenas había logrado reunir una pequeña comunidad. Este relato nos invita a considerar el valor de lo pequeño, tan presente en el Evangelio. Cada pequeña comunidad es grano de mostaza capaz de dar origen a un gran árbol. Es cucharada de levadura que puede fermentar toda la masa. Es la pequeña cruz, pequeña pero visible, que manifiesta la fe y al esperanza de un pueblo en Aquel que nos amó hasta dar la vida.
Pongámonos todos ahora bajo la mirada cariñosa de Jesús y de María, acompañando la celebración de este Sacramento.

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