miércoles, 6 de febrero de 2019

«¡Aquí estoy: envíame!» (Isaías 6,1-2a.3-8; 1 Corintios 15,1-11; Lucas 5,1-11). V Domingo del Tiempo Ordinario.





Tal vez se me esté escapando algo, pero creo que hoy se habla menos que en otro tiempo de vocación. “Tiene una verdadera vocación” es algo que solía decirse -y ojalá lo sigamos diciendo- por ejemplo, de una maestra rural, como Nelly Nauar, querida y recordada en la zona de Tres Boliches, Chacras de Melo, Boliche Blanco; o, muchos años atrás, de médicos como el Dr. Felipe Cantera, con su preocupación por los rancheríos y su obra social en Centurión; o sacerdotes entregados como el P. Antonio Petralanda… y, por supuesto, Mons. Roberto Cáceres, nuestro Obispo emérito recientemente fallecido, siempre irradiando las palabras del Evangelio, bondadoso y cercano a todos.

Vocación significa “llamado”. ¿De dónde viene ese llamado? Aunque se sienta internamente, viene de una realidad que está fuera, que invita a salir… los otros. “Hacia los otros” se titula un libro del Dr. Cantera, sugiriendo esa actitud de salida al encuentro de los demás, especialmente los necesitados y “descartados”, como diría el Papa Francisco.
Para un creyente, ese llamado viene, en definitiva, de Dios mismo. Es la razón por la que estamos en este mundo. Cada uno de nosotros tiene una vocación. Se trata de descubrirla y seguirla; superando obstáculos; renunciando a otros caminos y posibilidades que nos alejarían del llamado.

Las lecturas de este domingo hablan de la vocación de tres grandes: el profeta Isaías y los apóstoles Pedro y Pablo. Dios los llama en formas diferentes, pero los tres tienen la misma reacción inicial: sentirse completamente indignos, a enorme distancia del que los llama. Empecemos por ahí.

Isaías es llamado en el templo, donde tiene una visión del trono de Dios en el Cielo. Las orlas del manto de Dios llenan el templo. Los serafines cantan. El humo de incienso se expande por todo el espacio disponible. Ante esa visión tremenda y fascinante, Isaías exclama:
«¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros,
y habito en medio de un pueblo de labios impuros;
¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!»
Pedro es llamado por Jesús junto al lago de Genesaret, en su mundo de trabajo. Jesús ha enseñado a la multitud sentado en la barca de Pedro, cerca de la orilla y de la gente. Al terminar de hablar, Jesús indica:
«Navega mar adentro, y echen las redes».
Pedro es un pescador curtido. Él y sus compañeros han trabajado en vano toda la noche. Contra todo lo que le dicta su experiencia, Pedro obedece la palabra de Jesús.
«Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes».
Así se produce la pesca milagrosa. Así Pedro reconoce en Jesús la omnipotencia de Dios. Se repite la experiencia de Isaías: una distancia insuperable entre la realidad sagrada que Jesús trasluce y la realidad humana de Pedro, que exclama:
«Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador»
Pablo es llamado cuando se dirige a Damasco persiguiendo cristianos. De perseguidor de la Iglesia, se convierte en incansable evangelizador que lleva la Buena Noticia de Jesús a tierras lejanas. Intrépido, audaz, emprendedor… humilde. Pablo reconoce que él es “el último” y que todo lo que ha hecho siguiendo el llamado no hubiera sido posible sin la obra de Dios en él:
Yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
Pablo fue perdonado y puso toda su capacidad al servicio del Evangelio, recordando siempre su propia fragilidad y encontrando su verdadera fuerza en el amor de Dios.

También Isaías y Pedro vivieron la experiencia del perdón, que hizo capaz a cada uno de ellos de responder al llamado y asumir su misión.
Los labios de Isaías fueron purificados con una brasa ardiente, mientras uno de los serafines le decía:
«Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado».
Y entonces sí vino el llamado y la respuesta:
Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?»
Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»
El sentimiento de estar lejos de Dios (aunque se lleve una vida de práctica religiosa); la sensación de ser indigno del llamado que se recibe; el sentido del propio pecado (aunque alguien sea como Pedro, un hombre de trabajo que cuida de su suegra y hasta lleva a Jesús para que la cure); el saberse sostenido por la gracia de Dios y no por las propias fuerzas, son indicadores de una auténtica vocación.

Decíamos al principio que toda persona que llega a este mundo tiene una misión. Su vida tiene un propósito. No se trata, entonces, solamente de las grandes misiones que marcan surcos en la historia. También hay un llamado de Dios en la vida de cada día: en el trabajo honrado, en el amor de la familia, en la buena vecindad, en el ejercicio responsable de la ciudadanía… Allí están “los santos de la puerta de al lado”, como dice Francisco:
Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. (…) Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»
… como nos sugiere santa Teresa Benedicta de la Cruz, … a través de muchos de ellos se construye la verdadera historia: … «Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado».
Amigas, amigos, que cada uno de ustedes pueda encontrar su vocación en la vida y su misión de cada día. Que, con la ayuda de Dios, puedan realizarla y en ello encuentren una profunda felicidad. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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