El clero diocesano en pleno: 1 seminarista, 4 diáconos permanentes, 15 sacerdotes (11 diocesanos, 1 Fidei Donum, 2 salesianos, 1 Fazenda de la Esperanza), 1 Obispo emérito, 1 Obispo Diocesano = 22 |
La consagración del Santo Crisma |
La entrega de los óleos y del Proyecto Diocesano a las parroquias |
Homilía de Mons. Heriberto
Queridos fieles, laicas y laicos de todas las comunidades de la diócesis.
Queridas religiosas, que enriquecen nuestra vida diocesana con el testimonio de sus diferentes carismas.
Querido Helmuth, nuestro seminarista, que has llegado desde Bogotá para compartir este año con nosotros y juntos discernir los caminos del Señor.
Queridos diáconos, que nos hacen presente a Cristo servidor de todos.
Queridos presbíteros, “necesarios colaboradores y consejeros [del Obispo] en el ministerio y función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios” (PO 7).
Querido Mons. Roberto, nuestro Padre Conciliar, que sigues entregándonos el aire fresco de esa primavera de la Iglesia que fue el Concilio Vaticano II.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”. Son palabras del profeta Isaías, que escuchamos en la primera lectura. El profeta decía esas palabras acerca de sí mismo. Él estaba viviendo la experiencia de haber sido tocado por el Espíritu Santo. Para explicar eso al Pueblo de Dios, el profeta dice que el Señor lo ha ungido, es decir, lo ha consagrado, ungiéndolo con un aceite santo. Así se hacía con todos los que eran elegidos por Dios para una misión especial al servicio de su Pueblo: los reyes, los sacerdotes y los profetas.
Cientos de años después, Jesús lee esas mismas palabras en la Sinagoga de Nazaret, como nos relata el Evangelio de Lucas, que el diácono acaba de proclamar. Leyendo esas palabras, Jesús se las aplica a sí mismo. Pero Jesús no es uno más de los muchos que han sido ungidos. No es un rey más, o un sacerdote más, o un profeta más. Jesús es “el ungido”. Ése es su título, que se convierte en su nombre, porque “ungido” se dice en hebreo “Mesías” y en griego “Cristo”.
Él no es un rey más: él es EL Rey; el Rey del Universo.
No es un sacerdote más: él es EL único y verdadero sacerdote, sacerdote para siempre.
No es uno más de los profetas: él es EL enviado del Padre.
Y Jesús sigue haciendo suyas las palabras proféticas de Isaías: El Señor lo ha enviado. No ha venido por sí mismo: él ha venido enviado por el Padre, para realizar la voluntad del Padre, con toda la fuerza y el poder del Espíritu Santo.
Pero ¿para qué ha venido Jesús? ¿Para qué toda la fuerza del Espíritu Santo?
Jesús viene a llevar adelante un programa. Un plan de Salvación.
Lo expresa con las palabras de Isaías:
“El [Señor] me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de Gracia del Señor”.
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de Gracia del Señor”.
Y para que no queden dudas, después de leer al profeta, agrega:
“Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oir”.
Así Jesús inaugura su ministerio. A partir de allí, pasará “haciendo el bien”.
Serán muchos los que crean en su Palabra, los que abran el corazón a la Fe.
Los que lo reconozcan como el Mesías, el Cristo.
Serán muchos los que vivirán un encuentro con Él, y verán sus vidas transformadas. Muchos dejarán atrás una vida sin Dios, sin sentido, sin esperanza, sin amor, y se dejarán abrazar y envolver por la misericordia de Dios. Encontrarán en Jesús la Vida, el Perdón, la Reconciliación con el Padre. Encontrarán una comunidad de hermanos y hermanas, de discípulos y discípulas que comienzan a seguir a Jesús.
Pero Jesús es el hijo de Dios hecho hombre. Hecho mortal. La muerte llegará para Jesús en forma brutal y violenta. En el vasto imperio romano, desde muchos años antes de Cristo, la crucifixión era la pena que esperaba a los peores criminales y a quienes osaban levantarse contra la autoridad de Roma. Miles y miles fueron crucificados a lo largo de décadas al costado de los caminos.
Pero entre esos miles hubo un hombre que venció a la muerte. Vendido por uno de sus amigos, entregado por las autoridades de su pueblo a las autoridades romanas, hizo de su muerte una entrega de amor: “nadie ama más que quien da la vida por sus amigos”.
Poniendo su vida en manos del Padre, por amor a sus amigos, Jesús venció a la muerte. Desde entonces, quienes creemos en Él, nos unimos por el Bautismo a su muerte y a su resurrección. Ungidos con el Santo Crisma en los Sacramentos del Bautismo y, especialmente, de la Confirmación, cada uno de nosotros es hecho miembro del Cuerpo de Cristo y recibe la fuerza del Espíritu Santo para continuar llevando adelante la misión de Jesús; su plan, su programa.
Como Pueblo de Dios, ungidos para ser en Cristo Pueblo de Reyes, Pueblo Sacerdotal, Pueblo de profetas, bajo la guía del sucesor de Pedro y de los Obispos, sucesores de los apóstoles, continuamos la misión de Jesús: llevar la luz del Evangelio, tanto hasta el confín más marginal de la tierra como al rincón más oscuro del corazón humano.
Y así estamos nosotros, Diócesis de Melo, Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, participando, como porción de la Iglesia que somos, de la misión de Cristo.
La misión de Evangelizar es siempre la misma, pero cada lugar y cada tiempo le plantea exigencias diferentes. Por eso, buscamos la luz del Espíritu Santo para que nos muestre por dónde sembrar, cómo preparar la tierra, qué semilla usar.
El Espíritu Santo le mostró al Papa Juan Pablo II el camino de la Evangelización Nueva “en sus métodos, en su expresión, en su ardor”. En sus dos visitas a Uruguay, nos animó a profundizar ese camino. En mayo se cumplirán 25 años del segundo de esos viajes, que llegó incluso hasta nuestra Diócesis. Una oportunidad para revalorizar ese legado que nos fue confiado.
El Papa Benedicto XVI continuó ese programa, y convocó el Año de la Fe que estamos celebrando, para que renovemos nuestro encuentro con Cristo y confirmemos, comprendamos y profundicemos de manera nueva los contenidos fundamentales de la fe.
Con el Papa Francisco, la voz y el camino de la Iglesia en América Latina llegan al corazón de la Cristiandad. Nuestro nuevo Papa fue decidido participante en la Conferencia de Aparecida, que en el año 2007 marcó los caminos para la Iglesia en nuestro continente. Desde allí somos llamados a reafirmar nuestra identidad de discípulos-misioneros de Jesucristo. A comprometernos en una profunda conversión pastoral, para ser una Iglesia que recibe, con las puertas abiertas, a quien se acerca, pero, sobre todo, sale como misionera al encuentro de los alejados. Una Iglesia que hace una opción preferencial por los pobres, porque esa es la opción de Jesucristo, “enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”. Una Iglesia que se compromete en la Misión Continental que consiste en ponerse en un estado permanente de misión.
Todo eso es lo que quiere ayudarnos a realizar nuestro Proyecto Pastoral Diocesano, que hoy estamos entregando a las dieciséis parroquias de la Diócesis. Un proyecto que tenemos que hacerlo realidad juntos. Que tenemos que llevarlo adelante entre todos: fieles laicos y laicas, religiosas, diáconos, seminarista, sacerdotes, obispo emérito y obispo diocesano.
Así lo expresa nuestro objetivo:
Fortalecer nuestra identidad de discípulos-misioneros de Jesucristo
en nuestra Iglesia Diocesana,
relanzando y renovando nuestras acciones y servicios
desde la conversión pastoral y en actitud de Misión permanente
en comunión con toda la Iglesia en América Latina
al servicio de la Vida en estos tiempos de cambios
y con la opción preferencial por los más pobres.
Con la mística que nos dan la conversión y la misión; con un sentido del servicio y de la familia que quiere estar presente en todo nuestro actuar; con la catequesis, las Comunidades Eclesiales de Base, los Cursillos de Cristiandad y otras formas de vida en comunidad; con la Pastoral Juvenil; la Pastoral educativa; la Pastoral social; los Ministerios confiados a los Laicos; la formación de discípulos-misioneros y, sobre todo, con la fuerza del Espíritu Santo, esperamos poder también decir con el Señor que “hoy se cumplen las palabras de la Escritura que acaban de oír”. Así sea.
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