domingo, 25 de diciembre de 2016

Enfoques dominicales - ¡Gloria a Dios, Paz a los hombres!


Amigas y amigos oyentes: ¡Feliz Navidad!

Un cordial saludo desde la ruta 8, ya cerca de Treinta y Tres, hacia donde me dirijo en este momento, haciendo un alto en el camino para cumplir con ustedes.
Hoy es Navidad… y es también domingo. La última vez en que se dio esta coincidencia fue en el año 2011.
Permítanme empezar con una anécdota:
Ese día, 25 de diciembre de 2011, a esta hora, yo estaba también en la ruta 8. Igual que hasta hace un momento, yo venía manejando bastante cerca de Treinta y Tres y venía escuchando La Voz de Melo. Precisamente este programa: Enfoques Dominicales.
Por supuesto, la voz era la de Mons. Roberto Cáceres.
Escuchándolo, me empecé a preguntar… pero ¿está en Melo todavía? ¿O está hablando por teléfono desde Treinta y Tres? ¿O es una grabación?
Escuché con mucha atención, pero sin llegar a estar seguro, hasta que Mons. empezó a despedirse y dijo más o menos esto:
“Les deseo a todos una muy feliz Navidad… menos a nuestro obispo Heriberto, porque a él se la voy a desear personalmente, porque en estos momentos él está viajando para Treinta y Tres donde nos vamos a encontrar”.
Y efectivamente, así era… me impresionó mucho que Mons. Cáceres pudiera decir, en ese momento, exactamente lo que yo estaba haciendo… y que yo lo estuviera escuchando decir eso.
Mons. Cáceres, como ustedes saben, está desde comienzos de este año en Montevideo, en el Hogar Sacerdotal. Cumplió sus 95 años y, para su edad, se encuentra muy bien. Yo lo visito cada vez que viajo a Montevideo. Él me ha pedido que les haga llegar sus recuerdos y sus saludos en esta Navidad. Cumplo pues, con el pedido del amigo que los recuerda entrañablemente.

Vamos ahora al mensaje de esta fiesta…
Es mediodía, y aquí en la ruta todo está en calma. Aunque está nublado, la luminosidad es intensa en estos primeros días de verano…

Hace ya casi 200 años, el sacerdote del pueblo de Oberndorf, Austria, el P. Joseph Mohr, regresaba a su parroquia después de visitar a una familia… era una noche muy serena, muy calma, y pensó… “Stille Nacht, heilige Nacht”… “noche silenciosa, noche santa…” y así empezó a escribir esa canción navideña que hoy conocemos en español como “noche de paz, noche de amor”. Se la llevó después a un maestro y profesor de música llamado Franz Gruber, que completó la composición e hizo unos arreglos para acompañar al coro de la Iglesia con una guitarra. Una canción nacida en esa Navidad de invierno, de nieve, pero también de paz.

En cambio, para nosotros, como cantaba Mercedes Sosa, con los versos de Félix Luna y la música de Ariel Ramírez:

“Mi Navidad está metida en el verano
No tiene pino ni la nieve le da luces
Mi Navidad con el calor va de la mano
Y un dulce olor a sidra y a pan dulce”

Y seguía:

“Paz a todos los hombres
Paz en la tierra
En mi tierra caliente
Y en la que nieva”

Paz en la tierra…
Pensando en las cosas que vive nuestro mundo en esta Navidad, vale la pena recordar las palabras del profeta Isaías, que anuncia de este modo el nacimiento de Jesús:
“un niño nos ha nacido (…) y se le da por nombre: ‘(…) príncipe de la paz’.” (Isaías 9,5)
Jesús, príncipe de la paz… y cuánta paz necesita el mundo, cuánta paz necesitamos en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestros lugares…
Los ángeles cantan en Belén saludando el nacimiento de Jesús:
“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!”. (Lucas 2,14)
En la tierra paz…

“Cristo es nuestra paz” (Efesios 2,14) nos dice San Pablo y nos habla de la obra de Jesús para reconciliar a los hombres con Dios y a los hombres entre sí “derribando el muro de odio” que los separa.

El mismo Jesús nos ofrece su Paz:
“Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo. No se turbe su corazón ni tenga miedo” (Juan 14,27)
Esas son también las primeras palabras de Jesús resucitado: «La paz esté con ustedes» (Juan 20,19)

Jesús nos ofrece la Paz. Su paz. La paz que viene de Dios, pero que se hace también nuestra tarea:
Él envía a sus discípulos y nos envía a nosotros hoy a llevar la paz de casa en casa, de pueblo en pueblo (Mateo10,11-13) y proclama «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5,9).

El niño de Belén, el “príncipe de la paz”, ofrece de nuevo al mundo su don.
Si queremos recibirlo de verdad, si queremos recibirlo sinceramente, sabemos que recibirlo nos pone frente a una tarea: trabajar por la paz.
Trabajar por hacer la paz, primero cada uno dentro de sí mismo; porque el que no está en paz consigo mismo, está en guerra con todos los demás.
Trabajar por hacer la paz con los demás, con todas las personas con las que convivimos, con todos los que tratamos día a día, haciendo lugar a la misericordia, al perdón, a la reconciliación.
Trabajar por hacer la paz con la creación, con la casa común, con este planeta que habitamos y al que tanto veces agredimos, agrediéndonos así a nosotros mismos.
Finalmente, trabajar por hacer la paz con Dios, abriéndole de verdad el corazón y dejando que sea Él quien esté “para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1,79).

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