El domingo pasado empezamos a recorrer el camino del Adviento, estas cuatro semanas que desembocan en la celebración de la Navidad.
Cada domingo, la Palabra de Dios que se proclama en las Misas nos invita a tomar una actitud respecto a la venida de Jesús.
La venida de Jesús ya ocurrió: la recordamos celebrando su nacimiento.
La venida de Jesús volverá a ocurrir: una segunda venida, al final de los tiempos, para juzgar a los vivos y a los muertos y establecer su Reino.
Pero la venida de Jesús continúa cada día… Él se presenta “en cada persona y en cada acontecimiento”. Es una vida misteriosa. No es evidente… podemos no darnos cuenta, dejarlo pasar, seguir de largo.
Por eso, las lecturas del domingo pasado nos invitaban a estar preparados y, más todavía, salir al encuentro de Jesús.
Este domingo, la palabra clave es “conviértanse”.
Una palabra fuerte, que viene de un personaje también muy fuerte en el Evangelio: Juan el Bautista.
No sólo llama a la conversión, sino que pide que esa conversión sea verdadera: “Produzcan el fruto de una sincera conversión”.
Pero ¿qué es convertirse?
La palabra griega para conversión es “metanoia” y significa un cambio en la mente.
No es un cambio cualquiera.
Es un cambio relacionado al arrepentimiento, arrepentimiento tanto de algo que uno puede haber hecho, como de algo que ha pensado o que se ha propuesto.
La conversión a la que llama Juan el Bautista empieza por un “darse cuenta”. Darme cuenta de que he pensado mal, de que he estado mal, de que he actuado mal, de que he hecho algo malo y arrepentirme: desear no haber hecho eso, no haber pensado eso…
Visto de afuera, podría parecer fácil… Esta persona que ha mentido, esta persona que ha engañado, esta persona que ha robado, esta persona que ha estafado, esta persona que ha hecho sufrir a los demás… ¿no se da cuenta de todo lo que ha hecho? ¿no se arrepiente?
No, muchas veces no nos damos cuenta, porque no estamos viendo. No estamos viendo, porque no queremos ver, porque no queremos pensar en lo que hacemos.
Y no, muchas veces no nos arrepentimos, porque encontramos la forma de justificar nuestra conducta. Estamos devolviendo mal por mal, ojo por ojo, diente por diente.
El cambio de mente empieza por una mirada dentro de mí mismo.
No es fácil aceptar mi fragilidad.
No es fácil aceptar mis zonas oscuras, mis malos pensamientos y mis malos sentimientos… y las malas acciones que a veces hacen salir todo eso de adentro de mí.
Ponemos muchísimos mecanismos de defensa, de justificación, de autoafirmación.
Por eso me sorprendió un poco lo que escuché el año pasado en una entrevista que le hicieron, no a un obispo ni a un sacerdote ni a un pastor, sino a un científico uruguayo… el periodista le dio pie para hablar con esta frase:
- Ud. dijo que se sentía arrepentido de algunas cosas que había hecho en el pasado y pedía perdón y que correspondía pedir perdón. Le dieron duro.
El entrevistado respondió:
- El problema es que el concepto de arrepentimiento acá en Uruguay –y en otros lugares– viene vinculado directamente a una de las peores enfermedades que tenemos que es el machismo. Un macho no se puede arrepentir porque es un cobarde si se arrepiente. El macho le puede pegar a la esposa, le puede pegar a sus hijos. Entra dentro de ese tipo de cosas que vienen desde mucho tiempo atrás. El arrepentimiento es una cosa que no entra; sin embargo es la clave del mensaje de Cristo. No hay cristianismo sin arrepentimiento. No existe. Es la base, es la piedra angular de lo que vino a decir: no sigan haciendo las cosas que están haciendo mal. Cambien, vean, sientan dolor por haberse equivocado y no lo repitan. Es un acto que exige mucha valentía. (*)
Yo le hice escuchar la entrevista a un amigo, casado, padre de familia y me dice… sí, el machismo puede ser, para un hombre… pero para mí es la soberbia, el orgullo, que no nos dejan pedir perdón ni a hombres ni a mujeres, ni a padres ni a hijos. Te encerrás en eso y ahí te quedás, y no aflojás.
Entonces, la conversión empieza por ver la vida de otra manera. Eso puede suponer reconocer que uno se ha equivocado, que ha actuado mal, que ha provocado sufrimiento a los demás y a sí mismo. Es duro de reconocer.
A veces esa realidad se impone. Es como una venda que cae de los ojos y que pone a la vista todo el mal que uno ha hecho. Puede ser desesperante.
Por eso, a todo lo que hemos dicho, tenemos que agregarle la esperanza. Juan el Bautista llama a la conversión, al arrepentimiento, porque el Reino de los Cielos está cerca. Eso significa que Dios está cercano, que Dios viene a nuestra vida.
Jesús viene, y viene a traernos la misericordia de Dios. El hombre que se convierte, que se arrepiente, que pide perdón, está preparado para ese encuentro. A partir del encuentro con Jesús, con la Misericordia, con el perdón, su vida se transforma.
La conversión no es posible si nos encerramos, si nos emperramos; depende de nosotros. Pero Dios no queda afuera de ese camino. Nos está llamando, nos está ayudando a abrir los ojos, a arrepentirnos, a cambiar el corazón.
¿Qué es lo que hace realmente la fiesta en la Navidad? ¿Los cohetes, la sidra, el pan dulce? No. Lo que hace la fiesta es el cariño, el abrazo, el encuentro… la reconciliación. Todos sabemos que de nada sirve una mesa abundante en comida y bebida, si estamos todos peleados, divididos, con brutales desigualdades… Pensemos en el camino que tenemos que hacer para llegar a vivir una verdadera Navidad como familia, como amigos, como sociedad… La conversión es posible. El cambio es posible. Abramos la puerta a Jesús que viene a nosotros y quiere ayudarnos para que vivamos con Él la verdadera Navidad.
(*) Dr. Henry Engler, director del CUDIM. Entrevista en El Espectador, 25 de marzo de 2015
Link a la entrevista completa (el párrafo citado está en la segunda parte, a partir del minuto 3:34):
http://www.espectador.com/salud/312205/henry-engler-la-burocracia-uruguaya-es-un-dolor-de-cabeza
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