miércoles, 9 de enero de 2019

Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Lucas 3,15-16. 21-22)







El lanzamiento de un producto, la presentación de un libro, el estreno de una película, el debut de un artista o un deportista, la proclamación de un candidato, son -o, en algunos casos, fueron- formas de llamar la atención sobre algo o alguien que se quiere hacer conocer rápidamente por la gente. Bien organizado y bien difundido, el evento tiene posibilidades de hacer impacto en el público, hacer que todos hablen de eso por un tiempo, de acuerdo con el interés que la novedad haya despertado.

La semana pasada hablamos del “día de reyes”, que en la Iglesia es la fiesta de la Epifanía, la manifestación de Jesús como salvador. Este domingo y el siguiente recordaremos otras dos “epifanías”: el bautismo y el primer milagro de Jesús, en las Bodas de Caná. Podríamos entender estas manifestaciones como una presentación pública, un lanzamiento. Sí, hay algo de eso; pero hay mucho más.

Jesús fue bautizado por Juan el Bautista. Juan predicaba un bautismo para la conversión de los pecados. Los primeros cristianos tuvieron dificultades para entender esto. ¿Por qué Jesús, que no tenía pecados, pidió ser bautizado por Juan? Los cuatro evangelios nos dicen que el hecho existió y buscan ayudarnos a interpretarlo.
Marcos dice claramente:
“vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (1,9).
Mateo nos cuenta que al presentarse Jesús para ser bautizado
“Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?»” (3,14).
El evangelista Juan da algunos rodeos; no relata el momento del bautismo, pero nos presenta el testimonio de Juan el Bautista:
«He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo"» (1,32-33).
San Lucas, nuestro evangelio de este domingo, tampoco nos dice directamente que Jesús fue bautizado por Juan, sino que:
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús.
Ya en otra oportunidad dijimos que la imagen del bautista y Jesús solos en el Jordán, con el agua a los tobillos y Juan derramando agua sobre la cabeza de Jesús no es una buena representación del bautismo de Jesús. El bautismo era un acto masivo; la gente admitida por el Bautista se sumergía en el agua a su indicación. Era un baño total. Era el lavado del cuerpo para limpiar a los arrepentidos de todos sus pecados. Sumergirse en el agua significaba morir a la vida que se había llevado hasta entonces y el salir del agua un nuevo nacimiento, la entrada en una vida nueva, ordenada hacia Dios.

Vuelve entonces la pregunta de los primeros cristianos: si Jesús no es un pecador ¿por qué se bautiza? Para entender esto, debemos recordar que lo que hace Jesús no es para él, no es porque él lo necesite, sino porque nosotros lo necesitamos. Pensemos en esta escena tan diferente de esos cuadros que hemos visto: Jesús no se bautiza aparte, separado de los demás, sino mezclado con la multitud, entreverado con los pecadores arrepentidos que se abren a una esperanza de salvación. Sumergiéndose entre ellos, Jesús se empapa en nuestra historia, en nuestros dolores, en nuestro drama.

El agua del Jordán no limpia a Jesús de pecados que Él no tiene; al contrario, es Jesús quien, al bautizarse, consagra el agua del Jordán para que renueve nuestra naturaleza pecadora con un baño que significa nuestro renacer espiritual.

Dijimos que hay mucho más. Veamos ahora el bautismo como epifanía, manifestación de Dios. Inmediatamente después de ser bautizado Jesús:
…mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»
“Mientras estaba orando”. La oración de Jesús es su comunicación con el Padre. Los evangelios cuentan que Jesús se alejaba de la multitud y hasta de sus discípulos para ese momento de profunda intimidad… pero aquí, como hemos dicho, Jesús está en medio del pueblo que, como él, ha sido bautizado. La oración de Jesús nos muestra hasta dónde él vive interiormente ese gesto exterior. El agua solo toca la piel; pero el gesto llega a lo más profundo de su ser y lo pone en comunicación con quien lo ha enviado.

Mientras estaba orando “se abrió el cielo”. El Pueblo de la Primera Alianza había sido testigo de muchas intervenciones de Dios a lo largo de su historia. En los últimos tiempos, a través de los profetas. Pero había pasado largo tiempo sin que Dios se manifestara. Se decía “los Cielos están cerrados”. Con la oración de Jesús después de su bautismo, el Cielo se abre para que el Espíritu Santo descienda sobre Jesús y la voz del Padre manifieste que Jesús es su Hijo amado. De esta forma se hace patente que Dios está presente en Jesús, en el Hijo eterno del Padre que se ha hecho uno de nosotros.

Antes del bautismo de Jesús, Juan ya había anunciado al Pueblo:
«Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
¿Qué significa para nosotros ser bautizados “en el Espíritu Santo y en el fuego”, recibir el bautismo de Jesús? Así lo explica el Papa Francisco:
…en el Bautismo cristiano el Espíritu Santo es el artífice principal: es Él quien quema y destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina; es Él quien nos libera del dominio de las tinieblas, es decir, del pecado y nos traslada al reino de la luz, es decir, del amor, de la verdad y de la paz...
(…) El Espíritu empuja nuestra vida hacia el camino laborioso pero feliz de la caridad y de la solidaridad hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre. El Espíritu Santo es una presencia viva y vivificante en quien lo recibe: reza con nosotros y nos llena de alegría espiritual. (Ángelus, 10 de enero de 2016).

Amigas, amigos… gracias por llegar hasta aquí en su lectura. Que el Espíritu Santo que hemos recibido en nuestro bautismo nos ayude a conocer y a cumplir cada día la voluntad del Padre. Hasta la próxima semana si Dios quiere.

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