domingo, 12 de junio de 2016

Enfoques Dominicales - Junio, Mes Vocacional en el Uruguay.


La Iglesia que peregrina en Uruguay celebra en junio, todos los años, un Mes Vocacional. Este año lo hacemos con el lema "¿Quieres ser testigo de la Misericordia?".
En este mes recordamos muy especialmente el mandato de Jesús: "pidan al dueño del campo que envíe trabajadores para la cosecha" (Mt 9,37-38). Un mes, entonces, para orar por las vocaciones.
Sin embargo, como decía el viejo párroco del que fui sucesor en Paysandú, "Dios ayuda a los que rezan... y trabajan".
Entonces, además de rezar ¿cuál es el trabajo que podemos hacer, entonces, para que florezcan las vocaciones en nuestra Diócesis?
Si estamos convencidos de que Dios sigue llamando, tenemos que hacer lo posible para que esa voz de Dios pueda ser audible entre tantos ruidos y distracciones del mundo de hoy.
Para eso, necesitamos, ante todo, crear en nuestras comunidades un ambiente vocacional, es decir, un lugar donde sea posible percibir el llamado.
¿Cómo podemos ayudar a alguien a preguntarse si ha sido llamado? Tal vez esa no sea la mejor pregunta... Mejor: ¿Cómo podemos ayudar a alguien a preguntarse a qué ha sido llamado?
Podemos hacerlo si vivimos nuestra vida como respuesta a una vocación. Y no estoy hablando de lo que suele llamarse "vocación" y "orientación vocacional", que suelen referirse más bien a una orientación sobre qué hacer en la vida, a qué dedicarse, partiendo de las capacidades que un joven o una joven tienen.
Aquí se trata de preguntarse qué estoy llamado a ser en la vida.
Ante todo estoy llamado a ser lo que soy: un ser humano, una persona. Ese llamado viene de la vida misma. La vida que he recibido de quienes me engendraron, sí, pero más allá de ellos, de Dios mismo, creador y fuente de la vida.

La vocación cristiana

Estoy llamado a ser cristiano: esa vocación nace desde el Bautismo, donde recibo la vida nueva que viene de Dios. Me voy haciendo cristiano creciendo en la fe, aprendiendo a seguir a Jesús, desarrollando los dones que el Espíritu Santo me ha comunicado. Estoy llamado a ser discípulo misionero de Jesús, para "estar con Él" y para ser por Él "enviado a predicar", es decir a anunciar el Evangelio con las palabras y, sobre todo, con la propia vida.
Como cristiano, estoy llamado a una vocación específica dentro de la Iglesia, dentro del Pueblo de Dios. Básicamente, hay tres grandes vocaciones: la vida laical, la vida consagrada y la vida sacerdotal y agregamos también la vocación al diaconado permanente.

La vocación laical

Cuando en la Iglesia decimos "un laico", "una laica", estamos indicando un miembro del Pueblo de Dios (o sea, no es lo mismo que cuando decimos "Estado laico" o "escuela laica", que quiere decir otra cosa, aunque sea la misma palabra). El cristiano laico, la cristiana laica, están llamados a vivir como miembros de la Iglesia su vocación cristiana en el mundo. A ellos les toca, como enseña el Concilio Vaticano II, "convertirse en constante fermento para animar y ordenar los asuntos temporales según el Evangelio de Cristo" (1). Los "asuntos temporales" abarcan los distintos aspectos de la vida humana, desde la vida familiar a la política, pasando por el trabajo, la educación, la salud... 
El campo para la tarea de los laicos es inmenso, está erizado de dificultades y supone muchas veces ir a contracorriente. Formar una familia cristiana basada en el amor y la fidelidad en esta sociedad donde "es más fácil divorciarse que borrarse del telecable"; trabajar con espíritu de servicio y entrega generosa donde prima la ley del mínimo esfuerzo; defender la honestidad donde muchos buscan la coima y el soborno; defender la vida en gestación, la dignidad del anciano, del enfermo... ¡del preso! Y así podríamos seguir. Doy gracias a Dios por todos los hombres y mujeres que en Cerro Largo y Treinta y Tres viven cristianamente su vida familiar, laboral y civil, siendo "sal y luz" para esta tierra.
Pero los laicos y laicas son hombres y mujeres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia (2). Por eso también están llamados a diferentes servicios dentro de la comunidad cristiana, como ministros, animadores, catequistas, miembros del consejo económico, etc.

La vocación a la vida consagrada

En nuestra Diócesis, gracias a Dios, están presentes muchas personas consagradas. Religiosas de diferentes congregaciones, pero también laicos y laicas de diferentes asociaciones de fieles que consagran su vida a Dios. El Concilio Vaticano II nos enseña que "Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado" (3).
Estas personas consagradas prestan muchos buenos servicios en la sociedad trabajando en obras sociales, en la educación, en la salud, en el cuidado de personas ancianas... pero la razón de ser de su consagración no es ésa: es dar testimonio de que hemos sido creados para Dios, que Dios es el fin de nuestra vida. La consagración a Dios se hace a través de tres votos. Pobreza, renunciando a los bienes personales, compartiendo en comunidad lo que se tiene, pero sobre todo, viviendo con Dios como el mayor bien que podemos tener. Obediencia, eligiendo libremente buscar y obedecer la voluntad de Dios a través de la Iglesia y de la orden, congregación o asociación a la que se ingresa. Castidad, dejando de formar una familia de sangre para vivir en fraternidad con todos los hijos e hijas de Dios, es decir, con toda persona humana. La castidad expresa la consagración total de la persona, con alma y cuerpo a Dios.

La vocación al sacerdocio

Jesús dejó a los hombres muchas formas de su presencia. Una de las formas más privilegiadas de esa presencia está en los sacramentos, muy especialmente en la Eucaristía. De entre los fieles cristianos, Jesús llama a algunos hombres a consagrarse enteramente a Él para el servicio de la comunidad. El sacerdote es "el hombre de la Eucaristía": el que hace presente a Cristo con su Cuerpo y con su Sangre para alimentar la fe, la esperanza y el amor en la comunidad. Es el que trasmite y explica la Palabra para ayudar a que todos los miembros de la comunidad crezcan como discípulos misioneros de Jesús. Es el que ayuda a la comunidad a descubrir y organizar los diferentes dones que el Espíritu Santo entrega a sus miembros, dones entregados para el servicio de la comunidad.
Nuestra Diócesis tiene una especial necesidad de sacerdotes. Agradecemos a los que, surgidos de en medio de nuestro pueblo, han respondido al llamado y también a quienes, con mucha generosidad, dejaron su tierra y su gente para venir a compartir nuestro peregrinar. Pero necesitamos rezar y trabajar muy especialmente para tener más sacerdotes que sean verdaderos hombres de Dios para la vida de nuestro pueblo.

La vocación al diaconado permanente

A partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia retomó una práctica que había ido quedando en desuso: ordenar diáconos a hombres casados. Hasta entonces, el diaconado era un paso previo, obligatorio, antes del sacerdocio. El Diácono Permanente es un hombre casado ordenado para el servicio en este ministerio por el cual puede regularmente celebrar Bautismos, presidir la celebración de Matrimonios, animar una celebración de la Palabra de Dios, distribuir la Comunión y realizar otras tareas pastorales como miembro del clero diocesano, sin ser sacerdote.

La verdadera vocación viene de Dios

En la Carta a los Hebreos (5,1.4) se nos dice que "todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" y que "nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios".
Esto último, "nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios", vale para todas las vocaciones. La vocación es un llamado de Dios al que respondemos. No es simplemente algo que "sentimos", algo que "nos gusta", algo que “queremos”. Es mucho más profundo. En la Biblia encontramos muchos relatos de vocaciones, y es característico que la persona llamada se sienta pequeña, incapaz, indigna de la misión para la que Dios llama. Y Dios responde a esas dudas asegurando "Yo estaré contigo".
Hoy Jesucristo nos sigue diciendo "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (4). Animados por Él, seguimos pidiendo que envíe trabajadores para su campo, para su cosecha.
+ Heriberto
1) Ad Gentes 15
2) Cfr. Puebla 786, Lumen Gentium, capítulo IV
3) Perfectae Caritatis, 1
4) Mateo 28,20

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Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 1340 AM La Voz de Melo, los domingos a las 11:50. La versión escrita que presenta el Blog no necesariamente es la versión literal de lo emitido, pero sí su contenido esencial.

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