Imagen de la Virgen de Guadalupe en la Catedral de Canelones |
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy a la patrona de nuestra diócesis, en esta catedral que es también el santuario nacional dedicado a ella.
Volvamos a escuchar algunas de las palabras con las que Nuestra Señora de Guadalupe se dirigió a san Juan Diego. Me detengo en esta frase, breve, pero que invita a detenerse y a meditar sobre cada una de sus palabras:
“Yo soy la siempre Virgen María, madre del verdadero Dios por quien se vive”.
“Yo soy...”
Recuerdo a una abuela, muy mayor, que ya no podía recordar ni siquiera lo que había ocurrido un momento atrás. Su nieta, una niña pequeña, la visitaba y la abuela, dulcemente le preguntaba: “¿Quién eres tú?”.
La nieta le decía “Yo soy … (y ahí agregaba su nombre)”. Pero no pasaba mucho tiempo antes de que la abuela volviera a preguntar, con la misma dulzura: “¿Quién eres tú?”
Cuando nos encontramos con una persona con la que se comienza a entablar una relación, esperamos o pedimos que nos diga quién es.
María se adelanta a la pregunta y dice “Yo soy”. Así, en primera persona, inicia su presentación y agrega: “la siempre Virgen”.
“... la siempre Virgen...”
No es su nombre, pero es una condición única, que identifica. No porque fuera la única mujer que haya conservado su virginidad a lo largo de la vida, sino porque, habiendo dado a luz, permanece Virgen. La siempre Virgen.
No se trata únicamente de la virginidad física, corporal, sino de una plena virginidad, también espiritual, que se expresa en la plena disponibilidad al proyecto de Dios. Y aquí tenemos un primer llamado, el llamado a nuestra propia disponibilidad para servir al Señor.
“... María...”
Aparece su nombre. El dulce nombre de María. El nombre que muchas mujeres llevan y también algunos varones, a continuación del nombre masculino. Un nombre que evoca a la madre, a la protectora, a la auxiliadora y que se une a sus numerosas advocaciones. No nos cansemos nunca de invocarla.
“... madre del verdadero Dios...”
“Madre de Dios”. En los Evangelios es llamada “la madre de Jesús”. Inspirada por el Espíritu Santo, santa Isabel la llama “la madre de mi Señor”, como acabamos de escuchar, ya desde antes del nacimiento de su Hijo.
Algo que nos recuerda que, llevando a Jesús en su seno, ella ya es madre. La vida humana comienza en la concepción. Ya hay vida humana en el seno de una madre, antes de su nacimiento. Sigamos cuidando y defendiendo esa vida.
Es madre del Señor, de nuestro Señor, porque el hijo engendrado en ella, por obra del Espíritu Santo, es el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad: Dios Hijo.
La expresión “Madre de Dios”, en griego Théotokos, nos llega del Concilio de Éfeso, celebrado en el año 649.
Pero en su aparición en el Tepeyac la Virgen agrega una palabra muy importante. No solo dice “Madre de Dios”, sino “Madre del verdadero Dios”. Juan Diego es un indio chichimeca. Su conversión y su bautismo eran relativamente recientes. La conquista de México había ocurrido diez años antes de las apariciones, en 1521. La Virgen estaba dando su mensaje a un pueblo que había abandonado sus antiguos dioses, para abrazar la fe en el Dios verdadero.
Al presentarse como madre “del verdadero Dios”, la Virgen confirma a Juan Diego en su fe, su fe en el Dios verdadero. Nosotros podríamos escuchar esto con algo de condescendencia, como diciendo “sí, claro, ellos necesitaban que les recordaran cuál es el Dios verdadero”. Sin embargo, no viene mal para nosotros pensar en el Dios verdadero, sumergirnos en su misterio inagotable, esa realidad que siempre podemos conocer un poco más. Pero también porque, a veces, nosotros nos hacemos nuestra propia imagen de Dios: “yo creo a mi manera”; o bien nos fabricamos otro tipo de ídolos, que ocupan el lugar que solo corresponde al verdadero Dios. Recojamos, pues, en el corazón, esas palabras de la Madre de Dios.
"... por quien se vive"
Finalmente, María se presenta como “madre del verdadero Dios por quien se vive”. Esa expresión llega a nosotros como un eco de las palabras de Jesús, Buen Pastor, en el evangelio según san Juan: “yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).
El Hijo de Dios es el que viene a traer Vida a la humanidad caída. A levantarla para que pueda llegar a la vida divina, a la vida eterna.
Pero hay todavía otro eco que podría sentir alguien que había llegado a presenciar sacrificios humanos, ofrecidos a esos “dioses” que reclamaban vidas a cambio de sus dones.
El Hijo de Dios no solo entrega el don de la Vida, sino que lo hace dando su propia vida. Tres veces lo repite Jesús en el capítulo 10 de san Juan: “doy mi vida”.
Es Él mismo Hijo de Dios quien es para nosotros Palabra de Vida y Pan de Vida, que alimentan nuestra fe en cada Eucaristía, haciendo crecer la semilla de Vida eterna sembrada desde el bautismo en nuestro corazón.
1531-2031. 500 años del acontecimiento guadalupano
América Latina está caminando hacia la celebración del quinto centenario de las apariciones de la Virgen, que se cumplirán dentro de siete años, en 2031. Se habla de los 500 años del acontecimiento guadalupano; las apariciones son el hecho puntual; el acontecimiento es todo lo que ese hecho desencadenó y sigue movilizando en la Iglesia y en el mundo.
2025: "Peregrinos de Esperanza"
Hoy estamos a las puertas del Año Santo 2025, convocado por el Papa Francisco bajo el lema “Peregrinos de Esperanza”.
Luego de que el Papa celebre en Roma la inauguración del Jubileo, el domingo 29 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, cada una de las diócesis del mundo hará su propia apertura del año jubilar.
En nuestra diócesis, esa inauguración tendrá lugar en la Parroquia Sagrada Familia de Sauce, ubicada en el centro geográfico de la diócesis. Comenzará a las 10 de la mañana, con una procesión y, a continuación la Santa Misa. Al final de la Misa se impartirá la bendición apostólica, que, cumpliendo con los requisitos habituales, permitirá recibir indulgencias. Estamos todos invitados a unirnos a esta celebración. Oportunamente anunciaremos otros momentos de celebración, así como lugares a los que cada comunidad parroquial, o grupos, o personas que lo hagan individualmente, puedan acercarse como peregrinos para obtener indulgencias durante el año.
De la mano de Nuestra Señora de Guadalupe, animémonos a peregrinar en este año jubilar, como testigos de la Esperanza y de la Misericordia de Dios, uno de cuyos más altos signos lo encontramos en el rostro y en el nombre de María, que vuelve a decirnos:
“No se inquiete tu corazón ni te turbe cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”
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