Parroquia Sagrada Familia, Sauce, Canelones |
Queridos hermanos y hermanas:
En la pasada nochebuena, en la basílica de San Pedro, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa, dando comienzo al Jubileo del año 2025, que se extenderá hasta la solemnidad de la Epifanía, el 6 de enero de 2026.
Hoy, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, se abre el año jubilar en cada una de las diócesis del mundo. Por ser hoy también la fiesta patronal de esta comunidad parroquial de Sauce, decidimos abrirlo aquí, en el centro geográfico de la diócesis.
No se abre en ningún otro lugar, salvo en Roma, otra puerta santa; pero tenemos que recordar que hay una puerta siempre abierta para llegar a Dios y es el mismo Jesús, que nos ha dicho:
“Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Juan 10,9).
Ordinariamente, es decir, en forma habitual, la Iglesia celebra cada 25 años un Año Jubilar. El último jubileo ordinario fue el del año 2000, aunque el cambio de milenio lo convirtió en un Gran Jubileo, como lo soñó san Juan Pablo II, desde el momento en que asumió, en 1979, la cátedra de San Pedro.
Ha habido también Jubileos extraordinarios, como el de la Misericordia, en 2015-2016. Al convocarlo, el papa Francisco nos llamaba a contemplar en el rostro de Jesucristo “el rostro de la misericordia”, ya que “quien lo ve a Él ve al Padre” (cfr Jn 14,9), pues Jesús con su palabra, sus gestos y toda su persona nos revela la misericordia de Dios.
El Jubileo tiene profundas raíces bíblicas. El Pueblo de Dios, el antiguo Israel, celebraba cada siete años un “año sabático”: el séptimo. Al cabo de siete “semanas de años”, es decir, es decir, 49 años, en el año 50, se celebraba un gran Jubileo. Tanto en los años sabáticos como en ese año jubilar se debía dejar en libertad a los esclavos, remitir las deudas y dar descanso a la tierra (cf. Levítico, 25).
El pasaje del libro de Isaías que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4) es el anuncio de un Año Santo:
“El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…” (Isaías 61,1-2a).
Terminada la lectura, Jesús comenzó a hablar diciendo:
"Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lucas 4,21).
Así como Él es la puerta de salvación, siempre abierta para quien quiera entrar, Él ofrece siempre la misericordia de Dios, en el espíritu del Año Jubilar. Lo anunciado por el profeta se cumple plenamente en Él. Es Él quien inaugura el tiempo de gracia, el tiempo de la misericordia.
El lema del jubileo de 2015-2016 fue “Misericordiosos como el Padre”. Un llamado no solo a recibir la misericordia, sino también a ofrecerla, a darla, a extenderla. Pero eso solo es posible si se ha experimentado, si se ha recibido la misericordia del Padre, como el publicano que oraba golpeándose el pecho en el fondo del templo, o el hijo pródigo que recibió el abrazo del Padre cuando, arrepentido, regresó a la casa.
El lema de este año jubilar es “peregrinos de esperanza”. Reconocernos como peregrinos es reconocernos como personas que estamos en camino hacia la eternidad. Aunque no nos desplacemos de un lugar a otro, somos peregrinos en el tiempo, que esperamos llegar a la Casa del Padre, a nuestro hogar definitivo.
Las peregrinaciones que podamos hacer, como la de la Sagrada Familia, que iba todos los años a Jerusalén, como nos cuenta el evangelio de hoy… las grandes peregrinaciones que suelen organizarse en los jubileos a Tierra Santa, a Roma, a los grandes santuarios marianos; o en Uruguay al Verdún o a la Virgen de los Treinta y Tres; o las que podemos hacer sin salir de nuestra diócesis, en los lugares que han sido indicados… esas peregrinaciones son imagen de la peregrinación de nuestra vida y la llegada al lugar santo anticipo de la llegada al Cielo, como nos lo ha hecho sentir el salmo, un salmo de peregrinación: “felices los que habitan en tu Casa, Señor” (antífona del Salmo responsorial).
Estas peregrinaciones podemos hacerlas personalmente, en familia, en grupo, en comunidad… pueden estar muy preparadas o pueden ser una sencilla visita, siempre con el corazón bien dispuesto. Como sea; lo importante es que las vivamos como miembros de la Iglesia peregrina, orando y caminando hacia Cristo, puerta de salvación; haciendo penitencia, rezando por nuestra propia conversión y la de todos los pecadores y recordando en la oración a nuestros hermanos difuntos.
El jubileo es una ocasión para recibir indulgencia plenaria para sí mismo o para una persona fallecida. Vamos a explicar esto, pero quisiera recordar algo que está primero. Lo primero es recibir el perdón por mis pecados y para eso está el sacramento de la Reconciliación. El pecado grave me priva de la comunión con Dios y me hace incapaz de participar de la vida eterna. Por medio de la confesión, hecha con sincero arrepentimiento, recibo el perdón de mis culpas. Eso es lo primero.
Sin embargo, el pecado deja en mí una mancha que todavía es necesario purificar, sea en esta vida o después de la muerte, durante un tiempo, en lo que llamamos Purgatorio. Y es ahí donde llega la indulgencia, que es la remisión de esa pena temporal, de ese tiempo de purificación. La indulgencia puede ser parcial, por una parte de ese tiempo de purificación o puede ser indulgencia plenaria, es decir, por todo ese tiempo. Si la obtenemos para un alma del purgatorio, eso significaría la terminación de ese tiempo y la entrada al Cielo, a estar ya para siempre junto a Dios. Si hay muchas personas por las que quiero pedir esa indulgencia plenaria, puedo repetir esos gestos en toda oportunidad que se presente en este año.
Para recibir la indulgencia plenaria, con ocasión de una peregrinación o visita a un lugar sagrado, o en la participación de esta Misa de hoy, es necesario cumplir tres condiciones:
- comulgar
- y rezar por las intenciones del Santo Padre.
El Jubileo, tiempo de misericordia, es ocasión de conversión y eso ha de llevarnos a una celebración profunda del sacramento de la Reconciliación. La confesión, la comunión y la oración no son pasos de un trámite que hay que cumplir y ya está. El jubileo nos invita a preparar bien esos momentos, todos ellos, empezando por una buena confesión, con una revisión cuidadosa de mi vida, de mi relación con Dios y con el prójimo, con un arrepentimiento sincero y el desapego del pecado.
¿Qué sucede para las personas que se encuentran en situaciones por las cuales no pueden recibir la absolución ni pueden comulgar? Recordemos esta enseñanza del papa Francisco:
“Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita».” (Amoris Laetitia, 297).
Y también Juan Pablo II, refiriéndose a quienes están en esas situaciones:
“que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.” (Familiaris Consortio, 84).
Yo he sido testigo del camino de personas que vivieron esa realidad dolorosa con humildad, con obediencia a Dios y a la Iglesia y que un día pudieron volver a participar plenamente de los sacramentos.
Queridos hermanos y hermanas, hoy contemplamos a la Sagrada Familia en su peregrinación a Jerusalén. Nos ponemos bajo la protección de Jesús, María y José para que ellos nos guíen y acompañen en la peregrinación de este Año Jubilar y en la peregrinación de toda nuestra vida. Que así sea.
Parroquia Sagrada Familia, Sauce, domingo 29 de diciembre de 2025.
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