Grande. Hijo del altísimo. Así será llamado Jesús, el hijo de María. Sin embargo, esos grandes títulos, que reflejan lo que Jesús es realmente, quedarán como escondidos por muchos tiempo. Primero, en los años de Nazaret, donde Jesús será conocido como “el hijo del carpintero”, en referencia a José, el esposo de su madre y luego él mismo será “el carpintero”. Jesús pasará a ser “el maestro” cuando forme un grupo de discípulos que lo siguen. Algunos comienzan a ver en él al Cristo, el Mesías prometido y lo llaman “Hijo de David”. Pero solo a la luz de la Resurrección podrá ser comprendida la grandeza de Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo del Altísimo.
La solemnidad que celebramos hoy, Inmaculada Concepción de María, nos dice mucho sobre la Madre de Jesús, sobre su hijo y sobre nuestra vocación cristiana.
Vayamos al relato del Evangelio.
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.» (Lucas 1,26-38)
Dos veces se repite que María era virgen y ella misma lo confirmará después.
La escena que relata el evangelio tiene lugar en la casa de María, como diríamos hoy, “en la escena privada” y no en un espacio público. Así se producen muchas veces los grandes llamados de Dios. La privacidad y la intimidad dan aquí espacio para el encuentro y el diálogo que hacen posible una respuesta libre y consciente.
El saludo del ángel tiene ecos del Antiguo Testamento: “el Señor está contigo” era la forma de saludar a quienes eran llamados por Dios para una misión. Sin embargo, hay una expresión inédita. El ángel la llama “llena de gracia”. Eso provoca el asombro de María:
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. (Lucas 1,26-38)
¿Qué significa “llena de gracia”? Llena de gracia significa que en María no hay maldad: es sin pecado, sin mancha, que es lo que significa la palabra “inmaculada”. Todos nosotros venimos al mundo con una mácula, una mancha, la del pecado original. El Bautismo lava esa mácula. Creemos, en la fe católica, que
“La santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano” (Pío IX, bula Ineffabilis, 1854).
El pecado original es la ruptura de la humanidad con Dios en los comienzos. El varón y la mujer, seducidos por el tentador, desconfían de las intenciones de Dios hacia ellos y creen en la falsa promesa: “ustedes serán como dioses” (Génesis 3,5). Ser como dioses, endiosarse, buscar la propia gloria… nada de eso hay en María.
Las personas “privilegiadas” muchas veces se creen por encima de los demás. Sin embargo, ¿cómo se siente María? ¿Cómo se ve ella misma? El saludo del ángel la enaltece, pero no es así como ella se siente, enaltecida, sino desconcertada. No comprende. Se asombra. Se siente pequeña y por eso atrae la mirada de Dios. En su humildad ella sabe que todo lo recibe de Dios. No se esconde de Él; al contrario, confía plenamente en Dios. Por eso no puede sorprendernos que su “sí” se exprese de esta manera:
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» (Lucas 1,26-38)
Así se define María: servidora. Ella es “llena de gracia”, preservada del pecado original, con motivo de su especial misión: ser la madre del Hijo de Dios. Todo en ella está orientado hacia ese Hijo. No podemos separar a la Madre del Hijo ni al Hijo de la Madre. Desde la Cruz, el Hijo nos indica que ella es también nuestra Madre. Ella será muchas veces el camino para que lleguemos al reencuentro con su Hijo: “A Jesús por María”, como dice un viejo lema de la vida cristiana.
¿Qué nos dice el Evangelio de hoy sobre el Hijo de María?
«Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.» (Lucas 1,26-38)
María llevará en su seno a un hijo y lo dará a luz. Será su hijo, el hijo de María. Se llamará Jesús, que significa “Dios salva”. “Será llamado Hijo del Altísimo”, es decir, Hijo de Dios, del Dios Altísimo. Recibirá el trono de David, su padre… ¿por qué “David, su padre”? El evangelio nos ha dicho antes que María estaba comprometida con José, de la familia de David. José recibirá como padre al hijo de María, haciéndolo así de la familia de David.
La casa de Jacob sobre la que reinará eternamente es el Pueblo de Israel, las doce tribus surgidas a partir de los doce hijos de Jacob. Pero ese reino es para siempre, no tendrá fin. La casa de Jacob abarca mucho más que el Pueblo de Israel, incluyendo en el Pueblo de Dios a los creyentes “de toda raza, lengua, pueblo y nación” como culminación de la historia, final de los tiempos. La vida del Hijo de Dios hecho hombre, la vida del Salvador entre nosotros, se inicia a partir del sí de María.
En la Iglesia, en la comunidad creyente, María es la persona humana que ocupa el lugar más alto y a la vez el más cercano a nosotros (LG 54). Desde esa cercanía, nos alienta en nuestro caminar, en nuestro seguimiento de Jesús, en todas nuestras luchas. Su confianza en Dios, su humildad, nos alientan a cultivar en nosotros esas mismas actitudes, abriéndonos a la gracia, a la acción del Espíritu Santo. En definitiva, María nos anima a desear y buscar la santidad a la que todos estamos llamados, cada uno en las diferentes condiciones, ocupaciones y circunstancias de la vida, siendo testigos del amor con que Dios amó al mundo (cf. LG 32; 39; 41).
En esta semana
- Lunes 9: San Juan Diego Cuauhtlatoatzín
- Jueves 12, Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de nuestra Diócesis. En la Catedral, rosario, procesión y Misa. Es también patrona de tres capillas en Solymar Norte, Toledo y Barros Blancos.
- Viernes 13, Santa Lucía. Fiesta patronal en la capilla a ella dedicada en la ciudad de Santa Lucía. Misa a las 18 horas.
- Ese mismo día, en Pando, a las 18 horas: bendición de un cuadro que enmarca la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, custodiada por la primera santa uruguaya, Francisca Rubatto y nuestro primer obispo, el beato Jacinto Vera.
- Sábado 14, San Juan de la Cruz, presbítero.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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