lunes, 7 de enero de 2013

Presentación del libro-reportaje a Mons. Cáceres en Punta del Este y La Barra de Maldonado

"Levadura, Fuego y Sal. Una historia de la Iglesia en el Uruguay en el testimonio de Mons. Roberto Cáceres", libro reportaje a Mons. Roberto Cáceres, Obispo emérito de Melo, realizado por el Prof. Tomás Sansón Corbo, será presentado en las parroquias de Punta del Este y La Barra de Maldonado.
La primera presentación tendrá lugar el jueves 10 en la Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, Punta del Este y la otra al día siguiente en la Parroquia Nuestra Sra. del Rosario, en La Barra de Maldonado. Ambas a continuación de la Misa de las 20:30.
En las presentaciones estará la editora, Laura Álvarez Goyoaga, autora de una historia novelada de Mons. Jacinto Vera; Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo, tercer sucesor de Mons. Cáceres y el propio entrevistado, Obispo emérito de Melo. El Prof. Tomás Sansón participará en la segunda presentación.



La agencia de noticias ZENIT ha publicado recientemente un reportaje a Mons. Cáceres, que transcribimos:

Mons. Roberto Cáceres: “La ‘Lumen Gentium’ puso al pueblo antes de la jerarquía e iluminó todo el concilio

El año que termina ha estado marcado por la celebración de los 50 años del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II, a cuyo acontecimiento el papa Benedicto XVI le viene dando un realce especial en la Iglesia. Recordemos que él mismo participó como perito y consejero del entonces arzobispo de Colonia, cardenal Joseph Frings.
Otro que también participó muy joven, fue monseñor Roberto Cáceres, hoy obispo emérito de Melo en Uruguay, quien le contó a ZENIT algunos detalles de este verdadero “evento del milenio”, según el entender de algunos analistas del siglo XX.
¿Cómo llegaban ustedes al Concilio? ¿Qué era lo más “pesado” para la pastoral entonces?
–Monseñor Cáceres: Había como un anquilosamiento, como una rutina. Se tenía la percepción de que no llegábamos a la gente, sobre todo en Sudamérica y en Uruguay de donde provengo. Uno veía que había una separación, no buscada, sino un poco creada por nuestra forma de encarar el mensaje cristiano, el mensaje de Jesús.
Faltaba simplicidad, ¿quizás?
–Monseñor Cáceres: Se era demasiado intelectualista, lo que no estaba al alcance de la gente para que entendiera. Porque si bien el mensaje de Jesús no cambia, la gente sí cambia, las culturas, porque los tiempos van cambiando a los pueblos. Así, con nuestras actitudes, nuestros ritos, nuestra forma de hablar, el mismo latín en las formas litúrgicas, en la eucaristía, se daba a entender que estábamos hablando en dos momentos distintos.
¿Desde qué sesión se empezaron a vislumbrar ideas nuevas en el Concilio?
–Monseñor Cáceres: Nosotros ya teníamos el pensamiento de Juan XXIII, con su aggiornamento. Yo ubico un cambio que pareciera secundario y sin sentido, hasta banal, que fue en la Lumen Gentium. En el esquema de ese documento, que habla de la “Luz de las gentes”, de Jesús en la Iglesia, de la Iglesia como prolongadora de Jesús, había un primer capítulo con generalidades. Luego el segundo, sobre la jerarquía y en el tercero estaba el pueblo, después llegan otros hasta que se ubica a María.
Un paréntesis, ¿es cierto que ese capítulo sobre María casi se pierde?
–Monseñor Cáceres: Algunos querían hacer un tratado solo sobre María, pero otros dijeron que de este modo la íbamos a sacar de la Iglesia, por lo que se decidió dejarla dentro del documento sobre la Iglesia, porque ¡ella es la Iglesia!
Volvemos entonces al orden que tuvo inicialmente el esquema de la Lumen Gentium…
–Monseñor Cáceres: Decíamos que el segundo capítulo hablaba de la jerarquía, y el tercero del pueblo. Pero entonces se invierte…, proponen invertirlo y que primero vaya el pueblo y después la jerarquía, que está al servicio del pueblo. Eso que parece algo tan trivial, puso como objetivo de la Lumen Gentium, a Jesús mismo que vino a servir y no a ser servido. Entonces se definió que primero iría el pueblo, la gente, toda persona humana, de cualquier cultura, raza o nación. Porque basta que sea gente para que sea objeto de redención, se buscaba el bien integral de las personas. Eso lo cambió todo, iluminó todos los 16 documentos que emitió el Concilio.
¿Qué otro documento cambió las cosas, digamos como “del día a la noche”?
–Monseñor Cáceres: Diría toda la discusión sobre el comienzo de Gaudium et Spes, donde se habla de la Iglesia dentro del mundo, la Iglesia impregnando a la sociedad, dándole tonalidades cristianas a los acontecimientos, que es su tarea en el mundo. Sabrá usted que se discutió si se comenzaba con “las calamidades, las angustias, los dolores, los sufrimientos del mundo”… O mejor comenzar positivamente, “con las alegrías y las esperanzas”. Entonces se votó y se optó para empezar por lo positivo.
Eso fue fundamental, si se analiza hoy en día…
–Monseñor Cáceres: Fíjese cómo esta constitución dogmática comienza con “Gaudium” –las alegrías–, y “Spes” –las esperanzas–, o sea toda la esencia del cristianismo que es la alegría de vivir. Por que si algo no valoramos lo suficiente es la vida, tan distinta del resto de la creación, a imagen de Dios, creada por Dios. Tan importante que cuando el hijo de Dios viene al mundo se hace vida humana.
La Dei Verbum también trajo un gran cambio, ¿no?
–Monseñor Cáceres: Sí, pero temo que se pudo quedar en un después demasiado teórico. Es cierto que se lee más la Biblia en la liturgia, pero me temo que todavía no hayamos entusiasmado a la gente con la Palabra de Dios. Es verdad que se ha insistido en tenerla, en leerla pero no sabría decir si se ha insistido en incorporarla… Porque para eso está, eso es como incorporarnos a Jesús.
No le veo tan entusiasta como con las anteriores…
–Monseñor Cáceres: Es que diría que el cambio fue formal. Si bien se añadió una lectura más en la eucaristía, se hicieron nuevas ediciones de la Biblia, del Nuevo Testamento, hay más distribución. Pero cómo me gustaría, por ejemplo, que la gente se fuera de la misa dándole más importancia, y sepan que la misa misma sale de la Biblia.

Cuando llegamos al Concilio, ya los fieles estaban hartos de la rutina

El Concilio trajo también reformas sobre la visión de los laicos, ¿no?
–Monseñor Cáceres: Sí, por ejemplo, el Concilio hizo ver de una forma imperativa que el laico también es sacerdote. A veces usted habrá oído decir que la mujer no puede ser sacerdote. Cuidado, la mujer si es bautizada ya es sacerdote y tiene el sacerdocio del pueblo. Hay que distinguir el sacerdocio ministerial que no es una dignidad, porque la única dignidad es ser persona humana, sino que es un servicio. Yo soy un presbítero, por lo tanto soy un servidor. Antes se decía voy a oír misa, no, no, la misa no se oye, la misa se celebra, es algo para celebrar todo juntos, incluso con los niños y niñas, que por ser bautizados y confirmados participan del sacerdocio de Cristo.
Sobre el documento de los medios de comunicación, Inter Mirifica, ¿acaso abrió los ojos sobre el potencial que tenía ante sí la Iglesia?
–Monseñor Cáceres: Creo que todos los documentos le abrieron un poco los ojos a la Iglesia. Ahora sí usted me pregunta si le abrieron con la intensidad que se merece, allí soy un poco reticente. En relación a su pregunta, a mí me gustaron siempre los medios de comunicación, como una herramienta para llegar a la gente que no viene al templo. No porque no quieran venir, sino porque viven en el campo, porque está preso o enfermo, hay mucha gente que no puede ir al templo. Si usted empieza a ver el número de gente que no puede ir al templo, es muchísimo más de la que tiene el templo al lado, cuánta gente vive en barrios lejanos o no tiene que ponerse para ir a la misa… Hay muchas razones, en que la palabra ‘justifica’ quizás no corresponda, pero se explica. Soy enormemente partidario de los medios, no solamente por parte del obispo o del presbítero, sino también de los laicos.
Nos trasladamos ahora hasta América Latina… Al volver a su diócesis y luego de recibir los documentos de Vaticano II, ¿cómo fueron acogidos en las parroquias, congregaciones, en la gente?
–Monseñor Cáceres: Ah, fue muy positivo. Algunos sí tuvieron ciertas reticencias, que decían que se estaba cambiando la religión, por decir… Gente de pocas luces que se iba a lo habitual, a lo corriente, lo cual hay que comprenderlo. Pero en términos generales fue muy bien admitido, bien recibido y realizado de inmediato. Muchas de las definiciones o resoluciones ya estaban en estado germinal, ya la gente lo veía venir. Por algo se hace el Concilio, no por un impromptu del papa Juan XXIII, sino porque él era un hombre ducho, observador, de experiencia, que había sido párroco y vicario, que había pasado por todos los estamentos, y conocía a la gente, y conocía cuál era el propósito de Jesús: llegar a todos pero con caridad.
Flotaba en el ambiente, digamos…
–Monseñor Cáceres: En ese entonces había un clima generalizado no solo de aceptación, sino de recepción de los documentos del Concilio Vaticano II. Es que los fieles estaban hartos de esa especie de rutina en que habíamos llegado, como a un callejón de salida… Porque la gente no entendía, se le hacía una cosa muy difícil ser cristiano, y no asociaba actitudes cristianas con el cristianismo. Se creía que ser cristiano era pasarse rezando o participando en el templo y no, por ejemplo, en el mundo del trabajo o del estudio, o del arte, sino que eso era otra cosa… Así es que a mi modo de ver, todo fue muy positivo y lo seguirá siendo, en la medida en que vayamos avanzando en propuestas del Concilio, que aún no han sido asumidas ni conocidas.
¿Cómo ayudó el Concilio a la pastoral en América Latina?
-.Monseñor Cáceres: Creo que América Latina fue un ejemplo, porque inmediatamente se fueron formando grupos, instituciones y el mismo episcopado se fue aglutinando, ya nadie por su cuenta sino todos unidos. Se convocó a la Conferencia de Medellín, que sirvió para aplicar el Concilio, así es que diría que América del Sur ha sido un ejemplo de recepción del Concilio Vaticano II. Por eso muchos obispos latinoamericanos tuvieron un protagonismo en el Concilio, gracias a esa experiencia que traían del continente, donde el pueblo pedía a gritos que se fuera renovando. Creo que le ha hecho mucho bien y le sigue haciendo mucho bien a nuestra Iglesia.
¿Y en el Uruguay?
-.Monseñor Cáceres: ¡Ni qué decir! Porque en nuestro país que es laico, atónico –es decir, sin ninguna sintonía religiosa–, hoy hay un respeto, una credibilidad en la Iglesia mayor de la que hubo hace cuarenta o cincuenta años. Lo noto clarísimo porque tengo muchos años y viví varias etapas en que nuestra iglesia vivía arrinconada. Sin embargo hoy el Uruguay está a años luz de lo que fue hace sesenta o setenta años atrás, en tiempo de José Batlle y Ordóñez por ejemplo, quien persiguió de forma muy inteligente a la Iglesia y de otros líderes intelectuales. Recuerdo que siendo niño, veía que al salir a la calle se recibían insultos y lo teníamos ya asumido; hoy jamás…, esto ha dado una vuelta de 180 grados. Y sigue creciendo una actitud de mucho respeto.
También ha ayudado entonces a que la Iglesia se gane el respeto…
–Monseñor Cáceres: Si, la credibilidad y el respeto que hoy tiene, antes no se daba ni por asomo. Y yo espero que en otros países pase lo mismo. Tengo la impresión de que andando en el tiempo, este respeto en el mundo entero irá creciendo. Y en esto los medios de comunicación –y ZENIT lo es–, han hecho un bien enorme. Creo que nuestra gente que se pega al televisor y no se pierde un noticiero, ve que en África, que en Asia, en Europa y en todos lados se habla de Dios y se tiene en cuenta a Dios. Todos se pueden dar cuenta que los trogloditas, los atrasados son los que prescinden de Dios y que miran al otro lado, totalmente al revés.
Finalmente, ¿cuál sería su reflexión como padre conciliar, a 50 años del Concilio Vaticano II?
–Monseñor Cáceres: Creo que hay que tener mucha paciencia y seguir. Porque Dios hace mucho y a veces creemos que todo lo hacemos nosotros… Sin embargo, solamente somos colaboradores, humildes servidores, es Dios quien hace su obra.
Entrevista publicada en las ediciones del 28 y 30 de diciembre de 2012

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