miércoles, 13 de febrero de 2019

Bienaventurados (Lucas 6,12-13.17.20-26). VI Domingo del Tiempo Ordinario.







Macario es un nombre poco común… ¿y el femenino, Macaria? aún menos... ¿pero si digo “Macarena”? Ahí ya encontramos un nombre más conocido.
¿A qué viene todo esto o, mejor dicho, de dónde viene?
Makario es la palabra griega que se traduce como “bienaventurado” o también como “dichoso”, “feliz”. Macarena, referido a una advocación mariana muy fuerte en Andalucía, significa "Bienaventurada".

Los Evangelios de Mateo y de Lucas nos presentan dos versiones de un discurso de Jesús conocido como las bienaventuranzas, porque “bienaventurados”, makaroi en griego, es la primera palabra de cada frase. Según Mateo, Jesús habla desde una elevación (por eso se dice “sermón del monte”, mientras Lucas ubica el discurso en una llanura. La versión de Mateo es más larga: ocho bienaventuranzas, mientras Lucas presenta solo 4, aunque les contrapone en paralelo 4 lamentaciones (“¡Ay de ustedes los que…”!). No son “maldiciones”, pero sí fuertes advertencias sobre aquello en lo que no hay que caer. En Mateo, Jesús habla a la multitud y lo hace en tercera persona: “bienaventurados los que…”. En Lucas, Jesús, con la multitud delante, dirige sus palabras a sus discípulos: “bienaventurados ustedes, que…”

Leamos las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»
El domingo pasado decíamos que cada persona que viene a este mundo tiene una vocación, que cada vida tiene un propósito y que encontrarlo y realizarlo nos da una felicidad profunda. Profunda, porque no nos la arrebatan las contradicciones ni las adversidades.
Hoy escuchamos a Jesús hablar de bienaventurados, felices… el anhelo de felicidad está en el corazón de cada persona. Todos deseamos ser dichosos y eso es lo que, de una manera o de otra, estamos buscando cada día de nuestra vida. Pero ¿qué es lo que buscamos, exactamente? ¿Cómo definir esa felicidad? Lo que sentimos es que se trata de algo que nos falta, algo que todavía no poseemos, algo que no hemos alcanzado plenamente, aunque vivamos momentos felices que lo anticipan y nos lo hacen gustar.

¿Cuál es el mensaje de las bienaventuranzas? ¿Qué eco provocan en nosotros? Sin duda, tienen algo de desconcertante, de paradójico, con sus fuertes contrastes, a contrapelo de los mensajes que podemos escuchar desde otra mentalidad o desde tantos anuncios publicitarios… los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos… ¡felices! ¿No son acaso felices los que tienen bienes en abundancia, los que están satisfechos, los que ríen, los que son reconocidos y elogiados por todos? Y sin embargo, a ellos Jesús les dice “¡Ay de ustedes…!”

Sin embargo, las bienaventuranzas encierran una promesa, una respuesta al anhelo que está en el fondo de nuestro ser. Si los contrastes nos desconciertan, la promesa nos atrae y nos abre la esperanza de encontrar un día la felicidad auténtica. Las bienaventuranzas son el gran llamado a la felicidad en el seguimiento de Jesús. Mateo coloca a Jesús en la altura para que ese escenario evoque a Moisés, bajando del monte Sinaí con las tablas de la Ley, los diez mandamientos.
A continuación de las bienaventuranzas, Mateo continúa el discurso de Jesús explicando los mandamientos: no se trata de abolirlos, sino de llevarlos a su plenitud, de cumplirlos en profundidad. Las bienaventuranzas, precisamente, ayudan a quien quiere seguir a Jesús y vivir la ley de Dios según su enseñanza.

Para entender las bienaventuranzas, nos ayuda el Papa Francisco, en su reciente visita a Abu Dabi:
Miremos cómo vivió Jesús: pobre de cosas y rico de amor, devolvió la salud a muchas vidas, pero no se ahorró la suya. Vino para servir y no para ser servido; nos enseñó que no es grande quien tiene, sino quien da. Fue justo y dócil, no opuso resistencia y se dejó condenar injustamente. De este modo, Jesús trajo al mundo el amor de Dios. Solo así derrotó a la muerte, al pecado, al miedo y a la misma mundanidad, solo con la fuerza del amor divino. 
¿Por qué son dichosos los discípulos de Jesús, a quiénes Él dirige sus palabras? Detengámonos en las promesas: la primera es el Reino de Dios, la entrada en la vida misma de Dios. A sus discípulos, Jesús les dice que el Reino ya les pertenece y que ellos pertenecen al Reino desde ahora. “Serán saciados…” ¿Saciados por quién? Esa voz pasiva, serán saciados, esconde la acción de Dios. La justicia de Dios hará que sean saciados, que encuentren la verdadera alegría, que reciban la recompensa de todos los justos que los precedieron y que sufrieron también persecución por causa del Reino de Dios.

Las bienaventuranzas hablan de una justicia de Dios, que enaltece al que ha sido humillado injustamente, al que ha sido despreciado y descartado y, por otra parte, humilla a quienes se confiaron en su poder y en sus riquezas, se olvidaron del prójimo y no pusieron su confianza en Dios. En la primera lectura, el profeta Jeremías proclama:
¡Maldito el hombre que confía en el hombre
mientras su corazón se aparta del Señor!
Y en cambio, declara:
¡Bendito el hombre que confía en el Señor
y en él tiene puesta su confianza!
Amigas, amigos… no desconfiemos del amor de Dios. Pongamos nuestra confianza en Él y en sus promesas. Acerquémonos a Jesús de corazón. Él llama a todos a estar con Él, a seguirlo en el camino de nuestra vida. Contemplemos a María, su Madre, la bienaventurada, la Macarena. Leamos con ella las bienaventuranzas: contemplémosla en su humildad, en su pobreza, en su llanto… contemplémosla en el Reino, compartiendo la vida de su Hijo, intercediendo por nosotros. Con ella, sigamos el camino de Jesús.

Gracias por su lectura. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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