domingo, 2 de octubre de 2016

Enfoques Dominicales. Disculpa, perdón y reconciliación.

Murillo: El regreso del hijo pródigo. National Gallery of Art, Washington DC

Un refrán muy conocido dice “errar es humano, perdonar es divino”.
¿De qué forma lo entienden ustedes? ¿Cómo una invitación a perdonar, o como señalando que solo Dios puede perdonar, y nosotros no?
Una vez, una persona me sorprendió diciéndome que ella no perdonaba, porque “perdonar es divino”. “Que lo perdone Dios”, decía, hablando de la persona a la que ella no quería perdonar.
Hoy, Jesús, en el Evangelio, nos dice: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti diciendo: "Me arrepiento", perdónalo».
Jesús, pues, nos invita a perdonar; pero pone una condición: el arrepentimiento.
Tal vez valga la pena detenernos un poco profundizar en esto del perdón.

No es lo mismo la disculpa, el perdón y la reconciliación.

Disculparse quiere decir “sacarse la culpa”. Una disculpa típica es una explicación de porqué hice algo que no estuvo bien, o porque dejé de hacer algo que tenía que hacer. Llegué tarde porque el ómnibus no pasó en hora: no es mi culpa. No pude cumplir con lo prometido porque me abrumaron de trabajo y no di abasto: no es mi culpa. Te saludé con mala cara porque tuve un día horrible: no es mi culpa. A veces la disculpa está bien: es una explicación real de lo que pasó. A veces es simplemente no querer asumir mi responsabilidad. Si alguien nos pide disculpas… podemos disculparlo, aceptar su explicación… siempre que no se esté escapando de reconocer que sí, tuvo la culpa.

Pedir perdón es mucho más que pedir disculpas. Pedir perdón, de verdad, supone esto que Jesús llama “arrepentimiento”, que es el paso central de tres pasos. Para poder pedir perdón, primero hay que reconocer que se ha hecho algo malo.
Si una persona, por ejemplo, ha mentido, no puede decir “me equivoqué”. Eso es una disculpa. “Sí, te mentí” es reconocer lo que se ha hecho.
Claro que eso no puede ser un acto cínico: “Sí, te mentí, ¿y qué? ¿Cuántas veces me has mentido?,” etc. etc. Por eso, el segundo paso, central, es el arrepentimiento. “Te mentí, pero estoy arrepentido. Estuve mal. Quisiera no haberlo hecho…”
Pero todavía la persona tiene que dar un paso más. Porque puede reconocer que ha mentido, se puede sentir muy arrepentida… pero luego dice… “bueno, tú sabes cómo soy… siempre tengo esa cosa fantasiosa, siempre me enredo en lo que digo…” o sea “te voy a seguir mintiendo”. Por eso es necesario, además de reconocer lo malo que se ha hecho, además de estar arrepentido, tener un sincero deseo de cambiar de conducta. Tener el firme propósito de no volver a repetir eso que ha producido daño, que ha herido, que ha ofendido a quien sea; a veces, a las personas más queridas y cercanas.

¿Qué pasa cuando no nos piden perdón, y llevamos dentro heridas que no cierran por lo que nos han hecho? A veces ya no es posible que nos pidan perdón. La persona que nos ha ofendido ha muerto o se ha ido definitivamente de nuestra vida. El perdón allí es íntimo. Una decisión del corazón que deja ir todo aquello, que deja de envenenarse con un recuerdo y abandona todo rencor. No quiere decir que pasemos a ser ahora amigos, o que la persona ofensora se transforme en un héroe o santo. Tal vez ahora lo que signifique para mí es que es otro ser humano, lleno de debilidades y defectos… como puedo serlo yo mismo.

Pero a veces el perdón es pedido y, a su vez, es dado y recibido. Allí está la reconciliación. La reconciliación es, ante todo, la obra de Jesucristo. Reconciliación de la humanidad con Dios. Reconciliación de los hombres entre sí. De este modo lo expresa hermosamente el prefacio de una de las Plegarias Eucaristícas de la Reconciliación:

En verdad es justo y necesario
darte gracias y alabarte,
Dios, Padre todopoderoso,
por todo lo que haces en este mundo,
por Jesucristo, Señor nuestro.

Pues en una humanidad dividida
por las enemistades y las discordias,
sabemos que tú diriges los ánimos
para que se dispongan a la reconciliación.

Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres
para que los enemigos vuelvan a la amistad,
los adversarios se den la mano,
y los pueblos busquen la concordia.

Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor,
que el amor venza al odio,
la venganza deje paso a la indulgencia,
y la discordia se convierta en amor mutuo.

Ciertamente, el Espíritu Santo mueve los corazones; pero también, tenemos que dejarnos mover por Él. Cuando no podemos perdonar, tenemos que pedir un cambio profundo en nuestro corazón.

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Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 
1340 AM La Voz de Melo, los domingos a las 11:50

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