jueves, 16 de agosto de 2018

Alimentarse de la Palabra y de la Carne de Jesús (Juan 6, 51-59)





La asimilación es un proceso biológico por el cual cuando un ser vivo se alimenta, transforma lo que ha comido en parte de sus células, en parte de sí mismo. Esto es lo que hace que, por ejemplo, aunque comamos muchas zanahorias, no nos transformemos en zanahorias; más bien, esa rica raíz que comemos se transforma dentro de nuestro cuerpo y pasa a ser parte de lo que somos.
Lo mismo sucede con cualquier alimento o bebida: cuando comemos o bebemos, se hacen parte de nosotros, sin cambiar básicamente lo que somos.

También hay una asimilación psicológica, que hace parte del proceso de aprendizaje: es la forma en que incorporamos nueva información o nuevas experiencias, reinterpretándolas para que se adapten o se encuadren en la información que ya poseíamos. Sucede que tenemos nuestra manera de interpretar las cosas… como suele decirse “todo se ve según el color del cristal con que se mira”. Aunque también puede haber algo que cambie nuestra manera de ver, que sacuda todo lo que hasta ahora hemos tenido por cierto, que provoque “un cambio de mentalidad” y le dé un giro grande a nuestra vida.

En el evangelio de hoy, Jesús habla de una comida y una bebida que tiene un efecto diferente al de los demás alimentos; más aún, produce el efecto contrario: que al comer y beber seamos transformados en lo que comemos… pero ¿qué es realmente lo que Él nos ofrece para que suceda eso?

Jesús está hablando ante la gente reunida en la sinagoga de Cafarnaúm, junto al mar de Galilea. Se ha presentado diciendo “Yo soy el pan bajado del Cielo”, lo que ha hecho que la gente murmure… muchos conocían a Jesús, conocían a su familia… ¿cómo es que dice que ha bajado del Cielo?

Ahora Jesús va a hacer que sus oyentes murmuren de nuevo, porque agrega: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan   vivirá eternamente”.

Sus oyentes no han entendido todavía qué quiere decir Jesús con que Él es el pan. Tal vez lo han tomado como otras afirmaciones de Jesús: «Yo soy el buen pastor... Yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy la vid verdadera» (Jn 10,7.11; 15,1). Todos saben que Jesús es carpintero, no pastor; y, por supuesto, tampoco es una puerta ni una vid. Jesús ha usado algunas comparaciones para explicar su relación con nosotros. Cuando Jesús dice que él es el Pan, podemos entender que tenemos necesidad de él, tal como necesitamos el pan material.

Más aún, podemos entender que Su Palabra es para nuestra alma como el Pan. Su Palabra nos alimenta. Hay toda una parte de la Misa en la que escuchamos la Palabra de Jesús. Incluso, muchas veces se le llama “la Mesa de la Palabra”, porque nos alimentamos con esa Palabra. Cuando la escuchamos, cuando la hacemos nuestra, cuando la ponemos en práctica, cambia nuestra mentalidad, crecemos espiritualmente.

San Pablo, que trasmitió la Palabra de Jesús, también usó esa comparación: Palabra - alimento. Él mismo dice que fue entregando el evangelio de a poco, tal como se va alimentando un niño. A los Corintios les dice:
“Yo les di a beber leche, no alimento sólido, porque todavía no podían recibirlo” (1 Corintios 3,2).
Eso es verdad y es bueno que todos lo tengamos presente: cuando escuchamos la Palabra de Jesús, nos encontramos con Él, lo escuchamos a Él. Su Palabra nos alimenta y nos hace crecer en la fe.

Jesús nos lleva más lejos cuando nos dice que Él es el Pan de Vida, que tenemos que comer su carne para tener vida eterna.
Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.
La Eucaristía es el gran signo de Jesús. Allí está presente, allí se da a nosotros. En esa forma tan simple, tan frágil… pero cuando lo recibimos con fe, es ese alimento el que nos asimila a nosotros: Jesús, Pan de Vida, nos va haciendo semejantes a Él.

Quienes lo recibimos habitualmente, tenemos que volver siempre a considerar lo que estamos recibiendo y lo que significa. Quienes desean recibirlo y por distintas razones no pueden hacerlo, pueden unirse a toda la comunidad en la adoración del Santísimo Sacramento. Quienes no lo conocen, o no lo entienden, o aún no creen que Él esté allí, están siempre invitados a conocerlo.

Pero el encuentro con Jesús Pan de Vida empieza por escuchar su Palabra. Decía así San Jerónimo, en una enseñanza que la Iglesia sigue presentando a todos:
«La carne del Señor es verdadera comida y su sangre verdadera bebida; éste es el verdadero bien que se nos da en la vida presente, alimentarse de su carne y beber su sangre, no sólo en la Eucaristía, sino también en la lectura de la Sagrada Escritura. En efecto, lo que se obtiene del conocimiento de las Escrituras es verdadera comida y verdadera bebida» (S. Jerónimo, Commentarius in Ecclesiasten, 3: PL 23, 1092 A)
En su Palabra, Jesús habla a todos, ofrece alimento, sigue ofreciéndose Él mismo como comida verdadera. Por eso, no es extraño que Benedicto XVI dijera que
“Alimentarse con la palabra de Dios es (…) la tarea primera y fundamental”. 
Y él mismo retoma otras palabras de san Jerónimo:
"El que no conoce las Escrituras no conoce la fuerza de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo" (Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24, 17). (Inauguración de la XII asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, homilía del Santo Padre Benedicto XVI, Basílica de San Pablo extramuros, Domingo 5 de octubre de 2008)

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