sábado, 21 de diciembre de 2024

“Se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. (Lucas 1,39-45). IV Domingo de Adviento.

Cuando creemos en la promesa que alguien nos hace, esa creencia despierta nuestras esperanzas y nos moviliza. No cualquier promesa: la promesa de algo que responde a nuestros anhelos. No cualquier persona: sino alguien que juzguemos digno de confianza.

Hay una bonita canción que dice “Yo creo en las promesas de Dios”. No hay promesa mejor ni nadie más digno de confianza.

Hoy nos encontramos con dos madres, María e Isabel, que han creído en la promesa de Dios. Las dos están “en dulce espera”, como suele decirse. Isabel ya pensaba que no tendría un hijo, pero Dios la sorprendió y concibió, con su esposo Zacarías, al futuro Juan el Bautista.

María, comprometida con José, no había tenido relación con ningún hombre; pero también la sorprende Dios engendrando en ella a Jesús, el salvador.

El evangelio nos presenta el feliz encuentro de estas dos mujeres. Es un pasaje muy breve, pero vale la pena detenerse en cada detalle.

En el pasaje anterior, María había recibido el anuncio del ángel Gabriel: ella había sido elegida como madre del Salvador. Se produjo entonces un breve diálogo. María preguntó cómo sucedería eso. El ángel se lo explicó y le informó también que Isabel, pariente de María, considerada estéril, estaba en su sexto mes de embarazo, “porque no hay nada imposible para Dios” (Lucas 1,37).

María dio su consentimiento, diciendo: “Yo soy la servidora del Señor. Que se haga en mí según tu palabra”. El ángel se marchó y entonces…

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. (Lucas 1,39)

A partir de este versículo, el papa Francisco suele referirse a María como “nuestra Señora de la prontitud”. En el mismo sentido, san Ambrosio hace este comentario:

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

“Presurosa por el gozo” y presurosa por la voluntad de servir, de ayudar a su pariente anciana con su avanzado embarazo, María va al lugar donde viven Isabel y su esposo.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: (Lucas 1,40-42a)

El futuro Juan el Bautista profetiza: salta dentro del seno de su madre, porque ha reconocido la presencia del salvador.

Isabel devuelve el saludo. Notemos que habla “llena del Espíritu Santo”, de modo que sus palabras son también proféticas:

«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.» (Lucas 1,42-45)

“Feliz de ti por haber creído”. La palabra griega que aquí se traduce como “feliz” es “makaria”, que también podemos traducir como “bienaventurada”, porque ésa es la palabra que utiliza Jesús en sus bienaventuranzas. San Juan Pablo II, comentando este pasaje, decía que “La primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está reservada a la Virgen María”, por su total entrega a Dios y la plena adhesión a su voluntad, por medio de su “sí” pronunciado en el momento de la Anunciación.

¿Qué es lo que ha creído María? María ha creído que se cumplirá lo que le fue anunciado de parte del Señor. Y ahí volvemos a nuestro punto de partida. La fe y la confianza de María en el cumplimiento de la promesa no es solo de ella. El niño que comienza a formarse en ella es el Mesías anunciado, el Salvador prometido por Dios. La fe de María es como el vértice de la fe de su Pueblo a lo largo de la historia. Sí, ella puede haber sido sorprendida por ser elegida, pero no por lo que iba a acontecer a través de ella. Ella hace parte del Pueblo de la promesa, del Pueblo que ha esperado, transmitiendo esa esperanza de generación en generación.

Nosotros entraremos pronto al Año Jubilar 2025, que el papa Francisco ha convocado con el lema “Peregrinos de esperanza”. En su bula “Spes non confundit”, con la que convoca al jubileo, el santo Padre nos recuerda que:

... el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?”

La escena de la visitación está llena del Espíritu. Es el Espíritu Santo quien ha engendrado a Jesús, el Hijo de Dios, en el seno de María. Es el Espíritu quien hace saltar de alegría al futuro Juan el Bautista. Isabel habla llena del Espíritu Santo. Jesús, en el vientre de María, es la esperanza del mundo. Ella lo lleva como Madre de la Esperanza.

Solo ella ha tenido el privilegio de ser un sagrario viviente, en el sentido de llevar corporalmente al Hijo de Dios. Sin embargo, toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios. Por la fe, Cristo es fruto de todos, de todos aquellos que, como María, de verdad han creído en la promesa de Dios. Si es así, también nosotros podemos recibir, en unión con María, las palabras de Isabel:

Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. (Lucas 1,45)

En esta semana

El próximo miércoles es Navidad. En la Misa de Nochebuena, en Roma, el Papa Francisco abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, dando inicio al Año Santo, el Año Jubilar 2025. En las diócesis, en todo el mundo, el Jubileo se inaugurará el domingo 29, fiesta de la Sagrada Familia. En nuestra diócesis de Canelones, esa celebración tendrá lugar en la ciudad de Sauce, cuya parroquia estará ese día en fiesta patronal, desde las 10 de la mañana, con procesión y Misa. Todos aquellos que deseen acompañarnos y recibir la bendición apostólica para obtener indulgencia plenaria, son bienvenidos.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que tengan una muy Feliz y Santa Navidad, con la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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