La primera máquina de lavar se inventó en el año 1851. No sé si fue el primero de los aparatos domésticos, pero, seguramente estuvo entre ellos. Hoy en día, son muchísimos, algunos muy especializados. Cuando se compra alguno de ellos, en la caja viene un manual de instrucciones. Hay personas a veces demasiado seguras de sí mismas, que ponen en funcionamiento lo que han adquirido sin molestarse en leer el manual, a riesgo de causar un estropicio… otros, en cambio, lo leen cuidadosamente y lo siguen al pie de la letra, hasta que la práctica les permite desprenderse de él.
El evangelio de hoy nos da una especie de “manual de instrucciones” que Jesús entrega a sus discípulos la primera vez que salen en misión. Pero aquí no se trata del funcionamiento de una máquina, sino de actitudes humanas recomendables para quienes llevan un mensaje divino, un mensaje que viene de parte de Dios.
Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. (Marcos 6,7-13)
Así comienza nuestra lectura. Jesús es el sujeto: él llama, él envía, él da cierto poder. En la Iglesia, nadie puede otorgarse a sí mismo una misión. La comunidad y sus responsables disciernen si el llamado viene de Dios y envían a la misión en nombre de Dios. El Espíritu Santo da a los enviados los medios que necesitan para realizar su tarea.
El envío “de a dos” tiene varias razones. Suele ser mencionada la fuerza de un doble testimonio. Dos testigos que sostienen lo mismo son más creíbles que uno solo. Así se lee en el libro del Deuteronomio, con respecto a los juicios:
No basta un solo testigo para declarar a un hombre culpable de crimen o delito; cualquiera sea la índole del delito, la sentencia deberá fundarse en la declaración de dos o más testigos. (Deuteronomio 19,15)
Otra razón es la ayuda y el socorro mutuos, tanto materiales como espirituales. Leemos en el Eclesiastés:
Valen más dos juntos que uno solo (…) Si caen, uno levanta a su compañero; pero ¡pobre del que está solo y se cae, sin tener a nadie que lo levante! (Eclesiastés o Cohélet 4,9-10)
Dos personas son un equipo mínimo, pero un equipo, al fin. Trabajar al servicio de Jesús y del Reino de Dios supone un espíritu de Iglesia, de comunidad, en la que se discierne y se verifica si se está obrando de acuerdo a las Palabras y a las Obras de Jesús, o si se le está traicionando. No es esa la práctica de los falsos profetas que, pretendiendo haber recibido individualmente revelaciones divinas, terminan formando bandos o sectas, aún reclamando que siguen perteneciendo a la Iglesia, cuando no declarándose como la “verdadera” Iglesia.
Así continúa este “manual del misionero”:
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. (Marcos 6,7-13)
Todo aquel que se prepara para un viaje evita cargarse demasiado. Como dice la canción: “No eches en la maleta / lo que no vayas a usar / son más largos los caminos / pa’l que va carga’o de más”.
Jesús indica a sus discípulos llevar un bastón, sandalias y una túnica. El bastón es apoyo para el caminante y defensa frente a animales salvajes. Las sandalias son calzado adecuado para caminos polvorientos. Una sola túnica es la que se lleva puesta, sin cargar una segunda. Pero también el calzado y el bastón recuerdan la indicación de Dios a los israelitas para comer el cordero pascual antes de salir de Egipto:
Deberán comerlo así: ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la mano. (Éxodo 12,11)
Con estas instrucciones, Jesús parece estar iniciando un nuevo éxodo, una nueva salida del Pueblo de Dios. En la misma dirección va la orden de no llevar “ni pan, ni provisiones, ni dinero”, sino marchar confiados en que Dios dará cada día el pan cotidiano, como hizo con el maná en el desierto. Dijo Moisés:
“El señor les manda que cada uno recoja lo que necesita para comer (…)
Que nadie reserve nada para el día siguiente” (Éxodo 16,16.19)
Los discípulos, que representan el nuevo Pueblo de Dios que Jesús está convocando, deben vivir en la misma actitud de confianza en la Providencia que aprendió a tener el Pueblo de Israel en el desierto.
En ese mismo llamado a confiar en la Providencia, continúa Jesús:
Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. (Marcos 6,7-13)
Puede ser que haya otras casas más cómodas; pero quedarse en esa casa es el reconocimiento a una colaboración que permite permanecer unos días misionando en el mismo pueblo. Dejar esa casa por otra más equipada sería una ingratitud hacia quienes supieron brindar desde el comienzo aquello que podían ofrecer.
Continúa diciendo Jesús:
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos. (Marcos 6,7-13)
Cuando los israelitas entraban a su tierra al volver de un país pagano, sacudían el polvo de sus pies para no introducirlo en la Tierra Santa. Al hacer este gesto donde han recibido un rechazo, los discípulos manifiestan que esa casa ha sido para ellos como un país pagano, del cual no quieren conservar ni siquiera el polvo.
Nuestro pasaje de hoy concluye así:
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. (Marcos 6,7-13)
Los discípulos realizan todo lo que Jesús les ha encomendado y les ha dado el poder de realizar: predicar, expulsar demonios y sanar a los enfermos.
Aquí aparece la mención de la unción con aceite, antecedente del sacramento de la unción de los enfermos, práctica que reaparecerá en la carta de Santiago, que dice:
Si hay alguno enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. (Santiago 5,14)
¿Qué nos queda de este manual de instrucciones para los misioneros de hoy? Muy resumidamente, mencionaría: la misión siempre desde la comunidad, no individualmente; una gran confianza en la Providencia y, en el centro, el anuncio del Reino de Dios, personificado en Jesucristo, con el testimonio de la Palabra y de las obras.
En esta semana
El lunes 15 recordamos a San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia, que fue superior general de la orden franciscana, siempre fiel al espíritu del fundador.
Martes 16: Nuestra Señora del Carmen, es decir, del Monte Carmelo, elevación donde actuó el profeta Elías y al que, ya en tiempos cristianos, se retiraron algunos hombres para hacer vida eremítica, dando origen más adelante a la Orden Carmelita.
Jueves 18. En el Uruguay recordamos la jura de nuestra primera Constitución, en 1830, un aniversario que nos invita a valorar la vida en democracia. Como dijo José Artigas, en 1813: “Es muy veleidosa la probidad de los hombres; sólo el freno de la Constitución puede afirmarla”.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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