“Si en este momento usted estuviera solo y Dios se le presentara ¿Qué le diría?”
Esa pregunta formaba parte de una encuesta que se hizo hace muchos años en las parroquias de Uruguay. La respuesta no era abierta: había múltiples opciones. Recuerdo una que decía: “me pondría de rodillas delante de Él y le pediría perdón por todos mis pecados”. Otra era “le preguntaría porqué hay tanto mal en el mundo”.
Esa pregunta formaba parte de una encuesta que se hizo hace muchos años en las parroquias de Uruguay. La respuesta no era abierta: había múltiples opciones. Recuerdo una que decía: “me pondría de rodillas delante de Él y le pediría perdón por todos mis pecados”. Otra era “le preguntaría porqué hay tanto mal en el mundo”.
De esa forma, se buscaba sacar alguna conclusión sobre la imagen de Dios y la relación que los católicos practicantes, de Misa, teníamos con Dios.
No recuerdo otras posibilidades de respuesta que se ofrecían; creo recordar una expresión de amor, de adoración y, seguramente, también la posibilidad de algún pedido, como la curación de una enfermedad o la solución de problemas….
Los seres humanos tenemos muchas necesidades.
Algunas son inmediatas, acuciantes y las tratamos de resolver a lo largo del día.
Otras son más de fondo y vamos buscando respuesta a lo largo de la vida.
Leyendo el Evangelio de hoy y otros pasajes, vemos cómo mucha gente iba al encuentro de Jesús.
Desde nuestra fe, podemos pensar, iban al encuentro de Dios, del Hijo de Dios… pero eso no era tan evidente en aquel tiempo. En la historia de Israel había habido muchos hombres claramente inspirados por Dios, cuyas historias -que nos han quedado en la Biblia- seguían siendo referencia para todos: Abraham, Moisés, los profetas… La gente percibía en ellos una clara relación con Dios, una gran conexión con Dios, podríamos decir.
Lo mismo veían ahora en Jesús. Un hombre que traía para ellos, de forma misteriosa, la presencia de Dios. Más allá del grupo de los Doce, que iba con Jesús a todas partes, permaneciendo con él, mucha más gente seguía a Jesús: averiguaban dónde estaba, iban a verlo, a escucharlo… esperaban ver o recibir un milagro.
¿Qué siente Jesús ante la gente? El evangelio de hoy nos presenta ese sentimiento:
Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor (Marcos 6,30 34)
La compasión de Jesús es el sentimiento que nos muestra el evangelio. Jesús se compadeció de la multitud. El verbo compadecer significa “padecer-con”. Padecer nos habla de algo malo que se siente, que se sufre, que se soporta: un dolor físico o moral, una enfermedad, una pena o castigo… Sentir compasión, compadecerse, es llegar a sentir como si fuera propio el sufrimiento del otro: padecer con el otro.
El motivo de la compasión de Jesús es que las personas de aquella multitud estaban “como ovejas sin pastor”. Eso significa que estaban perdidas y no encontraban el camino para atender sus necesidades más inmediatas. Pensemos en la primera estrofa del salmo de este domingo, este salmo tan conocido:
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.Ahí está lo que hace el pastor por sus ovejas. Pero, si no hay pastor ¿quién conducirá hacia las verdes praderas y las aguas tranquilas? Las ovejas sufrirán el hambre y la sed y se agotarán en un ir y venir sin rumbo.
Él me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas. (Salmo 22,1-6)
Pero allí, ante la multitud, está Jesús. Él, reencontrándose con sus discípulos que habían vuelto de su primera experiencia de misión, se había retirado con la intención de descansar:
Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.Sin embargo, no tuvieron éxito en ese intento de retiro:
Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. (Marcos 6,30 34)
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. (Marcos 6,30 34)En este reencuentro con la multitud que lo ha seguido, vuelve a manifestarse, una vez más, la compasión de Jesús. El evangelio no nos dice qué espera toda aquella gente en ese momento. No aparece ningún pedido de su parte. Nos dice, en cambio, lo que vio Jesús en ellos: “eran como ovejas sin pastor”. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús?
“… estuvo enseñándoles largo rato”. (Marcos 6,30 34)¿Era eso lo que esperaba la gente? ¿Era eso lo que hubiéramos esperado nosotros? La respuesta de Jesús va muchas veces más allá de lo que la gente cree que necesita, más allá de lo que le pide. Dios sobrepasa nuestros deseos y puede concedernos aún lo que no nos atrevemos a pedir. Pensemos en aquel paralítico que fue llevado ante Jesús y que, como podemos pensar, esperaría volver a caminar, ser curado. A él, lo primero que le dice Jesús es “tus pecados te son perdonados”. Tantos otros que fueron curados de sus enfermedades, escucharon de Jesús esta palabra: “tu fe te ha salvado”. No todos reconocieron el don que habían recibido. De diez leprosos que quedaron limpios por la palabra de Jesús, solo uno volvió para agradecer y pudo, así, escuchar esta frase:
«Levántate y vete, tu fe te ha salvado». (Lucas 17,19)Volver a Jesús. Volver al encuentro con Él, en la Iglesia, en la comunidad.
Como en nuestro punto de partida: ¿qué le pediríamos hoy? ¿Qué le podemos pedir?
Nada mejor que volver a escucharlo, estar con Él. Recibir su Palabra y ponerla en práctica.
Dejarnos enseñar. Todos necesitamos palabras de verdad que nos guíen y que iluminen nuestro camino. Sin la verdad, que es Cristo mismo, no es posible encontrar la correcta orientación ni el sentido de nuestra vida.
Cuando nos alejamos de Jesús y de su amor, nos perdemos. La existencia se transforma en desilusión e insatisfacción. Las dificultades nos abruman y las tinieblas parecen estar prontas a devorarnos. Pero, entonces…
Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal,Caminando detrás de Jesús, siguiendo sus huellas, aprendiendo de su compasión, es posible caminar sin temor y avanzar en el amor a Dios y al prójimo.
porque Tú estás conmigo. (Salmo 22,1-6)
En esta semana
- Lunes 22: Santa María Magdalena, apóstol de los apóstoles
- Miércoles 24: recordamos a la beata Madre Berenice, fundadora de las Hermanitas de la Anunciación.
- Jueves 25: Santiago, apóstol
- Viernes 26: Santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María.
- El domingo 28, el más próximo a la memoria de San Joaquín y Santa Ana, la iglesia celebra la jornada de los abuelos y mayores, convocada este año bajo el lema “En la vejez no me abandones” (cf. Sal 71,9).
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