miércoles, 30 de enero de 2019

El profeta en su tierra (Lucas 4,21-30). IV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.



“Nadie es profeta en su tierra” o, como dicen nuestros vecinos brasileños: “Santo de casa não faz milagre” (santo de casa no hace milagro). Estos refranes expresan que, muchas veces, los méritos de las personas no son reconocidos en su propia tierra, en la región donde viven y trabajan. Gente talentosa, capaz, encuentra resistencia entre los suyos y, sin embargo, alcanza importantes logros cuando se va. Una comunidad que no ve las posibilidades de sus propios miembros y no les da lugar pierde más de una buena oportunidad de crecer y enriquecerse.

“Nadie es profeta en su tierra” es un refrán de origen bíblico. Aparece en boca de Jesús en el evangelio de este domingo, que es continuación del que escuchamos la semana pasada. Así comienza el relato:
Después de que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?»
Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, sánate a ti mismo." Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».
La gente estaba llena de admiración por Jesús. Pero el clima va a ir cambiando rápidamente. Jesús está en la ciudad donde se había criado, donde lo conocían desde niño como el hijo de José, el carpintero. Los nazarenos creían saberlo todo sobre Jesús, creían conocerlo bien. Ahora ha llegado al pueblo, con una fama que está creciendo: predicaciones, milagros… Los conciudadanos de Jesús esperan que él haga allí lo mismo. Pero esto no va a funcionar… ¿por qué? Comentando este pasaje del Evangelio el Papa Francisco señala una tentación del hombre religioso:
¿Y cuál es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a «negociar» con Dios buscando el propio interés. (Ángelus, 31 de enero de 2016)
La expectativa de los nazarenos no está puesta en la buena noticia que trae Jesús. Está puesta en lo que se puede sacar de ahí, en los favores que se pueden recibir de él. Al buscar su propio interés, no reciben el mensaje de Jesús, mensaje que Francisco resume así:
la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa por cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres.
“Médico, sánate a ti mismo”, el otro refrán que Jesús menciona, volverá en el evangelio de Lucas en el marco de la pasión, transformado en “sálvate a ti mismo”.
“que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido” (23,35) 
dicen los jefes del pueblo
“Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!” (23,37) 
le dicen los soldados
“¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!” (23,39) 
le dice uno de los ladrones crucificados con Él.

Pero Jesús no ha venido a salvarse a sí mismo; ni él solo ni con algunos privilegiados. Él viene a realizar el proyecto de salvación del Padre Dios, un proyecto que va más allá del Pueblo de la Primera Alianza. A eso apuntan los dos ejemplos que pone a continuación Jesús:
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.
Jesús menciona dos recordados y queridos profetas de la antigüedad… sin embargo, recuerda los milagros que ellos hicieron para dos extranjeros: la viuda de Sarepta y Naamán el sirio. Jesús subraya que había muchas viudas y muchos leprosos en Israel en tiempos de estos profetas, pero no fueron para ellos los milagros, sino para estos dos extranjeros. El amor y la salvación de Dios se dirigen a toda la humanidad. Nadie está excluido del amor del Padre.

Esta referencia va a irritar aún más a la gente:
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Puede sorprendernos todo este rápido cambio de clima en torno a Jesús: la gente pasa del aplauso al ataque.

Para entenderlo, tenemos que recordar que el Evangelio, aunque basado en hechos de la vida de Jesús, no es una narración histórica. Lucas, bajo la inspiración del Espíritu Santo, escribe para una comunidad cristiana en la que hay muchos paganos, es decir, gente que no pertenecía al Pueblo de Israel. Lucas subraya como el mensaje de salvación que trae Jesús es para todos y constata como ha sido rechazado por algunos de su propio pueblo.

Este episodio anticipa la pasión de Jesús. Ya lo vimos con la referencia a “médico, sánate a ti mismo”. Ahora vimos como el rechazo a la predicación de Jesús llega al punto de querer matarlo, lo que efectivamente sucederá, pero no allí ni entonces. Lucas cuenta que Jesús es empujado “fuera de la ciudad, con intención de despeñarlo”. Es una prefiguración del momento en que Jesús será llevado fuera de Jerusalén para ser crucificado. También el hecho de que Jesús, pasando en medio de ellos siguiera su camino, puede entenderse como una tenue alusión a la resurrección.

En su otro libro, Hechos de los Apóstoles, Lucas nos presenta la figura de un discípulo que sigue los pasos de Jesús: el diácono san Esteban, primer mártir. La prédica de Esteban hace rabiar a sus oyentes y también él es echado fuera de la ciudad, en este caso, para apedrearlo hasta la muerte.
Al relatar la pasión, Lucas nos trae dos palabras de Jesús:
“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (23,34
“Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (23,46). 
Profundamente unido a Jesús en la vida y en la muerte, Esteban dice:
“Señor Jesús, recibe mi espíritu” (7,59)
“Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7,60).
Jesús sigue ofreciéndonos su salvación. Viene a nosotros con misericordia, a alzarnos del barro de nuestros pecados y miserias, a tendernos la mano para sacarnos del pozo de nuestra soberbia y nos invita a recibir el mensaje consolador del Evangelio y a caminar con Él haciendo el bien. Por su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido a todo hombre, a toda persona humana. Todos los miembros de la humanidad somos “los suyos”; el mundo es Nazaret. Felices quienes, reconociéndolo así, escuchen las palabras de Jesús y las practiquen.

Gracias, amigas y amigos por llegar hasta aquí en su lectura. Hasta la próxima semana si Dios quiere. Bendiciones.

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