El sábado salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde suponíamos que habría un sitio para orar. Nos sentamos y empezamos a hablar a las mujeres que habían concurrido. Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo. Cuando ella y los de su casa recibieron el bautismo, suplicó: «Si Ustedes juzgan que soy fiel al Señor, vengan y quédense en mi casa.» Y nos obligó a ir.
En los primeros tiempos de la Iglesia, entre otras mujeres que participaron activamente en la vida de las comunidades, destaca el nombre de Lidia. El libro de los Hechos de los Apóstoles recuerda cómo ella recibió a Pablo y a sus compañeros de apostolado en un momento difícil. Es más, los “obligó” a ir, diciéndoles “si juzgan que son fiel al Señor, vengan y quédense en mi casa” (Hch 16,15). Sin duda, aquélla Lidia fue un referente para la comunidad de Filipos.
Desde niño, como feligrés de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Young, mi pueblo natal, recuerdo la presencia de otra Lidia: Lidia Inderkum de Estigarribia, como un referente para esta comunidad.
Lidia falleció el 19 de agosto de este año.
Esposa de Ramón, madre de Carlos y Daniel, fue una mujer que se mantuvo siempre “fiel al Señor”, participando activamente en la comunidad, acompañando las sucesivas orientaciones pastorales de la diócesis y de la parroquia, y atravesando los muchos cambios de sacerdotes.
Ella supo reconocer, más allá de lo mutable, aquello que permanece, lo que realmente pertenece a la fe, a Jesucristo, que es el mismo, ayer, hoy y siempre. (Hebreos 13,8)
Gracias, Lidia, por tu testimonio de fidelidad y tu generosa entrega.
Que el Señor Jesús te guarde para siempre en su Corazón.
+ Heriberto Bodeant, obispo de Melo
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