En este día celebramos a nuestra Señora del Carmen. Aquí, en la Diócesis de Canelones, es patrona de dos parroquias, Migues y Toledo.
Es una de las advocaciones marianas más antiguas y más queridas.
Seguramente todos conocemos más de una María del Carmen o simplemente Carmen, Carmela y también algunos varones con el masculino Carmelo.
Karmel es una palabra hebrea que significa muchas cosas, que podrían resumirse en “jardín” o “huerto”: tierra cultivada, tierra fértil, tierra que produce frutos abundantes…
Karmel o Carmelo es el nombre que recibe en Tierra Santa una especie de cordillera, con una altura máxima de 550 metros, pero que se extiende a lo largo de 26 kilómetros y llega a tener hasta 7 kilómetros de ancho. Un extremo llega hasta el Mar Mediterráneo y parte de la ciudad de Haifa está asentada sobre el monte.
En la Biblia. En el libro de la Primera Alianza o Antiguo Testamento, encontramos varias referencias al Monte Carmelo. Allí encontramos las raíces de esta advocación mariana.
En el libro del Cantar de los Cantares, se dice de la amada que su cabeza
“está erguida, como el monte Carmelo” (Cantares 7,5).
El profeta Isaías nos habla de la belleza del Carmelo como algo que permite imaginar
“el esplendor de la Gloria de Dios” (Isaías 35,2).Así aparece asociado el monte con la belleza que habla de Dios.
El monte Carmelo fue también el escenario de la confrontación del profeta Elías con 450 sacerdotes de Baal, episodio que nos cuenta el primer libro de los Reyes (1 Reyes 18,21ss). Allí el profeta, con valentía, defendió la pureza de la fe frente a la contaminación de los cultos a los ídolos.
También desde el monte Carmelo el mismo Elías rogó intensamente pidiendo la lluvia frente a la prolongada sequía que sufría la tierra. Pronto se vio desde el monte una nube
“como la palma de un hombre, que sube del mar” (1 Reyes 18,44).
Sin embargo, aunque la nube era pequeña, con ella llegó la lluvia salvadora, ansiada y esperada.
De esta manera, el Antiguo Testamento nos presenta el Carmelo como un sitio donde se manifiesta la belleza de Dios, un signo de la pureza de la fe, y un lugar desde donde es posible ver la llegada de la vida y de la salvación.
Los Carmelitas. En el monte Carmelo hay muchas cuevas naturales, en las que vivieron ermitaños, hombres que buscaban el encuentro con Dios por medio de la oración y de una vida austera. Esto se dio ya antes del cristianismo, con un grupo de profetas, pero continuó después. No se sabe mucho de la vida de esos hombres. En los siglos III y IV el monte comenzó a ser visitado también por peregrinos, que dejaron sus nombres escritos en las paredes de roca.
Engarzando con esa historia que está un poco entre brumas, a mediados del siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a formar lo que terminaría siendo la Orden Carmelita. A comienzos del siglo XIII el patriarca de Jerusalén les entregó una regla que comenzaron a aplicar. Elegían un superior, vivían en celdas separadas, participaban en la Misa cada mañana, rezaban el Oficio Divino o Liturgia de las Horas y meditaban mientras hacían trabajo manual.
La devoción a la Virgen del Monte Carmelo era parte importante de su vida de fe. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías como un símbolo de la Virgen María; más aún, de María Inmaculada: María purísima, portadora de la Vida y la Salvación que trae su Hijo Jesús.
Las comunidades se fueron extendiendo por Tierra Santa, llegando a ser unas quince. Eran los tiempos del reino cristiano de Jerusalén, establecido por las Cruzadas. En el año 1250, el reino cayó en manos de los musulmanes mamelucos. La situación de los cristianos en Tierra Santa se hizo muy insegura.
Aquellos primeros Carmelitas se vieron forzados a abandonar el Monte Carmelo y sus otras comunidades y embarcarse hacia Europa. Una antigua tradición dice que cuando estaban por emprender su viaje se les apareció la Virgen y les dijo que ella sería su Estrella del Mar; y así aparece ese otro nombre mariano: Stella Maris, la Estrella del Mar. Por eso, la Virgen del Carmen es también patrona de los navegantes.
Ya en Europa, la Orden se fue extendiendo. Se formó y afianzó una rama femenina, las Carmelitas. Se empezó a difundir por el mundo la devoción a Nuestra Señora del Carmen.
Ayudó también en eso la difusión del Escapulario del Carmen, recibido de la Virgen por San Simón Stock, general de los Carmelitas, el 16 de julio de 1251.
La reforma teresiana. Al ir creciendo la Orden, el espíritu de austeridad, pobreza y oración se irá relajando. Frente a esto se levantó la reforma teresiana, surgida en "tiempos recios", para formar "amigos fuertes de Dios, para sustentar a los flacos", es decir, a los débiles (Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, 15,5).
El 24 de agosto de 1562 Santa Teresa de Jesús fundó el Convento de San José, en su ciudad natal de Ávila. Así comenzó la rama de las Carmelitas Descalzas. San Juan de la Cruz hizo lo mismo con los varones, formando los Carmelitas Descalzos. Con los siglos, el Carmelo siguió dando frutos de santidad, y así tenemos en el siglo XIX a Santa Teresita del Niño Jesús y Santa Isabel de la Trinidad y en el siglo XX a Sor Benedicta de la Cruz, la filósofa judía Edith Stein, convertida al catolicismo y muerta en los campos nazis de exterminio.
En América. Con o sin los carmelitas, que fueron llegando en diferentes momentos, la Virgen del Carmen se hizo muy presente. Artigas le tenía una gran devoción, y eso le llevó a dar el nombre de Carmelo al pueblo que fundó el 12 de febrero de 1816 con gente trasladada desde un paraje llamado Las Víboras.
En Chile, el pueblo de Santiago hizo una promesa a la Virgen del Carmen, el 14 de marzo de 1818, frente al avance de los ejércitos españoles que venían a quitarles la independencia recién conquistada. Poco después, el 5 de abril, se libró la batalla de Maipú, con el triunfo de los ejércitos de las Provincias Unidas y de Chile, comandados por José de San Martín. Poco después se inició allí la construcción del Santuario Nacional de Maipú, gran templo dedicado a Nuestra Señora del Carmen, patrona de Chile.
En Uruguay. Los Carmelitas llegaron a Uruguay a comienzos del siglo pasado, en tiempos de José Batlle y Ordóñez. Todavía no estaba separada la Iglesia del Estado, de modo que para asentar en el país una nueva comunidad religiosa era necesario un permiso del gobierno.
Desde España llegó, con esa misión, el Padre Constancio. Encontró muchas trabas, hasta que logró ser recibido por José Batlle y Ordóñez en el comienzo de su segunda presidencia. Se cuenta que cuando estuvo frente al presidente, el P. Constancio, con su marcado acento español y con natural simpatía le dijo: “Yo sé, Don José, que usted no le tiene gran estima a los que van vestidos de negro, pero míreme a mí de hábito marrón y sandalias; ¡permítame fundar!”. El presidente no pudo menos que sonreír y surgió enseguida un aprecio entre ellos que culminó con el permiso de fundación.
El escapulario. ¿Qué es el escapulario? Es lo que la Iglesia llama un sacramental, es decir, un objeto religioso, aprobado por la Iglesia, que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción. Los sacramentales deben mover nuestros corazones a renunciar a todo pecado.
El escapulario de la Virgen del Carmen es como un hábito religioso en miniatura que todos los devotos pueden llevar como signo de su consagración a María.
El escapulario tiene tres significados:
- El amor y protección maternal de María, porque es como un pequeño manto, y así representa el manto de la Virgen que nos protege como madre
- La pertenencia a María, porque es como una marca que nos distingue
- El suave yugo de Cristo, como un eco de las palabras de Jesús: “carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. Mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,29-30).
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