jueves, 6 de enero de 2022

“Tú eres mi Hijo muy querido” (Lucas 3, 15-16. 21-22) Bautismo del Señor.


La filiación es un dato muy importante de nuestra identidad. En los certificados de nacimiento queda consignado de quién somos hijos.
Muchas de las personas que no han conocido a alguno o a ninguno de sus padres, aunque hayan sido adoptados por una familia que les ha brindado un gran cariño, tienen una espina clavada en el corazón: el deseo de saber quiénes fueron realmente sus progenitores, sus padres biológicos. Un deseo a veces vivido con el miedo de conocer una verdad que puede ser decepcionante, pero al mismo tiempo con la necesidad de resolver un enigma y quedar en paz.

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Con ella cerramos el tiempo de Navidad e iniciamos el tiempo durante el año.
Los cuatro evangelistas nos dan referencias del bautismo de Jesús, en el marco de la actividad de Juan el Bautista; pero cada uno de ellos introduce algún detalle propio.

Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús.
Así comienza la narración de Lucas. Jesús llegó hasta Juan junto con todo el pueblo, que escuchaba el fuerte llamado a la conversión de aquel profeta. Al igual que el evangelista Juan, Lucas no dice que Jesús haya sido bautizado por el Bautista, como sí lo hacen Mateo y Marcos. De hecho, el bautismo parece haber sido más un gesto realizado colectivamente: un grupo grande de gente entraba al agua y, a la indicación del Bautista, se sumergían por un instante.
Con uno de esos grupos de pecadores arrepentidos que querían ser purificados por el agua, Jesús habría entrado al Jordán; pero su bautismo inmediatamente tomaría un giro diferente.
Y mientras estaba orando, se abrió el cielo…
Casi como de paso, Lucas nos presenta a Jesús orando. La oración es su comunicación con el Padre, y siempre precede acontecimientos decisivos de la vida de Jesús. Con frecuencia Lucas nos retrata a Jesús orando o animando a sus discípulos a hacerlo; luego, en los Hechos de los Apóstoles, aparece también la Iglesia en oración, sobre todo para buscar la voluntad de Dios. La vida de oración de Jesús y de la Iglesia primitiva nos invitan a hacer como ellos para conocer la voluntad del Padre y pedir las fuerzas necesarias para realizarla.

Así, mientras Jesús estaba orando, apareció la respuesta:
y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma.
Se oyó entonces una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»
La filiación de Jesús queda así de manifiesto. Él es el Hijo del Padre Dios; más aún, su Hijo “muy querido”, unido al Padre por una especial relación. En él reposa la plenitud del Espíritu Santo; por eso, había anunciado Juan:
«él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
Meditar sobre el bautismo de Jesús nos lleva a recordar nuestro propio bautismo y a profundizar en ese sacramento que hemos recibido.
El bautismo es el principal rito de la iniciación cristiana y nos abre la puerta hacia los demás sacramentos, comenzando por los que completan esa iniciación: la eucaristía y la confirmación.
Por medio del Bautismo quedamos unidos al Hijo de Dios. Eso nos hace hijos e hijas adoptivos del Padre, miembros del cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo. De este modo, también para nosotros pueden resonar las palabras del Padre a Jesús, diciéndonos: “tú eres mi hijo muy querido”, “tú eres mi hija muy querida”. Por el Bautismo encontramos nuestra identidad más profunda, como hijos e hijas de Dios.

El Bautismo es el signo de nuestra pertenencia a la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús. Una pertenencia que estamos llamados a vivir de manera libre y consciente, buscando cada día, con la guía y con la fuerza del Espíritu Santo, conocer y seguir la voluntad del Padre en nuestra vida, como lo hizo Jesús, tal como nos lo transmitieron los apóstoles.

En la segunda lectura de hoy, de la carta de San Pablo a Tito, el bautismo se describe como un nuevo nacimiento.
[Dios] nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. (Tito 2, 11-14; 3, 4-7)
Ser bautizado es participar de la muerte y resurrección de Cristo. Unirnos a su Pascua, a su paso de la muerte a la vida.
Las promesas bautismales comienzan con la renuncia a Satanás, a todas sus obras y a todas sus seducciones. El lenguaje puede parecer antiguo y hasta extraño… pero podemos entenderlo como un compromiso a rechazar el mal, el compromiso de no ser cómplices de la injusticia y la mentira, agentes de destrucción y muerte, sino de ser defensores de la vida, de la verdad, de la esperanza.
Las promesas continúan con la profesión de fe. Manifestamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en la Iglesia. No es la fe en un ser abstracto, lejano e inmóvil, sino en un Dios cuyas tres personas inician nuestra historia humana e intervienen en ella: el Padre, como nuestro creador; el Hijo, nuestro redentor; el Espíritu Santo, obrando como santificador.

Dios no es ajeno al compromiso que asumimos en nuestras promesas bautismales. A través del bautismo nos entrega su Gracia. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3). (Catecismo, 1996)
La gracia es una participación en la vida de Dios. (Catecismo, 1997)

Está en nosotros, en el ejercicio de nuestra libertad, el recibir o rechazar ese auxilio y esa participación; sin embargo, no podemos llegar a Dios sin esa ayuda que Él mismo nos ofrece generosamente, sin la ayuda de su Gracia.

Concluyamos rezando juntos:

Dios todopoderoso y eterno,
que proclamaste a Cristo como Hijo tuyo muy amado,
cuando era bautizado en el Jordán,
y el Espíritu Santo descendía sobre él;
concede a tus hijos, renacidos del agua y del Espíritu,
perseverar siempre en el cumplimiento de tu voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Intención del Papa para enero: Educar para la fraternidad

En el mes de enero, el Papa Francisco nos propone el siguiente motivo de oración:

Recemos para que todas las personas que sufren discriminación y persecución religiosa encuentren en las sociedades en las que viven el reconocimiento de sus derechos y la dignidad que proviene de ser hermanos y hermanas.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén.

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