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domingo, 29 de diciembre de 2024

Diócesis de Canelones: inauguración del Año Jubilar. Homilía de Mons. Heriberto.

Parroquia Sagrada Familia, Sauce, Canelones

Queridos hermanos y hermanas:

En la pasada nochebuena, en la basílica de San Pedro, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa, dando comienzo al Jubileo del año 2025, que se extenderá hasta la solemnidad de la Epifanía, el 6 de enero de 2026.

Hoy, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, se abre el año jubilar en cada una de las diócesis del mundo. Por ser hoy también la fiesta patronal de esta comunidad parroquial de Sauce, decidimos abrirlo aquí, en el centro geográfico de la diócesis.

No se abre en ningún otro lugar, salvo en Roma, otra puerta santa; pero tenemos que recordar que hay una puerta siempre abierta para llegar a Dios y es el mismo Jesús, que nos ha dicho:

“Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Juan 10,9).

Ordinariamente, es decir, en forma habitual, la Iglesia celebra cada 25 años un Año Jubilar. El último jubileo ordinario fue el del año 2000, aunque el cambio de milenio lo convirtió en un Gran Jubileo, como lo soñó san Juan Pablo II, desde el momento en que asumió, en 1979, la cátedra de San Pedro.

Ha habido también Jubileos extraordinarios, como el de la Misericordia, en 2015-2016. Al convocarlo, el papa Francisco nos llamaba a contemplar en el rostro de Jesucristo “el rostro de la misericordia”, ya que “quien lo ve a Él ve al Padre” (cfr Jn 14,9), pues Jesús con su palabra, sus gestos y toda su persona nos revela la misericordia de Dios.

El Jubileo tiene profundas raíces bíblicas. El Pueblo de Dios, el antiguo Israel, celebraba cada siete años un “año sabático”: el séptimo. Al cabo de siete “semanas de años”, es decir, es decir, 49 años, en el año 50, se celebraba un gran Jubileo. Tanto en los años sabáticos como en ese año jubilar se debía dejar en libertad a los esclavos, remitir las deudas y dar descanso a la tierra (cf. Levítico, 25).

El pasaje del libro de Isaías que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4) es el anuncio de un Año Santo:

“El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…” (Isaías 61,1-2a). 

Terminada la lectura, Jesús comenzó a hablar diciendo: 

"Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lucas 4,21). 

Así como Él es la puerta de salvación, siempre abierta para quien quiera entrar, Él ofrece siempre la misericordia de Dios, en el espíritu del Año Jubilar. Lo anunciado por el profeta se cumple plenamente en Él. Es Él quien inaugura el tiempo de gracia, el tiempo de la misericordia. 

El lema del jubileo de 2015-2016 fue “Misericordiosos como el Padre”. Un llamado no solo a recibir la misericordia, sino también a ofrecerla, a darla, a extenderla. Pero eso solo es posible si se ha experimentado, si se ha recibido la misericordia del Padre, como el publicano que oraba golpeándose el pecho en el fondo del templo, o el hijo pródigo que recibió el abrazo del Padre cuando, arrepentido, regresó a la casa.

El lema de este año jubilar es “peregrinos de esperanza”. Reconocernos como peregrinos es reconocernos como personas que estamos en camino hacia la eternidad. Aunque no nos desplacemos de un lugar a otro, somos peregrinos en el tiempo, que esperamos llegar a la Casa del Padre, a nuestro hogar definitivo. 

Las peregrinaciones que podamos hacer, como la de la Sagrada Familia, que iba todos los años a Jerusalén, como nos cuenta el evangelio de hoy… las grandes peregrinaciones que suelen organizarse en los jubileos a Tierra Santa, a Roma, a los grandes santuarios marianos; o en Uruguay al Verdún o a la Virgen de los Treinta y Tres; o las que podemos hacer sin salir de nuestra diócesis, en los lugares que han sido indicados… esas peregrinaciones son imagen de la peregrinación de nuestra vida y la llegada al lugar santo anticipo de la llegada al Cielo, como nos lo ha hecho sentir el salmo, un salmo de peregrinación: “felices los que habitan en tu Casa, Señor” (antífona del Salmo responsorial).

Estas peregrinaciones podemos hacerlas personalmente, en familia, en grupo, en comunidad… pueden estar muy preparadas o pueden ser una sencilla visita, siempre con el corazón bien dispuesto. Como sea; lo importante es que las vivamos como miembros de la Iglesia peregrina, orando y caminando hacia Cristo, puerta de salvación; haciendo penitencia, rezando por nuestra propia conversión y la de todos los pecadores y recordando en la oración a nuestros hermanos difuntos.

El jubileo es una ocasión para recibir indulgencia plenaria para sí mismo o para una persona fallecida. Vamos a explicar esto, pero quisiera recordar algo que está primero. Lo primero es recibir el perdón por mis pecados y para eso está el sacramento de la Reconciliación. El pecado grave me priva de la comunión con Dios y me hace incapaz de participar de la vida eterna. Por medio de la confesión, hecha con sincero arrepentimiento, recibo el perdón de mis culpas. Eso es lo primero.

Sin embargo, el pecado deja en mí una mancha que todavía es necesario purificar, sea en esta vida o después de la muerte, durante un tiempo, en lo que llamamos Purgatorio. Y es ahí donde llega la indulgencia, que es la remisión de esa pena temporal, de ese tiempo de purificación. La indulgencia puede ser parcial, por una parte de ese tiempo de purificación o puede ser indulgencia plenaria, es decir, por todo ese tiempo. Si la obtenemos para un alma del purgatorio, eso significaría la terminación de ese tiempo y la entrada al Cielo, a estar ya para siempre junto a Dios. Si hay muchas personas por las que quiero pedir esa indulgencia plenaria, puedo repetir esos gestos en toda oportunidad que se presente en este año.

Para recibir la indulgencia plenaria, con ocasión de una peregrinación o visita a un lugar sagrado, o en la participación de esta Misa de hoy, es necesario cumplir tres condiciones: 

- haberse confesado o hacerlo dentro de los diez días siguientes
- comulgar
- y rezar por las intenciones del Santo Padre.

El Jubileo, tiempo de misericordia, es ocasión de conversión y eso ha de llevarnos a una celebración profunda del sacramento de la Reconciliación. La confesión, la comunión y la oración no son pasos de un trámite que hay que cumplir y ya está. El jubileo nos invita a preparar bien esos momentos, todos ellos, empezando por una buena confesión, con una revisión cuidadosa de mi vida, de mi relación con Dios y con el prójimo, con un arrepentimiento sincero y el desapego del pecado.

¿Qué sucede para las personas que se encuentran en situaciones por las cuales no pueden recibir la absolución ni pueden comulgar? Recordemos esta enseñanza del papa Francisco: 

“Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita».” (Amoris Laetitia, 297). 

Y también Juan Pablo II, refiriéndose a quienes están en esas situaciones: 

“que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.” (Familiaris Consortio, 84). 

Yo he sido testigo del camino de personas que vivieron esa realidad dolorosa con humildad, con obediencia a Dios y a la Iglesia y que un día pudieron volver a participar plenamente de los sacramentos.

Queridos hermanos y hermanas, hoy contemplamos a la Sagrada Familia en su peregrinación a Jerusalén. Nos ponemos bajo la protección de Jesús, María y José para que ellos nos guíen y acompañen en la peregrinación de este Año Jubilar y en la peregrinación de toda nuestra vida. Que así sea.

Parroquia Sagrada Familia, Sauce, domingo 29 de diciembre de 2025.

sábado, 20 de abril de 2024

“¡Levantemos el corazón!” Carta Pastoral del Obispo de Canelones con motivo del Año Vocacional Nacional.


2025 Año Jubilar “Peregrinos de Esperanza”
2024 Año de la oración, en preparación al Año Jubilar
2024 Año vocacional en Uruguay: “¡Ánimo, levántate, Él te llama!” (Marcos 10, 49)
2024 Visita de la reliquia del beato Jacinto Vera en la Diócesis de Canelones

“¡Levantemos el corazón!”

Carta Pastoral del Obispo de Canelones con motivo del Año Vocacional Nacional

1. Pongámonos en oración

Queridos diocesanos:

“¡Levantemos el corazón!” es la invitación que nos hace el sacerdote, al comenzar uno de los momentos más importantes de la Misa. “¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!” es la respuesta de la comunidad. Levantar el corazón al Señor, levantar el corazón al Padre, es la actitud necesaria para quien quiera ponerse en oración.

El Papa Francisco nos invita a hacer de 2024 un año de oración en preparación al Jubileo de 2025. 

Los Obispos uruguayos hemos convocado a un año vocacional y en él la oración tiene un lugar central. Todos recordamos las palabras de Jesús:

“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.” 
(Mateo 9,37-38 y Lucas 10,2).

Ante la falta de obreros, el Señor nos exhorta a orar, a levantar el corazón hacia el dueño de los sembrados. Levantar el corazón al Padre.

2. Dejémonos urgir

En estos días los viñedos de Canelones y de algunos otros lugares del país están concluyendo los trabajos de la vendimia, no sin pasar por algunas dificultades. Muchos hombres y mujeres se han desplazado de un lugar a otro para sumarse a la recolección de los racimos.

La cosecha es una actividad que tiene su momento preciso. Y cuando llega ese momento, hay que recoger lo producido porque si no, se pierde.

Por eso cuando Jesús habla de cosecha, él siente esa urgencia. Si no hay obreros, hay almas que se pierden. Por eso nos urge a levantar el corazón a Dios y pedir que envíe trabajadores.

3. Oremos con la madre de Samuel…

En la Palabra de Dios encontramos muchos modelos de oración y de personas orantes. Los invito a que contemplemos la oración de una mujer: Ana, que encontramos al comienzo del primer libro de Samuel (1,1-18).

Ana es una mujer que sufre mucho, porque no ha podido tener hijos. En una peregrinación al santuario, ella “con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente”; “oraba en silencio; sólo se movían sus labios, pero no se oía su voz”. Esto hizo pensar al sacerdote, que había estado observándola, que Ana estaba en estado de ebriedad y la increpó para que saliera del santuario.

Pero Ana pudo explicarse: esto “ha sido por el exceso de mi congoja y mi dolor”. El sacerdote, entonces, le dijo: “Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que tanto le has pedido”. Y así fue. Ana marchó en paz y su oración fue escuchada. Y fue la madre de quien sería el profeta Samuel.

Leamos despacio -luego- este comienzo del primer libro de Samuel. Dejémonos conmover por la súplica de Ana. Tal vez nuestros sentimientos no lleguen a esos extremos de amargura, desconsuelo, congoja, dolor… pero contemplando a Ana podemos también encontrarnos nosotros mismos, en algunas situaciones que vivimos.

4. … pidiendo hijos para el Uruguay y para la Iglesia

En Ana podemos encontrarnos como pueblo uruguayo que ve disminuidos sus hijos. Son los datos del Censo. El crecimiento de la población del Uruguay ha sido ínfimo y no se debe tanto al número de nacimientos, que ha decrecido, como a la llegada de inmigrantes, sobre todo de otros países de América Latina. En la esterilidad de Ana se refleja la esterilidad que va ganando a parte de nuestro pueblo, que, por distintas razones no llama a la vida nuevos hijos. Esto genera varios sentimientos que pueden no ser los mismos de Ana, pero son también de sufrimiento.

Y en Ana también podemos encontrarnos como Iglesia que peregrina en Uruguay. Sin negar signos de vida ni motivos de alegría, como se dio en muchas ocasiones el año pasado, con la beatificación de Jacinto Vera y en varios acontecimientos de la vida de nuestras diócesis, hay una realidad que nos interpela fuertemente, y es el decrecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. 

En este año, por primera vez en mucho tiempo, el Seminario Interdiocesano no recibió ningún ingreso. Desde hace tiempo los ingresos venían siendo muy pocos; pero este año el número fue cero. Aquí también se refleja la esterilidad de Ana. 

La Iglesia engendra menos hijos y eso también se refleja en las estadísticas. Disminución, desde hace años, del número de nuevos bautizados, de los niños en catequesis, de las confirmaciones, de la participación en la Misa dominical, de los matrimonios… Algunas comunidades escapan a esta realidad y están llenas de vida; pero muchas otras ven el paulatino envejecimiento de sus miembros que, poco a poco, van partiendo a la Casa del Padre dejando vacío un lugar que ya nadie ocupa.

Entonces, levantemos el corazón, cumplamos la indicación del Señor y elevemos nuestra oración al Padre. Ahora bien ¿Cómo pedir? ¿Qué pedir?

5. Oremos de verdad

¿Cómo pedir? De nuevo, contemplemos a Ana en su súplica. Ana no está “haciendo los deberes”. Está orando de verdad, abriendo su corazón delante del Señor, confiándose a Él, al Dios de Consuelo y de Misericordia. Podemos rezar de muchas maneras: desgranando las cuentas del Rosario, en adoración ante el Santísimo Sacramento, en la lectura orante de la Palabra de Dios, como comunidad reunida en la Eucaristía, en el comienzo o el final de una reunión pastoral. Puede ser la oración por las vocaciones, un Padrenuestro, un Avemaría o una oración espontánea. No faltarán propuestas de vigilias y otros momentos de oración que nos ofrecerá la Pastoral Vocacional… pero no puede faltar en ninguno de esos momentos nuestra confianza, nuestro corazón puesto en cada palabra que dirijamos al Señor, ya sea a solas con Él o como comunidad reunida en oración.

6. Pidamos obreros

¿Qué pedir? Pedir al Padre que envíe trabajadores, es lo que indica Jesús. Las oraciones que han sido preparadas para pedir por las vocaciones han ido incluyendo diferentes vocaciones de servicio y de consagración dentro de la Iglesia. Todos son “trabajadores” y todo hay que pedirlo: fieles laicos que vivan su compromiso cristiano en la Iglesia y en el Mundo; matrimonios que formen familias cristianas; misioneros, catequistas, ministros laicos; hombres y mujeres que se consagren a Dios en un carisma con los votos de pobreza, obediencia y castidad; diáconos permanentes, sacerdotes… Sentimos especialmente la falta de sacerdotes y de personas consagradas y por eso, en este año, queremos pedirlo fervorosamente.

7. Pidamos por nuestra comunidad

Sin embargo, la oración tal vez tiene que empezar pidiendo por la propia Iglesia, desde la comunidad de la que hacemos parte.

Que cada comunidad pida al Señor ser una comunidad orante y misionera, fraterna y servicial, donde cada persona sea importante, desde los más pequeños a los mayores en edad.

Una comunidad que se sienta en su conjunto responsable de la catequesis como introducción a la vida cristiana.

Una comunidad donde haya lugar para los niños, adolescentes y jóvenes. Los jóvenes necesitan espacio… y tiempo. Hay jóvenes en las parroquias donde hay adultos dispuestos a “perder el tiempo” con ellos, a escucharlos, a acompañarlos. Y allí donde hay jóvenes, llegan otros jóvenes.

8. Pidamos auténticas vocaciones

Las auténticas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada surgen en el seno de una comunidad viva, que no está cerrada sobre sí misma, sino atenta al anuncio del evangelio y al servicio de los pobres.

Son elementos a tener en cuenta en el discernimiento de las vocaciones de especial consagración: la participación consecuente en la vida de una comunidad, los vínculos sanos con los hermanos y hermanas, la actitud de servicio, junto con la vida espiritual y la oración personal. 

La respuesta al llamado es personal, tal como lo refleja la historia de la vocación de Samuel, el hijo de Ana (I Samuel, capítulo 3). Personal, pero no individualista, sino en el marco de una vida de familia, de comunidad, de pertenencia al Pueblo de Dios. Deben ser discernidas con mucho cuidado las presuntas vocaciones que aparecen como “sueltas”, sin el marco de una comunidad y que pueden responder más a una necesidad de protagonismo, a un falso mesianismo o aún a un narcisismo.

9. Crezcamos en la unión con Cristo Esposo

Es el momento de retomar la historia de Ana, ya que hemos mencionado a su hijo. El esposo de Ana se llamaba Elcaná y él tenía siempre con ella una atención especial “porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril” (v. 5). Al regreso de su peregrinación, nos cuenta el libro de Samuel: 

“Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor».” (1,19-20). 

Cumpliendo su promesa, Ana llevó a Samuel, entregándolo a Dios para el servicio del templo. Más adelante Ana “concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. (2, 21)

No basta la oración de la mujer para que ella pueda ser madre. Si vemos a nuestra comunidad reflejada en la oración de Ana, para que su vientre sea fecundo nuestra comunidad ha de unirse a su esposo. Y el esposo es Cristo.

Cristo es el esposo que ama a la Iglesia, que entregó su vida por ella, como lo recuerda san Pablo a los Efesios:

“Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Efesios 5, 25-27).

El mismo Pablo muestra su celo como amigo del Esposo, que quiere llevar ante Él una novia pura:

“Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura” (2 Corintios 11, 2).

Como comunidad, necesitamos estar con el Esposo. Necesitamos estar con Jesús: en la escucha de su Palabra, en la oración, en los sacramentos, en el servicio al hermano pobre y necesitado, donde Él también está presente.

Creciendo cada día en la unión con Cristo, personalmente y en comunidad, el Señor nos dará 

“comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a [Él] y a la evangelización” (Papa Francisco, Jornada mundial de oración por las vocaciones, 2017).

10. Recibamos la visita del beato Jacinto…

Para acompañarnos en la oración, visitará nuestras comunidades, a lo largo del año, una reliquia del beato Jacinto Vera. De esta forma sentiremos de nuevo la cercanía del antiguo párroco de Canelones, luego Obispo, que recorrió muchas veces nuestro departamento en sus visitas pastorales. Hagamos esto con tiempo, sin apuros, de modo que la reliquia pueda detenerse y ser motivo de reunión para la oración, no solo en las iglesias parroquiales, sino en cada capilla u oratorio, así como en los centros de educación católica, o en todo lugar donde sea oportuno y adecuado.

11. … y confiémonos a nuestra Madre.

El año vocacional culminará con la Peregrinación Nacional a la Virgen de los Treinta y Tres, en Florida, el domingo 11 de noviembre. De más está decir que estamos todos invitados a llegar ese día al altar de la Patria y unirnos allí en oración ante nuestra Madre.

Nos confiamos al Padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay, el beato Jacinto Vera y a la Madre y patrona de nuestra Diócesis, Nuestra Señora de Guadalupe.

Hermanos y hermanas: ¡levantemos el corazón! Que el Señor reciba nuestras súplicas y derrame sobre nosotros su bendición.

+ Heriberto, obispo de Canelones
Canelones, Miércoles Santo, 27 de marzo de 2024. 

martes, 1 de agosto de 2023

Ordenación sacerdotal del P. Néstor Rosano. Homilía.

Lecturas:

Primera lectura: Jeremías 1, 4-9. El Señor me dijo: No digas: "Soy demasiado joven", porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene.

Salmo 88, 21-22. 25. 27. ¡Cantaré eternamente tu amor, Señor!

Segunda lectura: Efesios 4, 1-7. 11-13. Cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido.

Evangelio: Mateo 9, 35-38. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.

Homilía

Queridos hermanos y hermanas:

Convocados por el Señor

¡Qué lindo es ver esta hermosa asamblea!

Esta hermosa asamblea que formamos al reunirnos este domingo en la iglesia parroquial de San Isidro de Las Piedras; asamblea que hace presente nada menos que el misterio de la Iglesia.

Iglesia significa “convocatoria”; y la convocatoria que nos ha reunido hoy no es simplemente la invitación que nos puede haber llegado por distintos medios. Hemos venido a participar de esta celebración no solo por el cariño y la amistad que sentimos por quien va a ser ordenado sacerdote. Hemos venido porque nos ha convocado, ante todo, el Señor mismo. Él nos ha llamado desde siempre, “por pura iniciativa suya”, como dice el lema que Néstor ha elegido para su ordenación sacerdotal.

El llamado vocacional: por pura iniciativa divina

Vocación significa llamado. No siempre somos conscientes de ese significado. Hoy se habla más de cualidades, aptitudes o de una inclinación especial por un tipo de profesión, servicio o tarea.

El llamado vocacional, que pasa por mi subjetividad, que toca mis sentimientos, que interpela mi razón, no viene de mi propio interior, sino que viene de otro que me llama. Ese “otro” es “el Otro” con mayúscula. Es Dios, que me saca de mí mismo y me hace descubrir que tengo un lugar en su proyecto de amor. 

Y viéndolo así, comprenderé también que las cualidades y las fortalezas que yo pueda tener, las ha puesto en mí el mismo Dios, para hacerme posible el responderle. Y todavía veré de otro modo mi debilidad, mi fragilidad, y tal vez pueda, como san Pablo, comprender la palabra que le dirigió el Señor: 

«Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad» (2 Corintios 12,9).

Tomado de entre los hombres y puesto en favor de ellos

Jesús 

“llamó a su lado a los que él quiso. Ellos fueron hacia Él (…) instituyó a Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Marcos 3,13-14)

El llamado de Dios me saca de mí mismo y me atrae hacia Él, para enviarme de nuevo a los demás. 

La carta a los Hebreos dice: 

“todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y ha sido puesto en favor de ellos en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.” (Hebreos 5,1). 

El autor de la carta lo refiere a los sacerdotes de la Primera Alianza, para luego hacernos ver que ese sacerdocio anticipaba, prefiguraba, el sacerdocio de Cristo, único y verdadero sacerdote.

Cuando dice “es tomado de entre los hombres”, el autor de Hebreos está aludiendo delicadamente, sin nombrarlo, a Dios. Es Él quien, “por pura iniciativa suya” elige, llama y toma a quien le responde.

Todo llamado pide una respuesta. Esa respuesta, a veces, no llega.

Pero hoy estamos aquí porque Néstor respondió.

Néstor ha dado su sí al llamado de Dios y la Iglesia diocesana ha reconocido y confirmado en Néstor esa vocación y es por eso que hoy recibirá la ordenación que lo hará presbítero, sacerdote, para la iglesia de Canelones.

Se compadeció de la multitud

El evangelio que hemos escuchado nos habla de la compasión que siente Jesús por la multitud, al ver a todos cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. 

A diferencia de algunos referentes religiosos de su tiempo, Jesús no despreció a los pecadores ni se separó de ellos, sino que salió a su encuentro, manifestando que 

“no son los sanos quienes necesitan el médico, sino los enfermos” (Mateo 9,12). 

Y lo dice después de haber llamado al publicano Mateo, manifestando en esa elección la Misericordia del Padre: 

“Con misericordia lo eligió” (lema del Papa Francisco, tomado de una homilía de San Beda el Venerable, oficio de lecturas de la fiesta del apóstol San Mateo).

En unión con Jesús buen pastor, como comunidad de discípulos, estamos llamados a tener su misma mirada compasiva ante tantos hombres y mujeres que sufren hoy por diversos motivos; hay distintas carencias y formas de pobreza, hay situaciones de violencia que amenazan la vida; pero la más profunda miseria es la de no encontrar sentido a la existencia, la de sufrir el más doloroso vacío y la falta de amor, que lleva a tantas personas, especialmente jóvenes, a buscar matar ese sufrimiento con el vértigo o la droga o poniendo fin a su vida. 

Néstor, tú que quieres vivir tu sacerdocio según el corazón de Jesús, te unirás a Él y a la comunidad en esa mirada compasiva y misericordiosa que los moverá a buscar respuestas y a realizar acciones concretas, para ayudar a levantarse a los heridos en los caminos de nuestro tiempo, especialmente quienes están hundidos en el sin sentido y el pecado. Para eso el Señor también te entrega hoy la facultad de perdonar los pecados en su nombre y reconciliarnos con Dios.

Esparcir con generosidad la buena semilla

La “Palabra del Reino” que esparce el Sembrador es siempre buena semilla que quiere encontrar tierra buena. Jesús no buscó escatimarla de ningún modo; al contrario: la lanzaba sin mirar las condiciones del terreno en que caía. 

“La Iglesia existe para evangelizar” (Evangelii Nuntiandi, 14) 

nos decía san Pablo VI. 

Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a participar en la misión de anunciar la alegría del Evangelio. Como dice san Pablo en la segunda lectura que hemos escuchado “cada uno de nosotros ha recibido su propio don”. 

Ayudar a descubrir los carismas presentes en los miembros de la comunidad y a ponerlos en práctica, en forma articulada, para la misión, es uno de los servicios que presta el presbítero actuando en unión con Cristo “que organizó a los santos para la obra del ministerio”, como sigue diciendo san Pablo. 

Promover una mayor participación de los fieles laicos en los diversos servicios y ministerios hacia dentro y hacia fuera de la comunidad no solo es necesario porque es parte de su vocación bautismal, sino que se hace hoy particularmente urgente. 

Seguiremos pidiendo “al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”; seguiremos pidiendo por las vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada; pero pediremos también que crezca la participación de todos los fieles, para que caminemos juntos en la misión.

Pronunciar con Cristo sus palabras: "tomen y comen"

Todo caminante, todo peregrino, necesita alimentarse para reponer sus fuerzas.

Dios, que alimentó con el maná a su Pueblo para su caminata en el desierto, se da Él mismo a nosotros como alimento, de una manera que hace necesario el servicio sacerdotal.

Néstor, a partir de ahora, celebrando la Eucaristía, te unirás a Cristo, que es quien celebra y quien consagra con todo su cuerpo, que es la Iglesia. Pero tú, como presbítero, dirás junto con Él las palabras que Él mismo pronunció en la última cena y presentarás a tus hermanos su Cuerpo y su preciosa Sangre, como Él mismo los presentó a sus discípulos, invitándolos a comer y a beber para participar de la salvación que nos llegaría por el sacrificio del calvario.

A través de las palabras que vas a pronunciar y de los gestos que vas a realizar, el Espíritu Santo hará presente para toda la asamblea el sacrificio de la Cruz y el Señor crucificado y resucitado se hará alimento para ti y tus hermanos, pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación.

Con la Guadalupana y Don Jacinto

Queridos hermanos y hermanas… ¡cuántas cosas más me gustaría decir! Quedémonos con la alegría y la esperanza que nos da a todos el sí de Néstor. Renovemos nuestra confianza en el Señor, que lo ha llamado, y que completará y perfeccionará la obra que ha iniciado en él. Encomendémoslo a Nuestra Señora de Guadalupe, para que lo guarde bajo su manto de madre y al beato Jacinto Vera, padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay, para que Néstor viva plenamente su sacerdocio según el corazón de Jesús, para bien de todo nuestro pueblo de Canelones. Así sea.