Normalmente el 28 de diciembre celebramos la memoria de los Santos Inocentes; pero este año el día 28 es el domingo siguiente a Navidad, de modo que corresponde celebrar la fiesta de la Sagrada Familia. Este año, además, este domingo tiene un carácter especial, porque es el día de clausura del Jubileo en todas las diócesis, previo a la culminación en Roma, que será en la solemnidad de la Epifanía, el 6 de enero. En nuestra diócesis de Canelones, como lo venimos anunciando, será en la parroquia Sagrada Familia de Sauce, a las 19 horas.
Hoy leemos el pasaje conocido como “la huida a Egipto”. Estamos en el evangelio de san Mateo, que nos acompañará a lo largo de este año litúrgico. Como ya vimos el domingo pasado, este evangelio presta especial atención a la figura de San José, en ese papel que san Juan Pablo II describió en su exhortación Redemptoris custos, “el custodio del redentor”, de 1989.
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. (Mateo 2,13-14)
En este pasaje nuevamente encontramos la forma en que Dios se comunica con José y la manera en que éste responde.
El Ángel del Señor se aparece a José en sueños. Pensemos que María recibió la anunciación completamente despierta, entró en diálogo con el mensajero y finalmente dió su consentimiento: “hágase”. El “sí” de María no significa que ella tenga que hacer algo -aunque mucho tendrá que hacer después- sino dejar que el Espíritu de Dios haga su obra en ella.
José, en cambio, recibe la voluntad de Dios mientras está dormido; pero al despertar se pone en obra.
La orden es trasladarse a Egipto ¿por qué allí? Una respuesta la encontramos en el versículo siguiente:
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo. (Mateo 2,15)
Es una preocupación del evangelista mostrar que en Jesús se cumplen las profecías. Expresiones como “para que se cumpliera…” o similares aparecen once veces, más que en los otros tres evangelios juntos. El cumplimiento es más que la realización de un hecho tal como estaba anunciado. El cumplimiento es la realización de algo anunciado, pero en una forma que supera lo que podría haberse previsto.
Aquí Mateo está citando al profeta Oseas:
Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. (Oseas 11,1)
El profeta se refiere al acontecimiento fundante de Israel, la Pascua: la intervención de Dios para librarlo de la opresión de Egipto y conducirlo a la libertad. Pero ese recuerdo va seguido de un reproche: el hijo, el Pueblo de Dios, se aparta de la voluntad del Padre.
Marchando hasta Egipto y volviendo, Jesús rehace el camino del Éxodo y con él comienza el Nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios que hará la voluntad del Padre. El exilio de Jesús es como una imagen de nuestro exilio espiritual, cuando nos alejamos de Dios. Podemos decir que exiliándose, alejándose, Jesús va a buscarnos, para traernos a la casa del Padre.
Ahora bien… si más allá de la intención teológica del evangelista Mateo hay una realidad histórica en la “huida a Egipto”, podemos preguntarnos si eso fue realmente posible.
Lo primero que se puede decir es que esto no es nuevo. En el Antiguo Testamento encontramos otros relatos de “huida a Egipto”.
Salomón trató de dar muerte a Jeroboam, pero este huyó y se refugió en Egipto, junto a Sisac, rey de Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Salomón. (1 Reyes 11,40)
Jeroboam fue el rey que sucedió a Salomón. Otro personaje amenazado fue el profeta Urías:
El rey Joaquím, todos sus guardias y los jefes oyeron sus palabras, y el rey intentó darle muerte. Al enterarse, Urías sintió temor y huyó a Egipto. (Jeremías 26,21)
Ahora bien ¿cómo era Egipto en tiempos de Jesús? Ya no era la tierra de los faraones. Había pasado por la dominación griega con Alejandro Magno y sus sucesores, de la que quedó la marca del nombre de Alejandría, la ciudad ubicada en el delta del Nilo. Hacia el año 30 antes de Cristo Egipto pasó a ser parte del imperio romano. En Alejandría había una numerosa colectividad judía de habla griega. Una idea del desarrollo espiritual y cultural de esa comunidad nos la da la “Biblia de los Setenta”, una traducción del Antiguo Testamento al griego iniciada en el siglo III antes de Cristo, en la que habrían participado unos 72 sabios. Esa traducción será citada en los escritos del Nuevo Testamento. Egipto, entonces, no era tierra extraña para un judío, sino un lugar donde encontraría quienes lo recibieran.
Nada nos dice el evangelio sobre la estadía de la Sagrada Familia en Egipto, pero no es difícil imaginar lo que vivieron y siguen viviendo muchas familias forzadas a abandonar su hogar, para escapar de la muerte, llevando apenas lo indispensable. La escena de la Madre con el niño en sus brazos, montada en el burrito que José lleva por las riendas, se repite hoy, una y otra vez, de diferentes maneras, en tantos lugares asolados por las guerras y las persecuciones.
Comentando estas vicisitudes de todos los tiempos, decía el papa Francisco:
Creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria. (Carta apostólica Patris Corde, con corazón de padre)
San José… la misión de los santos no es solo la de interceder por nosotros ante Dios, sino también la de ayudarnos a vivir en plenitud la vida cristiana, sobre todo en la caridad. San José nos da un ejemplo a través de su silencio que, sin embargo, tanto comunica. Así como el protegió con amor a María y a Jesús, pidámosle que sea también padre para nosotros, que cuide especialmente a quienes viven la inseguridad del destierro y que a todos nos guíe en el camino de la vida para que alcancemos la gracia de nuestra conversión.
En esta semana
El próximo jueves es primero de enero, octava de Navidad y celebramos la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ese día, también es la 59 Jornada Mundial de la Paz. El papa León XIV ha preparado un mensaje que tiene como título “La paz esté con todos ustedes: hacia una paz desarmada y desarmante”.
Amigas y amigos, muy Feliz año Nuevo. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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