| Parroquia Sagrada Familia, Sauce, Canelones. |
Homilía de Mons. Heriberto
Queridos hermanos y hermanas:
Hace un año, aquí mismo, en esta parroquia Sagrada Familia de Sauce, abríamos el año jubilar 2025, “Peregrinos de Esperanza”. Hoy, simultáneamente con las demás comunidades diocesanas del mundo, celebramos la clausura local del Jubileo, que tendrá su culminación en Roma en la solemnidad de la epifanía, el próximo 6 de enero.
Agradecer
El primer motivo de nuestra celebración es expresar nuestra gratitud al Señor por todas las Gracias recibidas a lo largo de este año santo.
Al mirar hacia atrás, siempre podemos pensar que podríamos haber hecho mucho más, que podríamos haber aprovechado mejor cada oportunidad… por eso es bueno recordar algunos de los esfuerzos que se hicieron por vivir el Año Jubilar en cada comunidad parroquial, en las comunidades educativas y obras sociales; en cada decanato y en las distintas instancias diocesanas.
Algunos de esos esfuerzos se dieron en la catequesis y otras instancias de formación en la fe; actividades en relación a las jornadas de los abuelos, de los pobres, la semana de la Creación; celebraciones penitenciales, peregrinaciones a los lugares jubilares, jornadas de adolescentes y jóvenes, cursillos y retiros, las visitas pastorales a algunas parroquias, la fiesta diocesana, la peregrinación nacional a la Virgen de los Treinta y Tres en su bicentenario…
Esas y otras iniciativas, sumadas a la vida litúrgica, sacramental y pastoral habitual, buscaron ayudarnos al encuentro o al reencuentro con Jesucristo, a llegar hasta Él con el corazón abierto a la Gracia.
La Gracia obra en la intimidad, en el corazón de las personas. A veces resulta en una conversión que significa un cambio muy notable, que puede ser reconocido y valorado por muchos… otras veces, quedará en el ámbito personal o familiar, pero no por eso será menos significativo. Damos gracias al Señor por su amor y su misericordia y por todas las personas que le abrieron su corazón y vieron sus vidas transformadas. Entre esas personas, un joven de nuestra diócesis aceptó responder al llamado de Jesús e ingresará próximamente al Seminario Interdiocesano. Otros jóvenes, varones y mujeres, siguen su búsqueda vocacional.
Como decía el Papa León XIV en su mensaje de Navidad:
“el año jubilar terminará … pero Cristo, nuestra esperanza, permanece siempre con nosotros. (…) la suya no es una aparición fugaz, pues Él viene para quedarse y entregarse a sí mismo. En Él toda herida es sanada y todo corazón encuentra descanso y paz”.
Caminar
De esa certeza de la presencia del Señor, surge un segundo motivo de esta celebración: prepararnos a recibir el nuevo año que ya está a la puerta. Al terminar el jubileo del año 1975, hace 50 años, san Pablo VI expresaba un deseo que podemos hacer nuestro:
“que la luz del Año Santo pueda difundirse igualmente después del Jubileo mediante un programa de acción pastoral, del que la evangelización es el aspecto fundamental”. (Evangelii Nuntiandi, 81).
En el horizonte de 2026 estamos llamados a profundizar el camino sinodal que venimos haciendo juntos con toda la iglesia.
Por otra parte, el papa León ha expresado públicamente su deseo de visitar, en un único viaje, Perú, Argentina y Uruguay, muy posiblemente este mismo año, pero aún sin fecha.
Los obispos uruguayos hemos sido convocados para realizar la visita Ad limina apostolorum, en Roma, del 14 al 19 de septiembre.
La preparación de la visita del Santo Padre tiene, sin duda, muchos aspectos prácticos de los que habrá que ocuparse; pero lo primero que tiene que preocuparnos es la preparación espiritual, la disposición para escuchar el mensaje del sucesor de Pedro que viene a confirmarnos en la fe.
En todo esto que nos espera en 2026, tres palabras son clave: comunión, participación y misión. ¿Cómo estamos viviendo esos tres aspectos de la vida eclesial? Y, sobre todo: ¿Cómo podemos crecer en ellos? Por allí irá nuestra reflexión a lo largo de este año, buscando la voluntad de Dios y poniéndola en práctica. Vamos a comentar algo sobre esto.
Comunión
Comunión: la segunda lectura de hoy, de la carta de san Pablo a los Colosenses, nos presenta una comunión en los afectos: “revístanse de sentimientos de profunda compasión”, dice Pablo y nos habla de benevolencia, humildad, dulzura, paciencia… Pero no se trata de un sentimentalismo. Pablo recuerda a los colosenses y nos recuerda a nosotros que hemos sido elegidos, que el Señor nos ha perdonado, que formamos un solo Cuerpo en Cristo. Él desea que la Palabra de Cristo resida en nuestros corazones, que vivamos en gratitud y en alabanza y que todo lo que podamos realizar lo hagamos en nombre del Señor Jesús.
En su carta apostólica In Unitate Fidei, En la unidad de la fe, con motivo de los 1700 años del Concilio de Nicea, el papa León XIV nos llama a profundizar nuestra comunión en la fe:
“la profesión de fe en Jesucristo, nuestro Señor y Dios (…) es el corazón de nuestra vida cristiana. Por eso nos comprometemos a seguir a Jesús como Maestro, compañero, hermano y amigo.”
Jesús, Maestro, compañero, hermano y amigo… muy bien. Pero sigue diciendo el Papa:
“El Credo niceno pide más: nos recuerda (…) que Jesucristo es el Señor (…), el Hijo del Dios viviente, que «por nuestra salvación bajó del cielo» y murió «por nosotros» en la cruz, abriéndonos el camino de la vida nueva con su resurrección y ascensión.”
Comunión en la fe, comunión en Jesucristo, maestro, hermano, amigo y Señor, Hijo de Dios.
Podemos ser buenas personas, hacer buenas obras, pero es esta comunión en la fe lo que nos hace Iglesia y da sentido a nuestros afectos y nuestras tareas.
Participación
Participación: el evangelio de hoy da un protagonismo especial a la figura de José, como “custodio del Redentor”, es decir, encargado de proteger al niño y a su madre frente a la mortal amenaza que se presenta. En su exhortación Redemptoris Custos, sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia, san Juan Pablo II menciona diez veces la participación de José en la realización del proyecto de salvación de Dios y destaca que él fue “el primero en participar de la fe de la Madre de Dios”.
En José, pues, tenemos un modelo de participación. El evangelio nos dice de él que era “un hombre justo”, es decir, un hombre que busca conocer y realizar la voluntad de Dios. Cuando la voluntad de Dios le es revelada, no duda: actúa.
La participación de José no es una simple acción, algo así como un “estoy para lo que me pidan”, sin entender lo que se está haciendo. José actúa porque cree, porque cree que Dios está llevando adelante un designio de salvación y está pidiendo que él intervenga, que él participe. María fue la primera en recibir el anuncio del Salvador. Ella creyó y dio su sí, su “hágase”. José fue el primero en participar de la fe con que ella dio ese sí y él también lo dio, con su respuesta inmediata a cada indicación de Dios.
Así pues, nuestro primer llamado a participar es a participar en la obra salvadora de Dios, en su proyecto de amor. Como decía san Pablo en otra de sus cartas
“cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.” (1 Corintios 10,31).
Nuestra participación en el plan de salvación de Dios la vivimos en nuestras comunidades, en distintos servicios y ministerios, en los organismos de comunión y participación como son los Consejos pastorales parroquiales, los Consejos de Asuntos Económicos y otros equipos de trabajo o coordinación de distintas áreas pastorales parroquiales y diocesanas.
Pero aunque los años y la salud no nos permitan prestar los servicios que en otro tiempo pudimos ofrecer, nadie está impedido de participar en la obra de salvación, porque, hay algo que siempre podremos hacer hasta el final de nuestra vida y eso es rezar y amar.
Misión
Misión: En octubre, tuve la oportunidad de participar en un encuentro con el Santo Padre junto a delegaciones de distintas regiones del mundo. Quien representaba a África fue el primero en hablar y le pidió al papa León una palabra. El Papa dijo: “la primera palabra que quiero decir para África y para todos nosotros -el mismo se incluyó- es misión”.
La comunión y la participación miran hacia la misión. Como recordábamos al comienzo, san Pablo VI pidió que, a continuación del jubileo del ‘75 hubiera “un programa de acción pastoral, del que la evangelización es el aspecto fundamental”. Esto lo decía en su exhortación Evangelii Nuntiandi, acerca de la evangelización en el mundo contemporáneo.
El llamado fue recogido por san Juan Pablo II impulsando la Evangelización Nueva: nueva en sus métodos, nueva en su expresión y, sobre todo, nueva en su ardor.
Benedicto XVI convocó a un sínodo sobre la nueva evangelización y llamó la atención en dos direcciones: el anuncio del evangelio a quienes no conocen a Cristo y la evangelización de las personas que, aún estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia (7 de octubre de 2012).
Retomando las conclusiones de ese sínodo, el Papa Francisco nos entregó Evangelii Gaudium, que nos recuerda que
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.” (Evangelii Gaudium, 1).
Con ese trasfondo, que nos remite al mandato de Jesús a sus discípulos de ir por todo el mundo anunciando el Evangelio (Mc 16,15), vayamos más a lo concreto. Pensemos en los métodos y recursos con que contamos para la misión.
¿Cómo ayudar a quienes no han encontrado a Jesucristo a vivir ese encuentro con Él?
¿Cómo podemos llevar el Evangelio a quienes se han alejado?
Antes que la palabra está el testimonio. Nuestra manera de vivir comunica mucho más que lo que podamos decir. Y cuando hablemos, esa manera de actuar será nuestro respaldo.
Demos valor a la vida litúrgica y sacramental de la comunidad, con una buena preparación y una celebración que invite a volver a quienes se acercan ocasionalmente.
La catequesis ya no tiene las dimensiones masivas de otros tiempos… que esa realidad nos ayude a dar todo su valor a cada niño, cada adolescente, cada joven, cada adulto que, movido por la fe que está descubriendo, pide recibir los sacramentos. Que cada persona pueda encontrar una comunidad abierta, acogedora, que le dé un testimonio de comunión y la invite a participar en la misión.
Contamos con diferentes propuestas de movimientos, sea a través de retiros como de encuentros periódicos… Cursillos de Cristiandad, Retiros Parroquiales Juan XXIII, grupos de Pastoral Juvenil, grupos de Pastoral de Adolescentes, Talleres de Vida y Oración, grupos de Lectura Orante de la Palabra, equipos de Acción Católica… actividades de formación más puntuales que se pueden proponer en las parroquias… y todo lo que podamos buscar, con la ayuda del Espíritu… todo eso vivido en clave de comunión, participación, misión.
María y José vivieron el más privilegiado encuentro con el Hijo de Dios que pudiera tener ninguna otra persona humana. Contemplando a la Sagrada Familia, dejemos que su vida de fe, de hogar y de trabajo nos ilumine cada día para seguir profundizando nuestra fe y nuestro encuentro cotidiano con el Señor y así dar testimonio de su presencia salvadora ante el mundo. Que así sea.
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