jueves, 28 de febrero de 2019

“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” (Lucas 6,39-45). VIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.







En el variado mundo de las organizaciones hay diferentes tipos de líderes. Están aquellos que concentran en sí mismos toda la autoridad y no permiten que nadie discuta sus decisiones; otros, en cambio, delegan responsabilidades, dejan a sus subordinados un gran espacio de autonomía y solo intervienen cuando algo realmente no funciona.
Hay líderes que dan una gran participación a sus colaboradores en las decisiones, logrando así más convicción a la hora de realizar lo decidido entre todos. Otros buscan asegurar el cumplimiento de las tareas a través de negociaciones, de intercambios de beneficios entre el líder y sus seguidores.
Detrás de todo liderazgo debe haber, o tendría que haber, una visión: la meta, los propósitos, los objetivos… aquello que la organización quiere llegar a HACER y lo que quiere llegar a SER. Cuando un líder tiene una visión atrayente, motivadora y logra que sus seguidores la compartan con entusiasmo, es posible que el emprendimiento, del tipo que sea, produzca buenos frutos.

El mundo está lleno de “visionarios”; personas que nos piden que les dejemos liderar nuestra vida, al menos en alguno de sus planos: espiritual, psicológico, económico, político o social… compiten en presentarnos su visión, sus ofertas… Muchas veces, lo que ofrecen es atrayente. Parece responder a nuestras necesidades más profundas; pero muchos no nos inspiran confianza.

Jesús de Nazaret apareció como un líder al que sus doce discípulos siguieron con una gran adhesión. Los primeros, cuatro pescadores, salieron tras de él en cuanto les dijo “síganme”. Dejaron todo atrás para seguir a Jesús.
Pasado ese primer momento de entusiasmo y ya completado el grupo de los Doce, los discípulos comenzaron su aprendizaje en el seguimiento de Jesús.

Los Doce estaban siempre con Él. Lo acompañaban a todas partes. Presenciaban sus acciones: curación de enfermos, expulsión de demonios; escuchaban su predicación: sus parábolas, sus discursos, sus dichos cortos e incisivos. Todo eso fue quedando grabado en su corazón. Los evangelios pueden darnos la impresión de que Jesús decía las cosas una sola vez; sin embargo, es más que probable que repitiera sus enseñanzas ante diferentes audiencias. De este modo los discípulos, escuchando una y otra vez, fueron memorizando el mensaje del Maestro.

Jesús no buscó formar un club de fans, atentos y curiosos, que lo siguieran a todas partes, ansiosos de novedades. Jesús llamó a los Doce para participar en un proyecto, el más formidable y desmesurado que pueda haberse presentado jamás: el proyecto de amor y de salvación de Dios, la reconciliación en Dios de toda la humanidad. Jesús llamó a sus discípulos “para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Marcos 3,14). Como parte de su formación, los enviaba en misión, de dos en dos, a pueblos y aldeas. Llegará el día en que Jesús, ya resucitado, los enviará a anunciar el Evangelio a todas las naciones de la Tierra.

En su camino con Jesús, los discípulos fueron creciendo. Fueron depurando expectativas erradas, para comprender y asumir la visión de Jesús. Les costó abandonar la tentación del poder, pero entraron en el camino del servicio, para llegar un día, como el Maestro, “a servir y a dar la vida”. Aprendieron a formar comunidades de seguidores de Jesús, donde cada uno podía encontrar su dignidad de hijo o hija de Dios y participar también en la misión.

Desde esta perspectiva, pensando en la formación que Jesús quiso y quiere dar a sus discípulos de todos los tiempos, podemos escuchar y entender este pasaje del evangelio del domingo:
Jesús les hizo también esta comparación: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
El discípulo de Jesús debe ser capaz de orientar a otros hacia Jesús, no hacia sí mismo. El punto de referencia, el centro, es siempre Jesús. Quien pierde esa referencia queda ciego: no reconoce a Jesús, no comparte su visión. Jesús llama a los fariseos “guías ciegos” porque no ven: no reconocen la intervención salvadora de Dios que se está dando a través de Jesús. Ellos están preocupados de sí Jesús cumple o no la ley, de si respeta el sábado o no. Les molesta que Jesús cure en sábado; no les interesa el bien que Jesús está haciendo a las personas que han acudido a Él. A través de las acciones de Jesús, Dios manifiesta su misericordia hacia personas despreciadas y marginadas, a las que levanta de su miseria y devuelve su dignidad de hijos de Dios. Los fariseos están dentro de un pozo. Sólo ven su propio proyecto de presunta perfección, aquella que los hace llamarse a sí mismos “separados”, que es lo que significa “fariseos”.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano!
Jesús percibe en sus discípulos la tentación del fariseísmo, por eso advierte contra la actitud de quien juzga al hermano por hechos minúsculos y, en cambio, no ve la gravedad de su propia conducta egoísta. Sacarse la viga del ojo significa examinarse constantemente, evaluar la propia conducta, reconocer los propios pecados y pedir perdón.

Mirando de nuevo a los distintos tipos de líder, y no pensando solamente en quienes tienen alguna forma de ministerio en la comunidad cristiana, dejo la conclusión a un educador estadounidense, Parker Palmer. El escribió estas líneas que invitan a cualquier persona que tenga la misión de liderar o guiar a otros a reconocer la gran responsabilidad que tiene en sus manos y a cuidar de sí mismo para que su servicio dé frutos buenos.
Un guía es una persona con una inusual capacidad de proyectar sobre otra gente su propia sombra o su propia luz.
Un guía es una persona con una inusual capacidad para crear las condiciones bajo las cuales la gente debe vivir, moverse y existir: condiciones que pueden ser tan luminosas como el cielo o tan sombrías como el infierno.
Un guía es una persona que tiene que tomar una especial responsabilidad sobre lo que se va dando dentro de su ser, dentro de su conciencia, no sea que su acción de guiar provoque más daño que bien.
Todos, en mayor o menor medida, tenemos una responsabilidad, en cuanto lo que somos y lo que hacemos es, por lo menos, ejemplo y guía para algunos. Busquemos siempre en Jesús esa luz que nos conduzca y nos haga capaces de hacer luminosa nuestra vida y la vida de los demás.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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