miércoles, 6 de marzo de 2019

Jesús vence al tentador (Lucas 4,1-13). I Domingo de Cuaresma.




¿Qué es aquello que nos hace a los hijos sentirnos realmente amados por nuestros padres?
Una vez una mujer me confió que, aunque conocía a su madre biológica y mantenía relación con ella, la persona que ella conoció y sintió siempre como madre fue la tía que la crió desde muy pequeña. “Para mí -me decía ella- mi madre fue mi tía, porque fue la persona que me quiso como soy, a pesar de todo, a pesar de mis defectos. A la que es mi madre, la que me dio a luz, la conozco y todo bien… bien, siempre que yo me mueva según sus reglas”.
La experiencia de esa mujer fue la de encontrar un amor gratuito, un amor incondicional. Podríamos pensar que eso de “me quiso como soy” podría haberla llevado a ser una persona caprichosa, manipuladora, que aprovechaba ese cariño para sacar de allí lo que quisiera… pero no fue así. Esa experiencia de amor hizo crecer en ella la capacidad -una gran capacidad- de amar y darse, tal como había sido amada y recibida.

Dios compara muchas veces su amor por sus criaturas -por nosotros- con el amor de una madre. Más aún, asegura que, si hubiera una madre capaz de olvidar a sus hijos, Él no nos olvidaría (Isaías 49,15). En cambio, somos nosotros, muchas veces, los que olvidamos al Padre o, tal vez, no lo hemos encontrado, no hemos conocido o no hemos reconocido su rostro de amor y de misericordia.

El miércoles pasado, miércoles de ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma. 40 días de preparación a la Pascua, la celebración de la muerte y resurrección de Jesús, centro de la fe cristiana.
Cuarenta días, a los que hay que sumar los domingos, no comprendidos en los cuarenta, en que Dios sale a nuestro encuentro para invitarnos a descubrir o redescubrir nuestra filiación: tomar nuestro lugar de hijos e hijas suyos, reconociéndolo como Padre. Al mismo tiempo, descubrir o redescubrir la fraternidad: reconociendo a Dios como Padre, vivir fraternalmente, mirando a cada persona como hermana y tratándola como tal.

El proyecto de Dios tiene un adversario: Satanás, el diablo, nombre que significa “el que divide”. Este domingo leemos en el evangelio el relato de las tentaciones por las que Jesús pasó. El maligno, el que siembra división, va a intentar inútilmente quebrar el vínculo filial de Jesús con su Padre Dios lo que, al mismo tiempo, quebraría la relación con los hombres y mujeres de los que el Hijo de Dios, por su encarnación, se ha hecho hermano.

El pan.

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan.» Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan.»
Llegado el momento, Jesús alimentará con cinco panes y dos peces a una multitud hambrienta. Hará que esa pequeña cantidad de alimento que le han entregado se multiplique. No transforma piedras en pan ni siquiera para alimentar a la gente; no digamos ya para alimentarse a sí mismo. Multiplica, en cambio, lo que se le ofrece: multiplica la fraternidad, contenida en esa ofrenda pequeña, sí, pero generosa.
La respuesta de Jesús a Satanás está en la Palabra de Dios: el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Es el mismo Jesús que dirá después:
“la vida vale más que el alimento (…) fíjense en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que las aves!” (Lucas 12,23-24).
Satanás ha sido insidioso desde sus primeras palabras: “si tú eres el Hijo de Dios…” Jesús reafirma su filiación manifestando su confianza en el Padre que lo alimenta -y nos alimenta hoy- con el Pan de su Palabra y el pan de cada día.

El poder:

Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá.» Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
La tierra de Jesús ha estado bajo el yugo de numerosos imperios. Asirios, babilonios, persas, macedonios, seléucidas y romanos hicieron de Palestina una de sus provincias. El padecimiento de siglos de dominación puede resumirse en las palabras de Jesús:
“Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos” (Lucas 22,25).
Ahora el tentador le ofrece el poder sobre todos los reinos de la Tierra, con la condición de postrarse y adorarlo. Jesús responde nuevamente citando la Sagrada Escritura
«Adorarás al Señor, tu Dios, y solo a él rendirás culto.»
Frente al tentador, Jesús ha vuelto a afirmar su filiación, no solo como hijo eterno del Padre, sino como hombre, hermano nuestro.
Antes de entrar en su pasión, Jesús dirá a sus discípulos:
“que el mayor entre ustedes sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve… yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22,26-27)
Haciendo de su autoridad servicio, Jesús nos llama a hacer lo mismo, construyendo fraternidad.

El éxito espectacular e inmediato:

Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.»
Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.»
Nuevamente “si tú eres el Hijo de Dios”. Otra vez la filiación cuestionada. Jesús no necesita poner a prueba a su Padre. Él sabe quién es y sabe en quién tiene puesta su confianza. Cuando Jesús llegue a Jerusalén, no subirá al templo sino al Gólgota, para ser levantado en la cruz. Él ha venido a hacer la voluntad del Padre y Jesús hace suya esa voluntad, dando la vida por sus hermanos.

Que el camino de Cuaresma nos ayude a crecer en nuestra filiación y nuestra fraternidad. En nuestra conciencia de ser hijos de Dios y hermanos y hermanas entre todos nosotros. Que practicando la oración, la moderación y la solidaridad podamos afrontar las insidias del espíritu del mal, animados por Jesús que ha vencido al tentador.

Amigas y amigos, gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y les ayude a vivir un rico y fecundo tiempo de Cuaresma. Hasta la próxima semana si Dios quiere.

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