jueves, 27 de enero de 2022

65 años del Monasterio Santa Clara de Asís, San José de Carrasco, Ciudad de la Costa.


Queridas hermanas, queridos hermanos:

Estamos reunidos para dar gracias al Señor por la presencia y la vida de las hermanas Clarisas en este monasterio dedicado, precisamente, a Santa Clara de Asís.

Se cumplen 65 años de la fundación de esta casa, acaecida en 1957, cuando San José de Carrasco pertenecía a la arquidiócesis de Montevideo y era su arzobispo Carlos María Barbieri, al año siguiente creado Cardenal. Cuatro años después fue creada la diócesis de Canelones y el 25 de marzo de 1962 llegó a estas tierras canarias su primer obispo, Mons. Orestes Nuti.

Aquí está, entonces, esta comunidad, que, desde su vida de humildad, silencio y oración es lámpara colocada sobre el candelero, para quien quiera recibir la luz de Cristo que desde aquí se irradia.
Allá por 1980, Mons. Nuti escribía unas reflexiones sobre la vida contemplativa, considerando el significado de su presencia en la diócesis.

El Obispo reafirmaba la vigencia de esta clase de vida, que 

“nos pone en guardia contra la tentación de un activismo fácil o superficial. Su testimonio profético nos recuerda a todos que más allá de este mundo hay otro; que más allá del actual está el Reino por venir; que los cristianos no debemos contentarnos con el mundo presente, aunque tengamos que mejorarlo; que el progreso humano y el desarrollo bajo todas sus formas y en todos los campos están ordenados y subordinados a un encuentro de la persona y de la comunidad humana con el Padre, en Cristo.”

Estas reflexiones del Obispo de Canelones, que tanto cariño tuvo por las comunidades contemplativas presentes en la diócesis, me hacen pensar en una necesidad grande que tenemos hoy: redescubrir que Dios tiene un proyecto de salvación para la humanidad y darle a ese plan y a quien lo realiza, su Hijo Jesucristo, el lugar centra en nuestra vida.

Así lo vivieron los santos, como el beato Charles de Foucauld, el hermanito Carlos, que este año será canonizado. Él decía 

"Tan pronto como yo creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa sino vivir para Él".

En lugar de una vida ordenada y centrada por nuestra fe, aún entre nosotros, creyentes, la dispersión y la fragmentación caracterizan mucho de nuestra vida de hoy.
Dispersos en múltiples actividades, dispersos en la atención a muchos focos que nos reclaman o atraen, nuestra vida se va armando con pequeños fragmentos que no siempre encajan ni se conectan entre sí… 

Cuando el Plan de Dios deja de ser una referencia para nuestra vida, nuestra existencia corre el riesgo de desconfigurarse, desarmarse, deshacerse en un sinsentido cotidiano. Cuantas veces hemos llegado al final de un día intenso, lleno de actividades y encuentros, pero que, sin embargo, no nos damos tiempo para decantar todo eso, para poner las personas y los acontecimientos delante del Señor y reconocer su paso en nuestras vidas. No es de extrañar que esta falta de integración interior también se refleje en la fragmentación familiar y social.

El encuentro con Dios del hermanito Carlos, como el encuentro con el Señor que han vivido tantos hombres y mujeres santos, dio sentido y consistencia a su vida. Su humana fragilidad se volvió fortaleza: no una fuerza suya, sino la fuerza de Dios presente en cada uno de ellos, como lo experimentó san Pablo y escribió las palabras que escuchó del Señor: 

«Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». 

Y agrega Pablo: 

“Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12,9).

Volvamos a las reflexiones de Mons. Orestes.
Se preguntaba el Obispo ¿cuál es el aporte de las comunidades contemplativas a la pastoral diocesana?
La respuesta la buscó, en primer lugar, en la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia. Dice el decreto Ad Gentes:

“Los Institutos de vida contemplativa tienen una importancia singular en la conversión de las almas por sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por medio de la oración, envía obreros a su mies, abre las almas de los no cristianos, para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones.” (AG 40).

Y agregaba Mons. Nuti, de su propia reflexión:

“creemos que una comunidad contemplativa es una célula viva dentro de nuestra Iglesia local de Canelones por su permanencia y estabilidad en la oración, su fidelidad en reunirse para celebrar los Sagrados Misterios, su empeño por formar una comunidad fraterna y acogedora donde todos los que lleguen al monasterio encuentren una buena acogida y una mirada de fe, algo así como el punto de vista de Dios sobre todo lo que se trate: la vida, la Iglesia, las realidades terrenas, los dolores, las situaciones difíciles”.

Como pastor que era, Mons. Orestes no ignoraba que la vida dentro del monasterio también tiene sus dificultades y decía:

“el mismo monasterio no puede estar exento de problemas, pero debe verlos a la luz de la fe y así podrá ayudar a sus hermanos que pasan por las mismas dificultades”.

Agradecidos, entonces, por la presencia, la vida y el testimonio de estas hermanas nuestras, las Clarisas, junto con todos los que estamos celebrando con ellas este aniversario, quiero animarlas a continuar fielmente, con ánimo renovado, todo aquello que hace parte de su vocación y que constituye una ayuda especial y de características únicas para la misión evangelizadora de la Iglesia. Así sea.

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