15 de Diciembre de 2024, Tercer domingo de adviento
“Viene uno que es más poderoso que yo”. (Lucas 3,2b-3.10-18)
¿Qué hacer? Es una pregunta que una persona puede hacerse de muchas maneras.
Se puede hacer desde la total disponibilidad. Vengo a dar una mano, en un momento en que hay mucho trabajo y estoy a lo que me pidan, dispuesto a ponerle ganas… “¿Qué puedo hacer?”
En el otro extremo, la pregunta puede estar cargada con un sentimiento de impotencia, cuando todo se ha intentado y nada ha dado resultado. Pero sin querer bajar los brazos, preguntamos: “¿Qué más se puede hacer?”
El evangelio nos cuenta que a Juan el Bautista la gente le preguntaba “¿Qué debemos hacer?”
La pregunta del qué hacer toma otro sentido. Al agregar ese “qué debemos” está pidiendo una orientación para la vida.
¿Cuál es el marco en que le hacen esa pregunta al Bautista? La gente llegaba donde él estaba predicando. De esa predicación se nos presenta un resumen:
[Juan el Bautista] comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. (Lucas 3,2b)
En pasajes anteriores vemos que el discurso de Juan era fuerte, advirtiendo de la llegada inminente, muy pronto, del juicio de Dios:
«El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego». (Lucas 3,9)
En ese contexto viene la pregunta: “¿Qué debemos hacer?”
La pregunta llega desde tres grupos diferentes de personas y variadas son también las respuestas, aunque esas respuestas son útiles para todos, especialmente la primera.
A la gente, a la multitud, que le pregunta “¿Qué debemos hacer?” Juan responde:
«El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto». (Lucas 3,11)
Es un llamado a estar atento a la necesidad del prójimo, las necesidades más básicas, como el alimento y el vestido. Un llamado a compartir los bienes. Más adelante, en el mismo evangelio de Lucas, encontramos la parábola del rico y el pobre Lázaro, que nos pone frente a las consecuencias de prestar o no atención al pobre y de compartir o no los bienes más elementales.
Un segundo grupo que pregunta es el de los publicanos, recaudadores de impuestos. Eran considerados pecadores públicos, porque cobraban intereses. Los jefes de los publicanos adelantaban al Estado lo que debía recaudarse y luego cargaban fuertes intereses sobre la gente. A ellos Juan el Bautista les dice:
«No exijan más de lo estipulado» (Lucas 3,13)
Es decir, no abusen, no exploten a la gente… Zaqueo y Mateo, publicanos, se convirtieron y siguieron a Jesús.
El tercer grupo que pregunta qué debe hacer es el de los soldados. La respuesta de Juan es:
«No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo». (Lucas 3,14)
Los tiempos no han cambiado. Las necesidades humanas más básicas siguen insatisfechas para muchas personas. Los funcionarios están tentados por diferentes formas de abuso de poder en beneficio propio. La corrupción existe desde tiempos antiguos.
Las acciones concretas que Juan propone ante la pregunta “¿qué debemos hacer?” tienen un objetivo: reencaminar la vida hacia Dios.
Juan une esto a un gesto religioso: el bautismo, que no es todavía el bautismo cristiano, pero tampoco una purificación meramente ritual, exterior. Es, como dice el Evangelio “un bautismo de conversión”, de cambio de vida, “para el perdón de los pecados”… perdón que solo puede otorgar Dios y que llegará a través de aquel “más poderoso” que Juan, es decir, Jesús.
De las exhortaciones a un cambio de vida, Juan pasa a un anuncio. La gente estaba en expectativa respecto a la figura de Juan. Veían su espíritu profético, la autoridad con que llamaba a la conversión y se preguntaban si no sería el Mesías.
Juan sale al paso de esos interrogantes y anuncia:
«Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible». (Lucas 3,16-17)
“Uno que es más poderoso que yo”. Ése es el Mesías. Juan, con profunda humildad, se confiesa servidor indigno y anuncia dos aspectos fundamentales de la obra del Mesías.
En primer lugar, el bautismo en el Espíritu Santo y en el fuego. El bautismo que trae Jesús lleva el Espíritu Santo al corazón y a la vida del creyente.
Hay muchas interpretaciones sobre el significado del fuego. En la otra obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, el fuego está identificado con el Espíritu Santo, tal como aparece en Pentecostés:
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo… (Hechos 2,3-4)
El otro aspecto de la obra del Mesías que destaca Juan es el juicio, expresado a través de dos imágenes: el granero, donde se guardará el fruto, es decir, aquellos que reciben a Jesús y dan frutos de conversión y el fuego, donde se quemará la paja: aquellos que rechazan a Jesús y persisten en la maldad.
Este domingo nos invita a la apertura de corazón a Jesús que viene a nosotros, con un deseo sincero de conversión, expresado en acciones concretas. También nos llama a considerar las graves consecuencias del rechazo. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio del Bautista. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y, por tanto, la autonegación de un futuro de vida en Dios.
El año jubilar que comenzará pronto nos recuerda que somos “peregrinos de esperanza”. Nuestras decisiones pueden ir cambiando a lo largo de nuestra vida. Por eso, el llamado a la conversión se repite una y otra vez, para que volvamos de corazón al Señor. Que así suceda en este adviento.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario