Homilía de Mons. Heriberto Bodeant en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, Young, Río Negro, Uruguay
Estamos en el octavo día después de Navidad. Con esta solemnidad de Santa María, madre de Dios y Jornada mundial de oración por la Paz, cerramos estos ocho días en que hemos continuado celebrando el nacimiento del Salvador como una prolongación del día 25.
El nacimiento del Salvador: ese es el centro del mensaje de la Navidad. Ese fue el anuncio del ángel a los pastores, que escuchamos hace ocho días: “hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador…”.
No se trata solamente del nacimiento de un niño llamado Jesús. Ese niño es, ante todo, el Salvador.
Una vez, una joven que estaba haciendo un camino de iniciación en la fe me preguntó “¿de qué tengo que salvarme?”. Curiosamente, ella no percibía su propia necesidad de salvación. Sin embargo, ése es el primer sentido de la salvación: ser salvados de algo, ser rescatados de un peligro que amenaza nuestra vida, de una situación de esclavitud. Si me caigo al agua y me estoy ahogando, es salvación que alguien me rescate. Vengo de Colombia, donde se rezaba en las comunidades por la liberación de las personas que hace mucho tiempo están secuestradas. ¡Cuántas situaciones de ahogo, de angustia, de esclavitud interior puede haber en nuestra vida, que nos hacen necesitados de un Salvador!
Pero la salvación tiene también otro sentido: ser salvados para algo. El Salvador no sólo nos rescata de todo lo que conduce a la muerte, sino que nos salva para una vida nueva, para conducirnos a una vida en plenitud.
Hay una palabra que conjuga ese doble aspecto de la salvación: Paz. Shalom, en el lenguaje bíblico. Es el canto de los ángeles en la noche de Belén: “Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres amados por el Señor”.
El Salvador que nace dará Gloria a Dios: es decir, hará que Dios sea reconocido en su más profundo ser: Dios Amor, Dios Misericordia.
El Salvador que nace ofrecerá a los hombres y mujeres el don de la paz, don que viene de Dios y es expresión de su amor por toda la humanidad.
Ser rescatado, ser salvado de una peligrosa situación, nos devuelve a la paz.
Pero la paz es mucho más que la tranquilidad, el alivio; mucho más que estar libre de preocupaciones. La Paz es el bienestar del ser humano que vive en armonía y es feliz en sus relaciones consigo mismo, con Dios, con los demás y con la creación.
La armonía y la paz consigo mismo nacen de encontrar y asumir la propia verdad, camino a menudo doloroso, pero también purificador.
El encuentro consigo mismo abre camino a la armonía y la paz con el Creador. Él nos pregunta desde siempre “¿Dónde estás?”, no porque él necesite saber donde estamos, sino porque nosotros necesitamos saberlo, necesitamos hacernos y contestarnos esa pregunta, sin escondernos de él ni de nosotros mismos.
La armonía y la paz con los demás nacen de la apertura y aceptación del otro. No es la “tolerancia” que termina siendo muchas veces el desinterés por el otro, el “no me importa lo que has hecho, lo que hacés ni lo que harás”. Es verdadero deseo del encuentro y de la felicidad de los demás y con los demás.
Finalmente, la paz pasa por la armonía con la creación. Los relatos de la creación nos recuerdan que la humanidad recibió un mundo en plena armonía, donde nadie mataba a otro ser para alimentarse de él (aunque esas reglas cambiaron con el tiempo), y donde la primera pareja humana fue colocada en aquel mundo “bueno” salido de las manos de Dios, como un jardín que debía guardar y cultivar.
El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para esta Jornada de la Paz 2010 nos dice “Si quieres promover la Paz, protege la creación”.
Hace veinte años, como lo recuerda Benedicto XVI, el Papa Juan Pablo II escribió un mensaje con el título “Paz con Dios creador, Paz con toda la creación”, en el que invitaba a una creciente toma de conciencia ecológica, “que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas”.
Quisiera destacar algunos puntos del mensaje del Santo Padre:
- El llamado a la solidaridad con las generaciones venideras, porque las decisiones que hoy se tomen sobre el uso de los recursos del planeta afectarán a quienes llegarán mañana.
- La solidaridad con los más pobres, puesto que “el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad”.
- La pregunta sobre la responsabilidad personal, puesto que “el deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social, ambiental e incluso económico”.
- El deber de la Iglesia de asumir su responsabilidad para “defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo”.
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