Columna de Mons. Pablo Galimberti, publicada hoy en el diario CAMBIO de la ciudad de Salto.
El arzobispo Carlo María Viganò, que ocupó cargos de mucha
responsabilidad como nuncio en los Estados Unidos, días pasados publicó
una carta de once páginas al Papa Francisco. Lo acusa de no haber tomado
a tiempo medidas contra un Cardenal americano acusado de abusos.
En la carta ataca a numerosos colaboradores del presente y pasado de
los últimos tres Papas. Afirma que sobre estos asuntos había informado
oportunamente al Papa Francisco.
Desde que este prelado había regresado de Estados Unidos en el 2016,
Francisco le hizo saber que era mejor para él regresar a su diócesis
italiana de origen. Esto no agradó a Viganò, que buscando motivos para
quedarse en Roma, inventó la excusa de tener que cuidar a un hermano
gravemente enfermo. Viganò fue acumulando rencor y resentimientos y
ahora apunta hacia el Papa.
Respecto al camino que ha seguido, se ha equivocado por completo. No
insistió procurando una audiencia privada para discutir el caso
McCarrick (arzobispo acusado a quien el Papa “degradó” de su condición
de cardenal). Y en lugar de los caminos silenciosos del diálogo franco,
mirándose a la cara, ha hecho explotar una bomba, que aunque fechada el
22 de agosto, otra mano seguramente prefirió hacerla estallar justo en
ocasión de la visita de Francisco a Irlanda.
Viganò acusa al Papa de haber dilatado una medida disciplinar contra
el cardenal americano. Pero la pregunta es por qué Viganò calló este
asunto durante cinco largos años, sin abrir la boca hasta ahora. Sobre
él mismo recae la misma responsabilidad y su testimonio no parece ser
desinteresado.
Francisco es paciente. Se informa y corrobora las fuentes. Coteja testimonios y luego actúa sin que le tiemble el pulso.
Aunque la noticia sorprende, no seamos fariseos. El Evangelio narra
la petición de Santiago y Juan, apóstoles, que causó indignación en el
grupo: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir:
sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu
gloria” (Marcos 10,37).
Francisco continúa sorprendiendo a muchos, especialmente en el
Vaticano: visitando inmigrantes, las cárceles, desayunando con mendigos y
prefiriendo a pastores con olor a oveja.
Muchos periodistas se han sorprendido ante lo ocurrido. En lugar de
esgrimir argumentos deja a los cronistas el juicio, en un acto de
confianza, contando con la madurez profesional de cada uno, porque
“ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar las
conclusiones”.
La periodista Stefania Falasca, de Avvenire, califica ayer la carta
como mezcla de medias verdades. “Una viciada técnica conocida en la
comunicación, llamada desinformación, que es más grave respecto incluso a
la calumnia y la difamación, porque propone sólo una parte de la verdad
persiguiendo un fin”.
La desinformación se construye precisamente sobre medias verdades. Un clásico mecanismo
dirigido a impedir la respuesta. La frutilla de la torta llegó al final
de todo este affaire. En una conversación con la agencia AP, un
periodista de un blog anti-Bergoglio, poseído por una euforia de
protagonismo, confesó que fue él quien preparó el montaje de la carta.
El perfil del Papa Francisco agrada y a la vez molesta. Según desde
dónde se lo mire. Lo cierto es que para muchos ha sido una bocanada de
aire nuevo y purificado. Tratemos de escuchar la voz del Espíritu en
estas turbulencias eclesiales y sociales.
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