martes, 13 de junio de 2017

Carta a Fanny Monteiro

Ayer, lunes 12, fue sepultada en Melo Fanny Monteiro, tras una Misa de cuerpo presente en su comunidad, la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen. Fanny fue durante muchos años la delegada de la Diócesis de Melo a la Comisión Nacional de Animación Bíblica de la Pastoral de la Conferencia Episcopal del Uruguay. Participó activamente en la vida y en los distintos encuentros de las Comunidades Eclesiales de Base y Pequeñas Comunidades de la Diócesis. Trabajó muchas veces junto a la Hna. Stella Bondesán, quien le escribe ahora esta sentida carta de despedida.

¿Cómo te pienso, querida Fanny? Creo que como un pilar. Alto, de estilo fino, delicado, barroco, con mantelito portugués. Blanco… al costado de una gran Capilla… donde todos pueden verte solo si se quedan a mirarte.
En el centro de este pilar,  un sol,  grabado en oro puro. Sobre sus rayos que sobresalen, domina la Palabra de Dios que lo embellece por su resplandor.

Este pilar tiene una particularidad: hay que saber descubrirlo… en un primer momento parece arte frío, no fácil de apreciar; pero cuando te acercas, descubres toda su belleza, su originalidad, su preciosa elaboración. Algo impensable: deja asombrados por su sencillez y al mismo tiempo por su majestuosidad. Hay que saber reconocer y acariciar discretamente sus detalles.

Así te pienso hoy… luego de haber recibido la noticia de tu sueño eterno y tu despertar en Cristo. Me dolió. Mucho. La distancia me hace sentir más la desorientación… no logro entender… hace difícil aceptar…

Hemos compartido mucho, juntas, Fanny querida. Especialmente en las dificultades frente a una Iglesia que deseábamos distinta, más cercana y transparente, de la cual tú has sido fiel e incansable servidora. Llegábamos siempre a la misma conclusión: aferrarnos a Jesús, creyendo que a Él le es posible lo que a nosotras nos parecía un vacío, una distancia, un camino demasiado arduo. 

Has sido muy discreta. Me lo enseñaste en varias ocasiones… crítica y observadora, nunca juez.
Me impactó darme cuenta cuantas realidades delicadas conocías o te habían confiado… me hacías entender que sabías, pero las guardabas en tu corazón. En oración. Aprendí mucho de ti… me quisiste. Me quisiste bien y me ayudaste a crecer en la fe, en la fidelidad a la Palabra de Dios y en el servicio a una Iglesia que soñábamos más evangélica pese nuestros límites. ¡Tu compromiso y responsabilidad, lo han demostrado claramente! Tus viajes a veces fatigosos, a Montevideo, representando a nuestra Diócesis en el camino bíblico nacional te cansaban mucho últimamente, pero tú seguías firme.

También tu gran amor hacia tus hijas era silencioso, pero hondo y concreto, muy concreto. Entrega sin condiciones. ¡Cuánto las amaste y seguirás amándolas! 

La última vez que nos vimos me susurraste al oído: “Hermana, no te olvides que te quiero mucho. Sé que tú también. Reza por mí”. Es cierto. Yo también. Y no te pongo en el pedestal porque has pasado a una vida de Amor eterno. Las dos conocíamos nuestros defectos: chocábamos y discutíamos… pero  siempre sobresalía  el deseo sincero de crear algo mejor, de servir al Reino, de seguir testimoniando a Jesús de Nazaret en nuestras comunidades y a nuestros hermanos y hermanas que se acercaban por nuestro camino.

Gracias. Gracias, Fanny querida… serás siempre un pilar… mucho más que un pilar… y quedarán grabadas en nosotras, en nuestro grupo interparroquial de pequeñas comunidades, tu entrega, tu discreción y tu servicio y amor a nuestra Iglesia.

Ahora tendrás todo el tiempo de rezar por mí, por tus hijas, por tu parroquia, por tu Iglesia. Y podremos apoyarnos a ti como un pilar seguro y firme. ¡Intercede por todos! ¡Te quiero mucho!      
                                                               Tu hermana Stella

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